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desmitificando la muerte del libro de papel

El papel versus la electrónica

Por Federico Ivanier / Domingo 08 de abril de 2018
Si te pasa como a nosotros, que dos por tres temés por la vida del libro en papel porque te agobia tanta tecnología en pantalla, no te preocupes, Federico Ivanier viene a asegurarnos larga vida a las historias en papel con esta nota.

Creo que a todos nos gustan, de vez cuando, las teorías del fin del mundo. Yo las llamo así: «teorías del fin del mundo», en un toque medio dramático, pero es nomás porque afirman que se viene el fin de algo. Doy ejemplos: cuando apareció el libro en nuestras vidas (primera pantalla personal de la historia, seguramente), se dijo: adiós tradición oral. Cuando apareció el cine, adiós teatro. Cuando apareció la tele, adiós cine. Cuando apareció Blockbuster, adiós tele. Cuando apareció el libro electrónico, por supuesto, salió eso de que se acababa el libro de papel.

En todo caso, lo admito, a mí me encanta la teoría de que van a desaparecer los libros de papel y los epubs van a dominar el mundo, en particular porque nunca creí demasiado en ella y siempre me fascinaron aquellas teorías en las que no creo mucho. Lo cierto es que, al menos por ahora, la venta de ebooks parece haber caído o cuando menos haberse desacelerado en el último tiempo (depende de cómo se hagan las cuentas), mientras que los libros en papel continúan creciendo al firme y se hallan en excelente estado de salud.

No sé si alguien tiene posta una respuesta para explicar el por qué. En cierto sentido, es fácil establecer hipótesis y todavía habrá que ver cómo sigue la cuestión, pero el libro, ese objeto hecho de papel y tinta, sigue mandando y estando demás. Incluso para las «generaciones jóvenes», los «nativos digitales». Sí, para ellos también.

De hecho, contrariamente a lo que podría pensarse, las generaciones jóvenes han jugado y juegan un papel fundamental en la supervivencia de los libros en papel. En mi experiencia personal, esto es así: la teoría de que los libros de papel son dinosaurios en vías de extinción ha sido esgrimida siempre por alguien mayor de cuarenta años. Y también aquello de que leer un libro en un dispositivo electrónico es formidable ha sido establecido en exclusiva por conocidos de varias décadas en el planeta. Y cuando me cruzo con personas más jóvenes, cosa que hago bastante, tanto por mi trabajo como docente como por mis visitas a instituciones educativas en cuanto escritor, me encuentro con lo contrario: con el disfrute del libro de papel.

Podrá decirse: Okey, pero es nada más que una experiencia personal, una sensación individual. Sí, claro, aunque bastante ajustada con datos recolectados más en un nivel global. Según ellos, parece que las generaciones jóvenes están saturadas de pantallas y de electrónica…, entonces, recurrir a un libro en papel resulta un descanso, un lugar donde zafar de tanto píxel. Y, si se lo piensa, la verdad, suena bastante lógico. Ya bastante tenemos con Whatsapp, e-mails, redes sociales y trabajo como para además seguir prendidos a un aparatito incluso cuando queremos leer para relajarnos. Por ahí, lo que necesitamos es zafar de la pantallita electrónica, los links y la hiperconexión.

Es que, incluso hoy, el libro de papel sigue siendo una tecnología imbatible en muchos aspectos. ¿Acaso alguien vio un libro de papel que se quede sin batería? ¿Uno que sea complicado llevar a la playa porque puede joderse con la arena? ¿Uno que se llene de virus? No. De arranque, el libro de papel es una tecnología que funciona y funciona bien, de manera estable y predecible.

Además, el libro de papel gana como objeto: es hermoso. Es lindo comprarlo, sacarlo de una biblioteca, tenerlo en tus estantes. Es bueno verlo ahí y recordar lo que viviste con esa lectura. Está bárbaro llegar a la casa de alguien y revisar sus libros, está buenísimo que lo hagan en tu casa. Abre canales de conversación. Todo gracias a que el libro no es un archivito, sino un objeto físico.

En un mundo donde lo directo y físico escasea, el libro de papel se mantiene como un estandarte, dándote ese placer estúpido y pueril, pero real, de ir pasando las páginas, de avanzar, de anunciarte el final. De recordarte todo lo que recorriste. Nada de eso se consigue con el porcentaje de lectura que te marca tu tablet o celular.

Y está lo táctil: la textura del papel, de las tapas. Y está lo olfativo, en el perfume que tiene un libro nuevo, uno ya leído, uno que tiene mucho tiempo, uno que está recién sacado de la funda, uno que le perteneció a alguien querido. A mí, hasta me encanta ver las tapas de lo que leen los demás. Para formarme una idea de si podría estar bueno. Para ver si es algo que leí. Eso jamás pasaría con una tablet. Los libros de papel sirven hasta para mandarte la parte, mostrando que leés (y que sos culto) y lo que estás leyendo. Un libro pop-up es y será una maravilla de papel, un libro álbum rinde mejor en papel, lo mismo con un cómic.

Dicho esto, también es verdad que hay un mercado de libros digitales y no parece tampoco que ellos estén por desaparecer. Por suerte. Bienvenidos sean. Bienvenidos sean para sumarse a los libros de papel, porque la cuestión no es uno o el otro, sino saber que tenés ambos y que podés elegir en cada caso. No hay teoría del fin del mundo: hay teoría de coexistencia, como coexisten el cine, Netflix y hasta la televisión por aire y por cable. Los libros electrónicos mejoran la oferta, en todo caso, y permite que varios autores puedan autopublicarse. ¿Y por qué no? Bienvenido sea. Pero no para sustituir nada.  

Sí, los libros de papel a veces son pesados (si querés irte de viaje y llevar cinco libros para leer, obvio que es más fácil llevar una tablet), juntan polvo, a veces terminan sobrecargando tu casa, todo eso es verdad pero, ¿y qué? ¿Quién dijo que vinimos al mundo para que todo sea práctico y punto? Si todo fuera así, no deberíamos enamorarnos jamás, porque seguro, a la larga, se vuelve poco práctico. No deberíamos ser hinchas de un club de fútbol o una selección: es poco práctico. Igual que leer una historia imaginada por alguien, con personajes ficticios y hasta lugares ficticios. ¿Qué ventaja práctica tiene algo así? Y, sin embargo, ahí está. Esperándonos. Y acompañándonos.

Por suerte, para mí, en libros de papel.  

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