Literatura infantil para adultos
De bosques y jardines: la presencia de la naturaleza en la LIJ
Por Virginia Mórtola / Sábado 30 de enero de 2021
Ilustración de Maite Mutuberria para portada de «Arbolidades» (Kalandraka, 2020)
Un reino de insectos, flores y aves; una selva de texturas y tonalidades; una posibilidad para el descubrimiento y una tierra fértil para la curiosidad de niñas y niños habitan los jardines, los de verdad y los literarios. Virginia Mórtola nos invita a descalzarnos, a activar la vista y el olfato, para pasear por los bosques y jardines de diferentes publicaciones.
Hay un silencio
que guarda
la música del mundo:
la siesta borda
el camino a las amapolas
y a las libélulas.
Ema salta
del silencio
al mundo que flota
al otro lado de las palabras
La música del mundo, el otro lado de las palabras; quizá flote en un universo lúdico donde habita lo posible, lo que aún no ha sido mencionado. Ema es la niña protagonista del libro de poesía Ema y el silencio (FCE, 2016), escrito por Laura Escudero e ilustrado por Roger Ycaza, ganador del Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2015. Ema pasa de página en páginas rodeada de árboles, flores, pájaros, insectos, medusas y ritmo. De este lado del mundo todo parece transcurrir en el jardín de su casa.
Una característica importantísima de la literatura infantil y juvenil es la incorporación de nuevas áreas temáticas. Durante los años sesenta y setenta, y en especial a partir de los ochenta, aparecen nuevos temas en los libros para niñas y niños. En La formación del lector literario (Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2009:201) Teresa Colomer analiza estos cambios y escribe: «Los temas sociales escogidos y la manera de tratarlos responde a una constelación de valores formada por la libertad, el respeto y la tolerancia, así como por la defensa de una vida placentera para el individuo. En muchas obras se aborda el tema del poder autoritario, se denuncian las formas de alienación y explotación generadas por la sociedad industrial moderna, se reivindican las formas de vida en armonía con la naturaleza y se defiende a los sectores socialmente débiles o diferentes de la mayoría (personas inmigrantes, explotadas o de otras razas)». Todos estos temas se vinculan con la búsqueda de una mirada igualitaria y amorosa sobre los otros humanos, los seres vivos y el espacio que habitamos.
Si bien la naturaleza siempre estuvo presente en la LIJ, cambiaron los enfoques. Los bosques han sido escenarios privilegiados por su simbología agazapada en infinidad de árboles donde vive lo desconocido. Lobos, brujas, seres extraordinarios han encontrado en ellos su hábitat. Desde la oralidad, Caperucita, Blancanieves, Hansel y Gretel, Yorinda y Yoringuel, Basilisa, han sido envueltos por sus ramas. Allí estuvieron, como escenarios, siendo parte del relato, ofreciendo contextos a los personajes. Pero la reivindicación ecológica surge en los ochenta. La lupa se posa en árboles, hojas, frutos, océanos. En los últimos años, la reivindicación se vuelve oda, homenaje a los universos microscópicos y fantásticos que ofrece, a sus ritmos poblados de paciencia y espera, a la belleza y lo insólito del mundo natural que nos rodea y del que somos parte. Ahora los bosques, cobran dimensiones sensoriales. El Huemul (Comunicarte, 2014), escrito por Perla Suez e ilustrado por Natalia Colombo, es un claro ejemplo de este giro.
Me acuerdo del día que entré
en el bosque,
estaba descalzo, pisé la tierra
húmeda,
el suelo era blando y se hundía
bajo mis pies.
Escuché un pájaro que llamaba,
shoam, shoam, y decidí seguirlo.
Un niño avanza descalzo entre los árboles y las sensaciones se presentan con potencia a través de todos los sentidos: el suelo húmedo, el canto de los pájaros, el río que fluye, la lluvia que lo cubre. Hasta que descubre al huemul, este animal se presenta como un espíritu del bosque y provoca una completa experiencia de encuentro con la naturaleza.
Creí que en los ruidos del bosque estaban todos los ruidos del mundo. Olía a la lima y a la madreselva, y me dieron ganas de revolcarme en la tierra. Ahora podía ver en las nervaduras de una hoja los ríos que corrían dentro de mí. Me miré en el agua y yo era un huemul.
En estos días la Fundación Cuatro Gatos dio a conocer los libros seleccionados del 2021. En el afiche aparece un gran felino de hojas y dos niños que corren a sumergirse en su verdor. Esta imagen potente es coherente con esta tendencia. Y varios de los libros seleccionados tienen a la naturaleza como eje central. Solo mencionaré dos:
En Tiempo de otoño (Bookolia, 2020), de Concha Pasamar, el lector acompaña a una niña, en «el ritmo rojizo, el espacio cálido, el tono lento del otoño». A través de detalles mínimos se revela el paso del tiempo. En Poemario de campo (Libros del Jata, 2019), de Alonso Palacios con ilustraciones de Leticia Ruifernández, con gran sencillez, nos invita a maravillarnos y ser parte de la naturaleza. Los poemas, muy breves, ilustrados con acuarela, se detienen en insectos, aves, árboles, flores y frutas. Entre los sugeridos por este premio, están: Bienviento, (Ojoreja, 2019) de Roberta Iannamico, ilustrado por Sabina Schürmann; El rey del bosque (Nórdica Libros, 2020), de Margarita del Mazo, con ilustraciones de Rocío Martínez; Sueños en el jardín (Amanuta, 2019) de Raquel Echenique; y Arbolidades (Kalandraka, 2020), de David Hernández Sevillano, con ilustraciones de Maite Mutuberria. En las páginas de Arbolidades, nuevamente, nos adentrarnos en un bosque de fragancias, colores y sonidos «que evocan la belleza de lo perenne y el frescor vigoroso de la tierra». Este libro es ganador del XII Premio Internacional Ciudad de Orihuela de Poesía para niñas y niños y es una verdadera oda al encuentro con el lenguaje de las plantas.
Orígenes
Para fabricar las vainas de algarrobo,
el árbol
toma luz,
toma lluvia,
toma tierra,
toma los cuatro puntos cardinales
y ama de memoria…
Las semillas de las vainas del algarrobo
jamás olvidarán de dónde vienen.
Los jardines se volvieron espacios privilegiados de este universo y comenzaron a aparecer en los libros como macachines en abril.
Mi jardín
Mi reino
Mi imperio
Un cuadradito de cielo que se guarda
en el bolsillo antes de regresar a casa
Así comienza Mi jardín (Pípala, 2010), de Zidrou, con ilustraciones de Marjorie Pourchet. En este libro, un charco se convierte en un océano con monstruos marinos o piratas. Los pompones de diente de león vuelan a la espera de deseos. El niño protagonista recorre el jardín con sus plantas sanadoras y sus universos fantásticos quedan ligados a los juegos y descubrimientos de la infancia. Recuerdos entrañables que esperan en un bolsillo para volver a ser palpados. El jardín vinculado a los recuerdos, desde otra óptica, aparece también en El jardín del abuelo (Océano Travesía, 2012), de Lane Smith. La voz de un niño en primera persona cuenta la historia de su bisabuelo que empezó a perder la memoria. «Pero las cosas importantes, las recuerda el jardín». El bisabuelo, como el hombre manos de tijeras, recortó sus arbustos dando forma a todos los sucesos de su vida. El niño admira y juega entre plantas-recuerdos y el jardín se vuelve un reflejo de su cuidador. El pequeño jardinero (Impedimenta, 2015), de Emily Hughes , es una inmersión en la tierra y sus riquezas. Para el pequeño jardinero su jardín lo es todo y se dedica mucho, pero no se le daba muy bien la jardinería. Detalle humorístico, que refuerza la devoción por ese universo de flores y lombrices. Un jardín (Abuenpaso, 2016), escrito por María José Ferrada e ilustrado por Isidro Ferrer Soria, es un libro desplegable, que nos cuenta en sus pliegues retazos de sueños. Cada noche, el señor Wakagi sueña con un jardín y se transforma en los seres que lo habitan. Se despliega un escenario de naturaleza en el que aparecen ramas, hojas, flores y varios animales, incluso un conejo, salpicados de viento, lluvia, sol y estrellas. La obra de la escritora chilena María José Ferrada flota toda en un ambiente de higos, grillos, árboles que se vuelven muebles para habitar las casas, luciérnagas, nubes. El idioma secreto (Kalandraka, 2013), ilustrado por Zuzanna Celej y galardonada con el V Premio Internacional Ciudad de Orihuela 2012, es un poemario sobre los dones de la naturaleza y los recuerdos entrañables de la niñez.
Pasé la tarde sentada en la rama más alta.
Y entonces lo supe.
Fui corriendo a contárselo a mi abuela.
El cerezo que crecía en nuestra huerta
sostenía la tierra
en su columpio de raíces.
En Cuando fuiste nube (FCE, 2019), con Ilustraciones de Andrés López, Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2018, al igual que en libros anteriores, impera la contemplación de lo pequeño desde una voz que se detiene a observar el mundo con una mirada asombrada.
Ahí, en el límite entre el primer jardín
y lo demás
antes del día y de la noche
nacieron las luciérnagas.
Y hay más, muchos, muchos más.
La poesía ha sido un espacio fértil para que brotan versos con plantas y seres diminutos. Bosques con aromas nuevos, jardineros de todas las edades, espacios vegetales que andan al ritmo de las pausas, que siembran recuerdos, favorecen el cuidado y la admiración del universo que nos rodea. Jardines de día y jardines en la noche. Lugares donde habita lo posible.
Estas notas terminan con Ema, nuestra niña del inicio, y el fin de su día justo cuando culmina el libro:
Sobre la almohada, un jardín:
mariposa,
hormigas,
arañas
Sobre la cama:
Pluma de pájaros
Caminos de caracol
Una flor
(…)
Ema trae entre las manos
semillas nuevas
Para que broten nuevas las palabras
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