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Narrativa norteamericana

Adelantado al minimalismo narrativo de los ochenta: Richard Yates

Por Patricia Turnes / Lunes 05 de diciembre de 2022

¿Cuántas obras están escondidas esperando un rescate posterior? La de Richard Yates es un rescate que, además, ha llegado al español en traducciones sistemáticas de la editorial Fiordo. Patricia Turnes recuerda el primer libro de Yates que tuvo entre manos y cuánto de este escritor reverberó en la narrativa norteamericana de los ochenta.

«Cada cierto tiempo la maquinaria editorial estadounidense echa a correr un nuevo rescate que se presenta como La Gran Injusticia de la Literatura Universal. Si además de buenos escritores han tenido una vida intensa, tanto mejor. Pasó con Richard Yates, hace unos años, y seguirá ocurriendo», Alvaro Matus, La Tercera.

Fue allá por el dos mil tres cuando llegó por primera vez a la librería en la que yo trabajaba una caja de cartón con diez ejemplares de Once tipos de soledad en su interior. El volumen de cuentos estaba firmado por un señor que no conocía: se llamaba Richard Yates. 

Comprendí de inmediato en qué mesa iba a ubicar este libro de tapa gris con fotos de varias sillas vacías en la portada. Supe, por ejemplo, que no se lo recomendaría a la señora recién salida de la peluquería que dejaba su auto estacionado en doble fila en la puerta de la librería los sábados, ni a aquel señor elegante que iba a tomar café con amigos al Expreso Pocitos. 

Cuando imaginé candidatos para recomendarles el libro de Richard Yates, en cambio, visualicé a una pareja de psicoanalistas que aún mantenían la costumbre de comprar y leer libros de poesía. Lo tenía más que claro, cuando vinieran yo les leería la contratapa de aquella edición que era de Emecé: «Admirado por sus colegas de la época y los escritores del presente, Once tipos de soledad confirma a Yates como uno de los autores emblemáticos de nuestro tiempo y lo convierten en un clásico, precursor de narradores de la talla de Richard Ford y Raymond Carver». Esa misma tarde se llevarían el libro para su casa. 

Yo también terminé por comprar el libro de Yates, haciendo uso del descuento que teníamos por ser empleadas de ahí. Desde los noventa me había hecho fan de Raymond Carver, Richard Ford y Lorrie Moore. Si me apuraban, yo decía a quien me lo preguntara que el realismo sucio norteamericano, también llamado minimalismo, era mi estilo favorito en literatura. Estaba orgullosa de tener en mi biblioteca un carísimo volumen de cuentos llamado Antología del cuento norteamericano con hojas de papel biblia, una delicadeza de edición que correspondía a Galaxia Gutemberg. También amaba a John Cheever y a John Updike... ¿Cómo no iba a gustarme Yates? Era lógico que sucediera. 

El libro me gustó. Su humor era bastante oscuro. El escenario era el Nueva York de los años cincuenta. Casi todos los personajes estaban en situaciones clave, en las que sus vidas podían dar un giro absoluto. En general, sus cuentos estaban narrados en tercera persona por un narrador omnisciente. Los personajes eran casi siempre menores de cuarenta: escritores por encargo, secretarias sin ambiciones, empleados a punto de ser despedidos, parejas a punto de casarse, divorciados, soldados tuberculosos, esposas tan infieles como devotas, hombres alcohólicos y violentos. Todos ellos habían intentado ser buenos ciudadanos, buenas parejas, pero en algún momento habían renunciado a lograrlo.    

A fines de los cincuenta y principios de los sesenta existía cierto malestar en la clase media norteamericana. Los años de posguerra y la promesa de prosperidad contrastaban con las ansiedades y los miedos del ciudadano promedio. Las heridas que dejó la guerra, así como la inseguridad que se sentía ante posibles escenarios apocalípticos se escondió tras montañas de películas y publicidades que no hacían más que alimentar el sueño americano. Las instituciones familiares quedaron hechas trizas, el desencanto crecía. Aquellos que podían darse el lujo mostraban un exagerado consumismo. Este escenario, como el agua de lluvia que cae dentro de una piscina abandonada, sucia y llena de hongos, fue el caldo de cultivo para que naciera la literatura de Richard Yates. 

Mentirosos enamorados (1981), su segundo libro de cuentos, es también muy recomendable. Para describir el estilo de Yates, podría citar como primera referencia que se me viene a la mente el libro Nueve cuentos, de J.D. Salinger, publicado originalmente en 1953. Ambos eran contemporáneos. Varias de las historias de estos escritores transcurren en la ciudad de Nueva York. Tanto Salinger como Yates estuvieron en la Segunda Guerra Mundial. Con veinticinco años, Salinger participó en el desembarco de Normandía, el famoso día D. Durante el último tramo de la guerra, Richard Yates contrajo tuberculosis en el frente, tuvo una larga convalecencia en un hospital de veteranos, vivió un tiempo en Francia y, al regresar a Estados Unidos, su país natal, se dedicó a la escritura. Eso fue a partir de 1953. La guerra fue un trauma transformador en la vida de ambos escritores: según varios de sus estudiosos, las experiencias bélicas fueron un antes y un después en sus vidas y, en cierta forma, en la génesis de sus obras venideras. 

¿Qué más sabemos de la vida de Richard Yates? Nació en Yonkers, Nueva York, en 1926 y se crió en Manhattan. Como el personaje John Fallon de su cuento «El hombre B.A.R», durante la Segunda Guerra Mundial sirvió en el ejército estadounidense. Al igual que Harry de «Ningún dolor» (uno de los mejores cuentos de Once tipos de soledad), Yates contrajo tuberculosis y estuvo en un hospital de veteranos de guerra. Cuando volvió a Estados Unidos se casó. Luego se fue a Europa, donde empezó a escribir gracias a un subsidio de guerra. Nuevamente en Estados Unidos, trabajó en la agencia de noticias United Press y en la fábrica de máquinas de escribir Remington Rand. A principios de los sesenta, Yates se mudó a Hollywood y escribió numerosos guiones. Tuvo muchos trabajos para ganarse la vida: fue redactor publicitario, escribió los discursos de Robert Kennedy hasta poco después del asesinato de JFK, e incluso fue profesor en los talleres de escritura de la Universidad de Iowa. Se cuenta que a esta altura el escritor ya estaba divorciado y con problemas respiratorios a causa de la tuberculosis, fumaba como una estufa, bebía fuerte y constantemente, y con frecuencia no comía.

Sin paz, su gran novela de 1975, tiene un comienzo bastante deprimente: «Todo empezó a ir mal para Janice Wilder a finales del verano de 1960. Y lo peor, diría ella después, lo terrible, fue que todo pareció ocurrir inesperadamente». A continuación, y… sí, ¡alerta spoiler! describe el increíble diálogo telefónico de Janice con su alcoholizado esposo. Ella le pregunta si aún está en el aeropuerto. Él no se da cuenta desde dónde habla, «Desde una cabina telefónica, y mis piernas están a punto de…» responde, hasta que ella concluye por los datos que él suelta que su marido está a la vuelta de la esquina de la casa de ambos. Él le confiesa que no puede volver a casa porque no le ha comprado ningún regalo a su hijo y, además, entre miles de razones, porque la ha engañado varias veces con una chica. Sorprende la intensidad del periplo que vive el protagonista a partir de ese momento: alcoholismo, internación en una institución mental, abandono del matrimonio para empezar un affaire con una avispada chica que lo vinculará con el mundo del cine. «¿Cómo pudo haber inventado a este nivel de detalle diálogos y situaciones tan sórdidas y peculiares?» me pregunté. Realmente me sorprendió. Y es que muchas de las historias de Yates están sacadas de su propia vida, quizá por eso resultan tan convincentes. Su credo es escribir sobre la verdad y sobre nada más que la verdad. Al terminar de leer esta novela entiendo por qué Yates no está en la lista de bestsellers: no todo el mundo tiene ganas de profundizar en el dolor, la frustración y la insanidad mental como lo hace este escritor. 

Saco la conclusión de que John Wilder, el exitoso vendedor de publicidad protagonista de Sin Paz, merece un lugar al lado de Frank Bascombe de Richard Ford, o del Conejo de John Updike. Al igual que estos personajes, John Wilder se aburre de su cómoda vida burguesa y pronto inicia un descenso a los infiernos: adicciones, infidelidad, divorcio, búsqueda existencial, exploración de la sexualidad y de la propia vocación hasta traspasar el límite de lo que se considera normal. 

Y a esta altura necesito citar un artículo del escritor argentino Rodrigo Fresán sobre la biografía del escritor norteamericano que nos ocupa, A tragic honesty: the life and work of Richard Yates. En esta nota Fresán cuenta que el autor de la biografía, Blake Bailey, da pruebas de que su biografiado se nutría de sus conocidos para ficciones que resultaron ser más o menos «su sórdida autobiografía mejorada por una prosa elegante y romántica: “Bajarse los pantalones en público”, definía Yates, y agregaba: “Todo lo que he escrito sucedió de un modo u otro. Mi gran mérito es haber sabido verlo”». En esta biografía citada por Fresán se cuenta cómo fueron los últimos días de la vida de este hombre autodestructivo. Yates acabó sus días en un departamento infestado de cucarachas y con el manuscrito de su última y todavía inédita novela metido dentro de la heladera para protegerlo de un posible incendio. Trabajaba entonces en una novela que se llamaría Uncertain Times, centrada en su experiencia como amanuense de Robert Kennedy, pero que nunca pudo terminar.

Yates murió en 1992 solo y olvidado en Birmingham, Alabama, víctima de un enfisema pulmonar y de su adicción al alcohol. El interés por la obra de Richard Yates despertó luego de su muerte, porque además fue reivindicado por escritores que lo consideraron un maestro, como Carver y Ford. De hecho, durante mucho tiempo, se consideró a Yates un escritor de escritores. Publicó siete novelas y dos libros de cuentos y recibió muy buenas críticas. Nunca fue un éxito de ventas, incluso durante años sus libros dejaron de editarse, permanecieron inconseguibles. Esta historia cambió un poco después de que el director Sam Mendes adaptara en 2008 la primera novela de Yates, Revolutionary Road* (1961), sobre los sueños rotos de una pareja, y la llevara al cine con Kate Winslet y Leonardo Di Caprio en los roles protagónicos. 

«Si en mi obra hay un tema, sospecho que es uno simple: que la mayor parte de los seres humanos están irremediablemente solos, ahí es donde reside la tragedia» dijo Richard Yates en una entrevista publicada un poco antes de fallecer. 

Rosa Montero, en un artículo publicado en El País a propósito de una novela de Yates, reflexiona: «Permaneció en el limbo de los olvidados hasta que, hace algunos años, los críticos comenzaron poco a poco a rescatarlo. Pero podrían no haberlo hecho; Yates y sus libros maravillosos podrían haberse perdido para siempre. Me pregunto cuántos grandes escritores estarán por ahí, flotando en la oscuridad de nuestra desmemoria».

*No se pierdan el delicioso ensayo introductorio a Revolutionary Road publicado en el libro de ensayos Flores en las grietas, de Richard Ford. 

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