Portfolio de artistas visuales
Álbum de creación: Powerpaola
Por Powerpaola / Jueves 04 de mayo de 2023
«Quería dibujar esas historias sobre ruedas, de todas las bicicletas que me han acompañado», escribe Powerpaola (Quito, 1977) sobre el libro de historietas Todas las bicicletas que tuve (2022). La artista plástica, historietista e ilustradora colombo-ecuatoriana no solo comparte notas de un proceso puramente a mano, sino que también nos muestra imágenes de esa cocina.
Todas las Bicicletas que tuve
Todo empezó ese día que estaba hablando con mi amiga Marcela, enumeré todas las bicicletas que me han acompañado desde niña y de lugar a lugar. Que tal vez solo estuvieron por un periodo corto, o como la Giant que lleva doce años a mi lado.
Marcela me dijo que nunca había aprendido a andar en bicicleta; se había comprado una y quería andar en ella lo más pronto posible. Me sorprendió que no hubiera aprendido siendo niña. Para ambas era una escena cómica ser dos adultas en una calle solitaria de Belgrano, yo llevándola en la parte de atrás de Aurorita y ella manteniendo el equilibrio. Marcela aprendió pronto y hoy en día anda en su propia Aurorita por todo Buenos Aires.
Creo que estas escenas aparecieron en una misma semana, de sopetón: me robaron Aurorita del balcón justo cuando le había hecho el service, poco después de que Marcela aprendió en ella; me caí de la Giant y por último me atropellaron de una manera bastante suave, por suerte, nada grave en ese momento, pero me hizo tomar una decisión que se ve que había quedado gestándose en algún lugar de mi inconsciente y lo que más me motivaba era ver todas las metáforas que tenía ese objeto en mi vida, desde la primera bicicleta, que me regaló mi mamá, y que para mí fue el regalo más valioso que me han dado en la vida: la Independencia. Quería dibujar esas historias sobre ruedas, de todas las bicicletas que me han acompañado, sabiendo que me iba a meter en un gran desafío: dibujar bicicletas, enfrentarme otra vez a contar una historia larga, que es casi siempre saltar al abismo, sostenerse en el aire, enfrentándose a la vida misma, a dibujar y a escribir.
Tomé la decisión de dejarme llevar como si estuviera en mi propia bicicleta, no tenía muy claro el objetivo, ni hacia dónde debía ir, quería que la escritura y el dibujo, la línea, la pulsión, me llevaran, como cuando me pierdo en un nuevo barrio y descubro nuevos lugares y encuentro nuevas imágenes.
Casi siempre hago mis libros como si ya fueran objetos finales y, si en algún momento llega un editor a interesarse, que vea en esa libreta dibujada y escrita a mano un libro listo y hecho por mí misma sin ninguna máquina de por medio; me gusta trabajar con los límites del espacio de la página y aceptar los errores como parte de los procesos.
La libreta en la que comencé a dibujar Todas las bicicletas que tuve es una libreta hecha a mano, toda blanca, con un papel brillante que parecía auspicioso; me la regaló Pablo Besse (q.e.p.d.), mi compañero de dibujo y aventuras por casi siete años.
La libreta era muy hermosa, pero era muy difícil dibujar en ella; aunque parecía que fuera la libreta ideal para trabajar con tinta resultó tener un papel que no absorbía bien y si dibujaba con lápiz no se podía borrar porque quedaba marcado y la mancha de tinta luego no se quedaba en esa zona. Dejaba ver todos los errores, las huellas, más que dibujo era pintura, era materia, estaba viva. Lo loco es que yo misma decidí meterme ahí, para aumentar los desafíos. Siempre he pensado que el sufrimiento en el arte es hermoso, porque nadie muere por ello, es un sufrimiento que solo lo entiende uno y que esas ganas de solucionar esos errores o entender esos procesos se conectan con algo vital, con algo que te habla de tu propia experiencia con el presente.
Fue un proceso lento, que duró casi cinco años, pues mientras hacía eso, también hacía otras cosas para sobrevivir.
Para terminarla me tomé una semana sola en una residencia artística: Wabi Sabi en Tigre. Me fui con la libreta dibujada y escrita hasta la mitad, la tinta, pinceles, una libreta con anotaciones, comida para una semana y un libro de Chris Kraus, I Love Dick. Ahí dibujé y escribí todos los días desde que salía el sol hasta el anochecer. La terminé sola frente al río.
Cuando volví a Buenos Aires esa noche anunciaron que había una pandemia y que todos nos teníamos que encerrar, la libreta quedó guardada hasta que en 2022 me puse de acuerdo con varias editoriales amigas: Musaraña (AR), Lote 42 (BR), El Fakir (EC), La Silueta (CO) y Sexto Piso (MX y ES) y la publicamos en simultáneo.
Uno nunca sabe dónde la línea puede llegar.
GALERÍA DE IMÁGENES
Productos Relacionados
También podría interesarte
¿Es posible la creatividad a partir del dolor ajeno? El dibujante francés David B., en su novela gráfica Epiléptico, traduce en viñetas en blanco y negro su infancia marcada por la epilepsia de su hermano mayor. Rodolfo Santullo recomienda esta historia autobiográfica que parte de la estigmatización y el dolor ante una enfermedad sin cura, pero al mismo tiempo se revela para el autor como el origen de sus dotes creativas.
Nuevas miradas rescatan obras del pasado, y Shirley Jackson sigue presente en nuestras estanterías, esta vez a través de la novela gráfica La lotería. El dibujante y nieto de la escritora Miles Hyman adapta uno de sus cuentos más conocidos y escandalosos, con un cuidado dibujo y respeto por el texto original, que recomienda Rodolfo Santullo.
Aladino, Simbad, Alí Babá, y también Hâsib. El ilustrador francés David B. escoge el cuento menos conocido de Las mil y una noches, «Hâsib y la reina de las serpientes», para convertirlo en una colorida, detallada e hipnótica novela gráfica, recomendada por Rodolfo Santullo.
De entre los posibles regalos para estas fiestas, Rodolfo Santullo elige la historieta y nos recomienda una selección de 4 títulos de tradiciones gráficas y narrativas muy diferentes: desde la biografía en cuadritos de la fotógrafa comunista Tina Modotti hasta la ciencia ficción estadounidense de la DC Comics y otros ejemplos en el Río de la Plata.
La historia del arte ha manifestado que en Japón existe una sensibilidad particular y sublime por el detalle, el fragmento, la sombra o la fractura, sensibilidad elogiada en El hombre sin talento cuyo protagonista se dedica a la venta de suiseki: piedras que por su forma evocan un paisaje o naturaleza mayor. Rodolfo Santullo nos habla de esta novela gráfica y su excepcional autor.