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Astros del abismo

Moscas x el rabo: Delmira Agustini, ciertas puntualizaciones

Por Alicia Migdal / Viernes 10 de febrero de 2023

Un nuevo libro de Carina Blixen ha venido a desestabilizar algunas supuestas verdades sobre la gran poeta Delmira Agustini. Alicia Migdal empieza por recordar a «aquellas mujeres arrancadas de la vida por hombres que dicen amarlas», pero después le hinca el diente a otras aristas que agrega el estudio Delmira Agustini, Grafías y biografías (BN, 2022).

En un CD de hace diez años, en el que Garo Arakelian tematiza de modo explícito los abusos de los varones sobre las mujeres, hay una canción delicada y bella dedicada a Delmira, Andes 1206, que es la casa en la que su esposo Enrique Job Reyes la mató y después se suicidó. Una canción sobre un personaje femenino célebre sacrificado por su pareja hombre. Uno de los grandes misterios de nuestra cultura decimonónica.

Un mundo sin Gloria, gloria con mayúscula y con minúscula, es el título del disco, porque también Gloria, otra muchacha en años cercanos, fue una víctima y solo la conocemos por la canción que Garo le consagra para sacarla del anonimato de ese otro femicidio, y para cantar la anomia de un mundo en el que mujeres como Delmira y Gloria son arrancadas de la vida por hombres que dicen amarlas. Empiezo por Garo y la dirección Andes 1206 porque es una esquina que fue muy familiar para mí cuando trabajaba en la Editorial Arca, que estaba en el número 1118, y yo pasaba todos los días delante de la pensión de la clandestinidad y el crimen. También pasaría por ahí Carina Blixen unos años después, camino a la misma editorial.

Pero lo interesante y específico es que en el libro Delmira Agustini, Grafías y biografías, Carina se aleja intencionalmente de Delmira como la gran asesinada de nuestra cultura del 900, se aleja de la esquina de la pensión y se concentra en los años de formación y crecimiento de aquella muchacha puesta a trabajar y a pulir su universo poético para organizar en 1907 su primer obra consagratoria, El libro blanco. Delmira lo hace con la ayuda inquebrantable de su padre como copista sistemático de su letra enrevesada, y de su madre como socia del proyecto familiar de hacer que la gran Nena se convirtiera en gran poeta y no en una señorita más, bien casada con un rematador.

Carina no quiere volver sobre la vida y obra de Delmira en función de su final trágico y espectacular, y así lo declara en la presentación. Quiere adentrarse en otro misterio de aquella familia que actuó mancomunadamente a contramano de los mandatos sociales que despojaban a las niñas de sociedad de toda proyección intelectual. Padre, madre y hermano, burgueses de clase media, hicieron por la producción poética de la hija todo lo que la culta familia Vaz Ferreira le negó a María Eugenia, tan admirada por la joven Delmira. Algo muy llamativo, tanto lo uno como lo otro. En estas fechas que también homenajean al filósofo que escribió sobre el feminismo, vaya este recuerdo para su hermana poeta María Eugenia, cuidada y abandonada, a la que en dos años se le habrá de consagrar un homenaje por La isla de los cánticos, su primer y póstumo libro, ese que no llegó a ver.

Delmira sí vio y disfrutó su éxito literario. 

Carina avanza en dirección contraria a los saberes asentados o a las hipótesis clásicas, o a los prejuicios convertidos en sentido comunitario, y busca en los archivos de la Biblioteca Nacional las pruebas o semipruebas que exoneren a aquellos padres de los roles perversos que hasta hoy se les atribuyen, y trata de entender el aspecto benéfico que tuvieron. A Santiago Agustini por sumiso, a María Murtfeldt por tiránica, Carina en su investigación les pone signos de pregunta y deja abiertas nuevas interpretaciones. Toda su investigación es un camino abierto de nuevas posibilidades y de desestabilización de lo dado.

Interesante plantearse esta obligación de mirar de nuevo y desde otra perspectiva la dinámica de esta familia vilipendiada. La perspectiva incluye, por ejemplo, una fotografía no conocida sobre una verdad bastante popular y que funcionó como intocable: la monstruosidad física de la madre que acentuaba su autoritarismo sobre la hija. Una foto de juventud de María Murtfeldt la muestra poseedora de la belleza que Delmira heredó y eso nos asombra y nos enfrenta, con nuevas preguntas, a las fotos posteriores de aquella mujer descomunal de apellido alemán que las nuevas interpretaciones reconocen más como la madre propiciadora que como la madre terrible. En todo caso, la idea de creación por delegación, o de vida creativa compartida, abre un nuevo misterio existencial.

El objetivo de la investigación de Carina no es la exoneración social de los padres ni las novedades sobre la apariencia física que tanto material proveyó a las obras de teatro sobre Delmira, sino, a la luz del estudio minucioso de los manuscritos según la crítica genética, la fijación de un método de trabajo poético, en este caso a deux, la comunión y entrega hija-padre para que el raro mundo que rugía en el interior de Delmira pudiera verse y transcribirse. Ser leída por los lectores y ocupar un lugar sobresaliente en el mundo literario montevideano, pero primero ser leída por el padre en tanto escriba. 

La interpretación freudiana de tal vínculo de poiesis no es central ni ancilar para Carina. Confieso que sí lo es para mí. El material era altamente erótico en su simbolismo, a las palabras había que escribirlas con todo su dibujo, eran grafías de peligrosidad íntima, de materialidad semántica. Qué extraña, útil y confiada compañía la de estos dos seres en simbiosis en pós de LA OBRA, y atendidos en lo doméstico por la madre y el hermano que creaban el ambiente propicio para el trabajo y la concentración. Cómo no sentir que la irrupción del casamiento con un macho sin cultura letrada iba a ser una vulgaridad que generara el regreso de Delmira de su breve situación de joven esposa convencional a su condición de hija de las artes.

Un misterio anexo es el de la escritura infantil de las cartas de amor de Delmira a Enrique. Si eran un juego erótico, si intentaban esconder claves para no ser entendidas por esos padres que, a su vez, recibían y daban forma en estado de alta poesía erótica a los poemas de la Nena. No lo sabremos, como tantas cosas de esta historia.

A Santiago Agustini se le podría considerar hoy un financista, alguien que trabaja con el dinero de los otros y no con la materia prima, como un productor o un comerciante. Trabaja con el dinero, ese signo, esa abstracción, que permite vivir la vida material. Bien se pregunta Carina por la imagen social de alguien que, en el 900, hacía su fortuna «trabajando» el dinero. Encuentro un vínculo entre esa actividad llamémosle abstracta, por estar desprendida de la noción de mercancía material que es a la vez una en sí misma, y que Carina señala como habilitadora del tiempo libre del padre, y la materialidad de las grafías. Eran las suyas las que primero registran los «Cuadernos» de los manuscritos de su hija. 

La obra que salía de la cabeza de la hija tenía un primer diseño en las grafías que el padre anotaba prolijamente, al dictado, o en la organización de la letra caótica de ella. Ese capital semántico, esa encarnación de formas y contenidos, muchas veces anotados en las páginas de contabilidad. El mano a mano con las mercancías, que el esposo futuro encarnaba como cadena de transmisión en su carácter de rematador, estaba ausente en la vida del sosegado padre financista y con tiempo de ocio. En su lugar, se materializaba un universo de palabras, radicales en su poeticidad y en su intimidad. Era otro mano a mano, o cuerpo a cuerpo, extraño, que invita a la especulación. «Yo adoro estos momentos cuando el papel es una carne púdica que no profanará el público, es tan dulce impregnarle nuestra alma», escribió Delmira.

Padre e hijo-hermano tenían también la afición a la fotografía, esa nueva tecnología de la representación y que Carina señala como manera de autoconstruirse de Delmira, de crear su propio mito, de elaborar una pose decadente. «No hay duda de que Delmira utilizó la fotografía para conquistar un lugar en el medio intelectual de su tiempo», escribe. Las fotos caseras, las fotos de estudio, una nueva moneda de cambio y transacción social, también con el padre como productor o director de escenas, circulaban en el ámbito familiar en el que se gestó la poeta, su imagen simbólica y también su imagen visual.

Y si bien Carina anota que tenemos pocos testimonios de la vida cotidiana de Delmira y de la forma en que trabajaba con el padre, salimos de este libro con una impresión muy precisa y muy compleja de ese territorio en el que familia, poesía y cuidados personales para que el arte de la hija se desarrollara parecen haber constituido la vida entera de los Agustini, que sin ella quedaron en un gran y abatido silencio, sin vida vicaria. Hay una novela posible en esa ausencia posterior en la que fueron transitando hasta desaparecer padre, madre, hermano, mientras el siglo XX uruguayo avanzaba hacia su modernidad social y política, pero dejando en el camino grandes muertos como José Enrique Rodó, Florencio Sánchez y Julio Herrera, o abandonados de la razón, como Roberto de las Carreras.

Empezaba otro diálogo cultural.

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