Diálogo del presente con todo lo que fue
«La llamada», de Leila Guerriero, o cómo alumbrar la oscuridad
Por Soledad Gago / Viernes 23 de agosto de 2024
Intervención sobre detalle de portada de «La llamada» (Anagrama, 2024).
Soledad Gago lee La llamada (2024) y analiza cómo Leila Guerriero reconstruye todas esas mujeres que son parte de Silvia Labayru. O cómo se alumbra una historia oscura, llena de matices, y se generan nuevos sentidos, algo que el buen periodismo narrativo sabe ofrecer.
«Lo que hacemos es siempre muy parecido: yo llego, ella habla de determinados temas (de algo que vio en Netflix o en el cine, de un libro, de las vacunas, de los viajes, usualmente de todas esas cosas juntas) en algún momento enciendo el grabador, le hago preguntas, fijamos una fecha para el próximo encuentro, nos despedimos».
Así pasa el tiempo durante un año y siete meses: una periodista —Leila Guerriero— se encuentra con una mujer —Silvia Labayru— y le hace preguntas. Escucha. Anota algunas cosas —«Usa un suéter marrón de cuello alto, un pantalón marrón, es primavera pero hace frío»— mira, insiste, vuelve a preguntar. Intenta entender: ¿quién es esa mujer que mira con ojos de un azul imposible?¿ quién es esa mujer, hija de un padre militar y de una madre que le cuenta con detalles sobre sus amantes? ¿quién es esa mujer que estudió en el mejor colegio de Buenos Aires? ¿quién es esa mujer «rubia, celeste, valiente y combativa»? ¿quién es esa mujer que militó para Montoneros, la organización guerrillera más importante de la historia argentina? ¿quién es esa mujer que rompió el corazón de un hombre? ¿quién es esa mujer que fue secuestrada, torturada y violada por los militares durante la dictadura de 1976? ¿quién es esa mujer, que sobrevivió, que se liberó, que se exilió en España? ¿quién es esa mujer a la que los suyos acusaron de traición? ¿quién es esa mujer que formó parte del primer juicio por crímenes de violencia sexual cometidos en un centro clandestino?
Una periodista se encuentra con una mujer y le hace preguntas. Pasa el otoño, el invierno, la primavera, el verano, otra vez el otoño, otra vez el invierno, otra vez la primavera. Pasa una pandemia, pasan las vacunas, pasan los barbijos, y ella sigue. Insiste. Quiere saber. ¿Por qué? Solo ella sabe. ¿Para qué? Solo ella sabe.
«Hay una pregunta que hacen siempre: ¿Por qué elige las historias? ¿Con qué criterio? Quizás con el peor de todos. Una abstrusa y soberbia necesidad de complicarse la vida, y, al final, vencer. O no», escribe Leila Guerriero, periodista argentina, en la página 22 de La llamada. Un retrato (Anagrama, 2024), su último libro, un perfil (y algo más que eso) de Silvia Labayru.
En esas líneas hay un intento de respuesta —insiste por el impulso, por una razón casi egoísta imposible de explicar—, pero, después de leer las 430 páginas de La llamada, hablar de una «abstrusa y soberbia necesidad de complicarse la vida» para responder por qué conversó con una mujer y su entorno durante un año y medio, por qué escribió su historia en un libro, por qué, en definitiva, hace lo que hace, resulta un argumento débil, un poco vacuo. Entrevistar a alguien así —como lo hace Leila Guerriero, con tanta fuerza, con tanta devoción, con tanta obsesión— implica dejar algo propio en el camino, perder alguna cosa. Escribir un libro así, como este, también.
La llamada no es solo un perfil (un retrato, como lo llama la autora). Es la construcción de una época a través de la historia de una mujer. La individualidad está al servicio de algo que la trasciende. Silvia Labayru no es solo Silvia Labayru. Es ella y las mujeres secuestradas, es ella y las personas torturadas, es ella y todos los sueños y todas las ideas y todas las contradicciones. Es ella y un tiempo.
Leila Guerriero —como ya ha hecho antes en libros como Opus Gelber y Una historia sencilla, o en la infinidad de perfiles que ha escrito y publicado en medios como El País Semanal o Gatopardo, en que también es editora— escarba en la historia de Silvia —la niñez, la relación de los padres, la adolescencia, los primeros novios, la militancia, la amistad, las armas, el secuestro, la tortura, la violación, los militares, el nacimiento de su hija en el centro de torturas, la culpa, el exilio, la vida allá y acá, el presente, las contradicciones, el gusto por los animales y por el deporte, el apartamento del piso 15 en Buenos Aires— hasta deshacerla, en el mejor de los sentidos, hasta alcanzar todas sus partículas, tomarlas, examinarlas, ponerlas a dialogar con el mundo y, finalmente, devolverlas como algo nuevo.
De eso, posiblemente, se trate el periodismo —de mirar—. Eso —generar un nuevo sentido—, tal vez, sea la literatura. Y en ese encuentro se mueve, siempre, Leila Guerriero. En eso que algunos llaman periodismo narrativo y ella llama periodismo literario, en esa zona que no es ni una ni otra cosa, pero que es las dos al mismo tiempo. En ese lugar que requiere dominar lo mejor de cada una.
Ya lo hizo antes, en cada uno de sus libros. Pero, en La llamada, hay algo que se expande, que alcanza su máximo: como si todo lo que hubiese hecho, hubiese sido para escribir este libro, para contar esta historia, que está hecha de capas y capas y capas, que se teje en un dispositivo complejo que siempre se mueve en los grises.
Por otro lado, este libro tiene una particularidad: está construido a través de las conversaciones con Silvia y con otras personas que completan su historia, que la contraponen, que le dan verdad —algo que es recurrente en la autora—, pero, también, a través del proceso de la periodista, que está presente de una forma mucho más explícita que en cualquiera de sus libros anteriores, que en cualquiera de sus textos. En este, Leila muestra, cada tanto, una parte del proceso, de lo que en general no cuenta, devela una pequeña parte de su secreto para dar luz alguna sombra de la entrevistada: «Le pregunto por la tortura con mucha más facilidad con la que le pregunto por las violaciones»; «El momento de cotejar las versiones es incómodo»; «Sé que Hugo Dvoskin no está de acuerdo con que escriba sobre ella»; «Aunque trato de imaginar otros sitios [...] no muchos en los que pueda preguntar las cosas que empiezo a preguntarle (finalmente le preguntaré barbaridades en un bar cualquiera porque demostrará, una y otra vez, que mis prevenciones son innecesarias —ella aguanta— y, porque, por otra parte, si voy a hacerle daño, da igual el sitio en el que se lo haga)».
En 1957 Rodolfo Walsh, periodista argentino, publicó Operación masacre, un libro sobre una serie de fusilamientos clandestinos ocurridos en Argentina en 1956, que se transformó, también, en la primera obra de largo aliento denominada como no ficción, es decir, en la primera publicación de periodismo literario —aunque haya quienes digan que la primera fue A sangre fría, de Truman Capote, publicada nueve años después—. Luego vinieron otros. Y entre ellos está Leila Guerriero, alumbrando algunas sombras.
Veinte páginas después de decir que elige las historias por la necesidad de complicarse la vida, la autora dice otra cosa: elige las historias para intentar responder preguntas que flotan en el viento desde hace décadas. Alguna vez, en una entrevista —o en varias— dijo algo así: que escribe porque no tiene otra manera de entender el mundo.
Así lo ha hecho con cada uno de sus libros. Pero esta vez parece haber algo más: escribe porque el pasado todavía late, porque aún quedan cosas por contar. Porque la mirada —dice el periodista Roberto Herrscher— también se construye en el diálogo del presente con todo lo que fue.
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