En mi mayor
Detrás y delante del gran hombre: Brix Smith
Por Tüssi Dematteis / Viernes 29 de junio de 2018
Brix SMith en 1985. Foto: Jeff Veitch
Brix Smith Start en una narración optimisita y divertida acerca de su vida, su carrera, sus amores y su eterno brillo, tanto en la alta sociedad como en el underground más punk. Una historia reciente, escrita y piblicada un poco antes de la muerte del líder de The Fall, Mark E. Smith, presentada por Tüssi Dematteis.
La muerte de Mark E. Smith, vocalista y líder de The Fall, a principios de 2017, terminó con la saga semisecreta, inimitable y tercamente impopular de la que puede haber sido la banda de culto por antonomasia, el símbolo de la integridad artística y la inoperancia comercial, la leyenda de la banda llamada The Fall. Pero habría que repetir lo de «la banda», porque la figura de Smith fue tan central y decisiva, que podría considerarse a The Fall como simplemente el nombre artístico de un proyecto individual como Nine Inch Nails, The Eels y otras decenas de seudoagrupaciones colectivas. Sin embargo, Smith era un no-músico, un poeta y un artista lleno de ideas, pero incapaz de tocar ningún instrumento o siquiera diferenciar notas, por lo que, durante los cuarenta años que The Fall existió, el proyecto dependió en forma esencial de sus acompañantes. Mark Smith alguna vez hizo alarde de lo siguiente: «Si soy yo y tu abuela tocando los bongos, es The Fall», y en cierta medida es cierto, pero la verdad es que nunca fue simplemente él y la abuela percusionista de alguien, sino que uno de sus talentos fue el de saber reconocer músicos diferentes y creativos que llevaran al lenguaje musical sus ideas, o que aportaran las suyas. La (merecida) fama de intratable de Smith, su visión única y el hecho de que por las filas de The Fall pasaron más de sesenta músicos han cimentado la concepción del rol totalmente subalterno y sustituible de sus compañeros, pero lo cierto es que, si en algunos aspectos fue así, el cantante mancusiano siempre dependió de los talentos y visiones de músicos como Craig Scanlon, Steve Hanley o Julia Nagle, responsables de las estructuras compositivas y el sonido —y a veces las palabras— de ese milagro siempre igual y siempre cambiante que fue The Fall. Pero, excepto para los auténticos fans y seguidores de la banda, todos estos nombres y rostros son más bien intercambiables, irreconocibles y opacados por el ceño fruncido de Mark E. Smith. Todos con una excepción: Brix Smith, guitarrista, vocalista y compositora de la banda en el breve lustro en el que The Fall amagó con volverse un grupo exitoso.
Brix Smith, nacida Laura Sallenger, ingresó a The Fall en 1983, sin tener conocimientos musicales mucho más amplios que los del cantante, y sin mucho más mérito que el de haberse casado con él, un par de meses después de haberse tropezado con Smith en un bar de Chicago y haberle contado que estaba comenzando a componer canciones. El ingreso de Brix en la banda podría ser —y tal vez lo fue— considerado un acto de nepotismo, pero el efecto estético fue instantáneo, porque es difícil imaginarse una pareja más disímil: ella era una diminuta, luminosa y vivaz judía californiana, crecida en la alta burguesía de Hollywood; él un alto y sombrío poeta proveniente de la clase obrera católica de Manchester. Ella amaba el lado más pop del punk, el glamour y las melodías gancheras, él prefería el krautrock, las disonancias y el gris violentamente urbano. Ella era bellísima, él, intensamente feo. Es decir, una química contrastada pero infalible, que hizo de lo que se conoce como «los años de Brix» (entre 1983 y 1989, con un breve retorno a mediados de los noventa) el período más exitoso y funcional de The Fall, y el único en el que la banda pareció ser capaz de despegarse de su deliberada mala suerte, hasta que el colapso del matrimonio Smith produjo la salida de Brix y el comienzo de otros periplos menos notorios.
The Rise, The Fall and The Rise, autobiografía de Brix Smith Start (también se agregó el apellido de su segundo esposo a su nombre), es el relato generalmente jovial de la experiencia de ser parte de The Fall, pero, también —es un libro más bien extenso—, de toda una vida en contacto con la excepcionalidad; desde su niñez y adolescencia privilegiada, y próxima al ámbito hollywoodense, a su pasaje por el hipercool rock de vanguardia; pero, también, su inesperado ingreso a la alta burguesía inglesa —a partir de su noviazgo con el violinista clásico Nigel Kennedy, relación que la llevó a codearse tanto con la realeza británica como con el mundo del fútbol profesional—, su exitosa incursión en el mundo de la moda, su participaciones televisivas, el regreso a la música y toda una vida inmersa simultáneamente en la celebridad mediática y el prestigio underground. Sin embargo, es esto último —como lo indica el nombre del libro y la foto que ilustra su portada que la muestra en el escenario— lo que parece pesar más en su repaso vital de mediana edad, y a Brix parece importarle mucho más el haber compuesto el riff de «R.O.D.» y otros temas de The Fall, que el haber cenado con Lady Di o ser amiga de Gary Linecker.
La escritura de Brix es, como suele suceder, muy similar a su imagen pública, es decir, graciosa, entusiasta y algo estridente, aunque un tanto desbalanceada en algunas extensiones descriptivas y embellecimientos literarios. La guitarrista surfea con honestidad y sin victimismos aspectos muy oscuros de su vida, incluyendo abusos sexuales, depresiones y desórdenes alimenticios serios de los que deja ver la cima del iceberg sin caer en esa mezcla de queja y vanagloria que es habitual en las autobiografías rockeras con relación a sus facetas más extremas. El tono es siempre positivo y optimista, aunque deja asomar un cierto dolor no superado con relación al fracaso definitivo de su proyecto artístico-sentimental en The Fall. El libro fue escrito y publicado antes de la muerte de Mark E. Smith, lo que hace particularmente triste la narración de los últimos —y fallidos— intentos de comunicarse con su exmarido y líder grupal, y que culminan con una nota melancólica esta narración que, por otra parte, es siempre luminosa y nunca se deja filtrar por el resentimiento. No es un libro de ajuste de cuentas o de reivindicación de un rol más notorio, sino de valoración y orgullo del que se cumplió, y que el mundo todavía está muy lejos de apreciar en su justa medida.
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