El producto fue agregado correctamente
Narrativa francesa

Leé un avance de «Arcadia», de Emmanuelle Bayamack-Tam (El cuenco de plata, 2022)

Por Escaramuza / Lunes 04 de julio de 2022

La novela Arcadia, de la francesa Emmanuelle Bayamack-Tam, está por llegar a Uruguay. La traducción al español corrió a cargo de la uruguaya Lil Sclavo, quien además eligió el fragmento para oficiar de avance. Leé este novela, sobre la que Paul Preciado dijo que se trata de «Un viaje fantástico a un mundo en el cual el sexo y las diferencias binarias entre lo normal y lo patológico se disuelven y transmutan, no sin riesgo». 

Emmanuelle Bayamack-Tam (Marsella, 1966) es profesora de letras modernas. Dirige la asociación Autres et Pareils, de la que es miembro fundadora y la editorial Contrepieds. Es autora de dieciocho novelas y dos piezas de teatro: 6P. 4A. 2A. (nouvelles, 1994), Rai-de-cœur (1996), Tout ce qui brille (1997), Pauvres morts (2000), Simple Figuration (2002), Hymen (2002), Le Triomphe (2005), Une fille du feu (2008), La Princesse de. (2010), Si tout n'a pas péri avec mon innocence (2013), Je viens (2015), Mon père m’a donné un mari (teatro, 2013) y À l’abordage ! (teatro, 2020). Y bajo el pseudónimo de Rebecca Lighieri de Husbands (2013), Les Garçons de l’été (2017), Eden (2019), Que dire ! (en colaboración con Jean-Marc Pontier), Il est des Hommes qui se perdront toujours (2020). Su nueva novela La Treizième heure, aparecerá en 2022, en P.O.L éditeur.

___________________________________________________________________

1-Hubo una noche y hubo una mañana: primer día

Llegamos a la noche, luego de un viaje agotador en el Toyota híbrido de mi abuela: tuvimos que atravesar la mitad de Francia sorteando los cables de alta tensión y las antenas de telefonía móvil y encima soportando los gritos de mi madre, a pesar de que venía envuelta en tela blindada. Del recibimiento de esa noche y de mis primeras impresiones del lugar, no recuerdo gran cosa. Es tarde, está oscuro y tengo que compartir la cama con mis padres porque todavía no hay previsto un cuarto para mí, – en cambio no olvidé absolutamente nada de mi primera mañana en Liberty House, de ese momento en que despuntó el alba entre las cortinas almidonadas sin lograr arrancarme por completo del sueño.

 Acostados boca arriba, las manos indolentes entrelazadas sobre el pecho, un antifaz de raso cubriendo sus rostros de cera, mis padres me flanquean cual dos efigies apacibles. Nunca conocí esa paz a su lado. Tanto de noche como de día, me las tenía que ver con los sufrimientos de mi madre y las preocupaciones angustiosas de mi padre, su nerviosismo permanente y estéril, sus rostros convulsionados y sus discursos ansiosos. De ahí que por más impaciente que esté por levantarme y descubrir mi nuevo hogar, me quedo ahí, escuchando su respiración, me acurruco para disfrutar más de su calor y compartir voluptuosamente sus sábanas. 

Del exterior, me llegan trinos alegres como si una nidada de aves cantoras invisibles sintonizara con mi alegría de saberme viva. Es la primera mañana y yo también soy nueva. Al final me levanto y me visto sin hacer ruido para bajar por la escalera de mármol, compruebo de paso el desgaste de los escalones en la parte del medio, como si la piedra se hubiese fundido. Me aferro, respetuosa, al pasamano de roble también él ensombrecido y pulido por miles de manos húmedas que lo tocaron, sin contar los miles de muslos juveniles que triunfalmente lo montaron a horcajadas, en una propulsión exprés hasta el hall de entrada. En el preciso instante en que rozo la madera barnizada, me asaltan visiones sugestivas: Mädchen in Uniform, kilts remangados sobre piernas cubiertas con lana opaca, cabellos trenzados, la risa aguda de jovencitas entre ellas. Hay algo que tiene que ver con el propio lugar, con su impregnación de un siglo de histeria puberal y de amistades sáficas – pero la razón recién la conoceré mucho más adelante, cuando sepa cuál era el destino originario del edificio al que acabo de mudarme. Por ahora me conformo con bajar lentamente la escalera, olfateando un cierto aroma a religión en el inmenso hall de baldosas bicolores. Sí, el lugar huele a cera, a pergamino, a vela derretida y devoción, pero me importa un comino: ¡fuera de aquí! lo mío es la libertad, el aire revitalizante de afuera, la evaporación del rocío, la mañana que despunta solo para mí.

                        ………………

Antes de ser un refugio para frikis, Liberty House era un pensionado para jovencitas y la casa aún conserva rastros de su función originaria: el refectorio, la capilla, las salas de estudio, los dormitorios comunes y sobre todo incontables retratos de las hermanas del Sagrado Corazón de Jesús, toda una serie de bienaventuradas y venerables que de bienaventuradas solo tienen el nombre, a juzgar por la tez de tuberculosas y la tristeza de la mirada. No sé qué manga de obispos, teólogos y médicos se pronunció sobre el caso, pero sin duda confundieron el martirio con la amargura y la frustración. Por suerte no soy tan fácil de intimidar como antes, porque cuando llegué aquí todas esas estampas virtuosas tuvieron más bien el efecto de desanimarme. Le temía especialmente a una de la congregación de Kerala, cuyas mejillas amarillentas y sus ojos de loca me acechaban en el corredor del primer piso. Al pasar frente a ella caminaba pegada a la pared de enfrente y contenía la respiración, lo que no impedía que percibiera la persistencia de su acritud y la exhalación de todas las fiebres maléficas con las que ardió en este mismo lugar. Al contrario que yo, Víctor adora a Marie-Eulalie del Divino Corazón y durante mucho tiempo abrigó el proyecto de que se pintara un fresco que la representara, brazos extendidos, sonrisa extática, pupilas en alto dirigidas hacia el corazón coronado de espinas al que consagró toda su patética existencia. Consultados los residentes de Liberty House, por suerte por escasos votos se negaron a comer bajo esta santa égida – porque por supuesto que iba a ser el refectorio el que tendría el discutible honor de contar con una pintura mural de la iluminada de Kerala.

                        ………………

En Liberty House vivimos en armonía con todos los animales: perros y gatos por supuesto, pero también con un montón de aves de corral y hasta tenemos un modesto lote de vacas y cabras que nos turnamos para ordeñar, intentando evitar sus coces intermitentes y sus pedorreas nauseabundas. Entiendo muy bien que no tengamos derecho a matarlos por el solo placer de consumir el caracú o la chuleta, pero de ahí a tenerles la misma consideración que a los humanos, hay un paso que no estoy dispuesta a franquear, y frecuentar nuestro corral no hace más que reforzar mi convicción de superioridad. Además de poner huevos y cacarear, gallinas y gallinetas no poseen ninguna otra cualidad destacable, y ni siquiera son especialmente simpáticas. Los perros al menos son amigables y entiendo perfectamente que uno no se coma a sus amigos pero ¿un pollo? Dios sabe que amo a Arcady, pero cuando se sube al estrado para defender la causa animal, se me nubla la vista, me zumban los oídos, me evado con el pensamiento, ruedo cuesta abajo por las pendientes, me trepo a los árboles, me revuelco en el pasto moteado de azafrán silvestre, espero que termine con esa regurgitación de sandeces claudelianas. Y sí, Arcady que lee poco pero alardea de literatura, hizo de Víctor Hugo, Marguerite Porète y de Paul Claudel sus autores predilectos, y los plagia a diestra y siniestra para apuntalar sus sermones nebulosos, en lugar de contar con su propios recursos intelectuales que sin embargo son formidables –como si su inteligencia tuviera un punto ciego, un ángulo muerto inaccesible a sus facultades de razonamiento, pero apto para los delirios animalistas y la promulgación de prohibiciones alimenticias tan absurdas como mortificadoras.

 A todos los que protestan contra la cebadura de los gansos, los invito a pasar media hora en su compañía. Unos picotazos más tarde, sin duda tendrán menos escrúpulos para deleitarse con su foie gras. Por no mencionar que el ganso es un animal horrible, con sus ojeras amarillas, sus patas escamosas y el cuello que estira como si quisiera batir el récord hasta ahora detentado por el cisne y el avestruz – ambos igual de feos y de malos. Y para rematar, en nuestro corral hay una pareja de pavos reales. La hembra todavía vaya y pase ya que no se hace la graciosa con su plumaje deslucido, pero el macho es insufrible con sus gritos insoportables, con las pantomimas de su buche y el despliegue encolerizado de su rabadilla de gala. Como no podía ser de otra manera, el pavo real se convirtió en el animal tótem de Víctor: figura en filigrana en sus tarjetas personales y hasta en su anillo, joya que alardea que se trata de una herencia ancestral, cuando en realidad mandó fundir unos aretes desparejos y su brazalete de nacimiento para que se lo confeccionaran. Pero ¿no es lo propio del pavo real hacer alarde y pavonearse, animal inútil por excelencia si dejamos de lado su función ornamental?

 Cuanto más frecuento el mundo animal, menos entiendo la renuncia de Arcady a ejercer su supremacía sobre esas criaturas inferiores, y a sacar de ellas el mejor provecho posible. Lo digo con la mayor serenidad ya que quiero a los bichos y nunca me siento más feliz que cuando me cruzo con un erizo, sorprendo a un zorrillo o a un águila de mirada arisca. Y por supuesto me apasiona nuestra jauría de perros y gatos tullidos.

                        ………………

Tengo quince años y no quiero morir

 

Llegué aquí compartiendo los miedos irracionales de mis padres, pero al pasar los años los míos superaron a los suyos. Voy a cumplir quince años, no me pueden asustar con historias de ftalatos o de radiación electromagnética: lejos de mí querer cuestionar su carácter nocivo, pero a decir verdad me preocupa más lo que el hombre le inflige al hombre que los disruptores endócrinos o las sustancias cancerígenas. Si hay que morir de algo, sigo prefiriendo una enfermedad larga antes que una bala de kalashnikov: una enfermedad larga no me tomará por sorpresa, tendré tiempo para hacerme a la idea, tiempo para elegir los amigos que quiero que me rodeen y el lugar preciso dónde esperaré a la muerte –en el centro del corazón de mi reino conozco un valle, ni siquiera un valle, solo un pequeño desnivel del terreno, tapizado de césped tierno y cercado por un bosquecillo de avellanos, que para el caso vendrá muy bien. Pero tengo que evitar morirme antes abatida por una ráfaga de arma automática o por la explosión de una bomba. Y aun cuando en mi caso la probabilidad de una muerte violenta es extremadamente remota, no puedo evitar pensarlo apenas traspaso el murallón de Liberty House, que no tendría nada de disuasivo en caso de invasión, pero que tiene la virtud de materializar lo que nos separa de quienes no eligieron el camino de la sabiduría en siete etapas.

                        ………………

No pierdo completamente la esperanza en la naturaleza humana, porque creo en el milagro que me posibilitará distinguir un rostro entre tantos, una brecha de claridad en medio de la muchedumbre opaca, un amigo desconocido de quien me llevaré el recuerdo hasta mi castillo suspendido. También ocurre eso: a fuerza de haber mamado el amor loco, a fuerza de escuchar hablar la lengua ardiente del deseo, solo pienso en eso. De ahí que por más miedo pánico que me provoquen las agresiones y los atentados, sigo buscando mi alma gemela en medio de las luces de la ciudad, aunque tenga que volver a toda prisa a refugiarme en mi cuarto en las alturas; aunque tenga que acurrucarme en mi valle secreto o en la horcadura de un nogal; aunque me encuentre con mi padre en su invernadero perfumado de fresias, ahí dónde nada puede sucederme. Salvo que precisamente quiero que algo me suceda, entonces ya no sé si deseo para mí la ternura de los míos, los paneles de vidrio empañados por el aliento de las flores, el arrullo italiano de Fiorentina en su cocina, el bamboleo grotesco pero inofensivo de Víctor, el chorreteo de resina vitrificada en el tronco de mis pinos, el olor embriagador del verano, el boquete de cielo azul en medio de las nubes metalizadas por la tormenta, los rebaños invisibles pero tintineantes, la tozudez de un gato en seguirme por mis caminos secretos –mi zona a defender contra viento y marea, empezando de mis propios deseos de extravío. Me doy cuenta de que soy una amenaza para Liberty House con mis inevitables rebeldías de juventud.

También podría interesarte

×
Aceptar
×
Seguir comprando
Finalizar compra
0 item(s) agregado tu carrito
MUTMA
Continuar
CHECKOUT
×
Se va a agregar 1 ítem a tu carrito
¿Es para un colectivo?
No
Aceptar