El mal de la tristeza
Lágrimas de sangre ante el fin del mundo
Por Rodolfo Santullo / Viernes 13 de setiembre de 2019
¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo que te apasionara realmente? ¿Y si el mundo se acabara? La humanidad está siendo afectada por un virus de depresión y tristeza que si para algunos supone la muerte, para otros es un negocio. Rodolfo Santullo nos recomienda la novela gráfica Hoy es un buen día para morir, una distopía que se adentra en las profundidades del alma
El madrileño Colo hace en Hoy es un buen día para morir una notable obra de ciencia ficción distópica, hermosamente editada por Dib-buks, una lectura tan densa como contundente.
Hoy parece «más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo» reza la frase popularizada por el filósofo Slavoj Žižek pero que le pertenece al crítico y teórico literario estadounidense Fredric Jameson. Y Fin del Mundo más Capitalismo –sí, con mayúsculas, es tal su importancia– son los dos ejes sobre los que gira esta imponente novela gráfica de Colo (Jesús Colomina Orgaz, nacido en Madrid en 1968) y lo de «novela gráfica» no es, por una vez, un membrete editorial sino que «novela» le corresponde por completo, por la complejidad de su trama, el profundo desarrollo de sus personajes y lo extenso de su desarrollo (casi 400 páginas de historieta, se dice fácil).
Estamos apenas unos pocos años –muy pocos, casi que podríamos creer que es apenas un presente paralelo, apenas distorsionado– en el futuro. Hay cierto aire a futuro distópico, a Blade Runner, a Soylent Green. Clima a película de John Carpenter o historieta de Alan Moore y David Lloyd (sí, V de Vendetta y 1984 están bien presentes). Pero nada muy grave o no más grave que el capitalismo nuestro de todos los días –«es la economía, estúpido»– que rige los destinos de la gente, sus futuros, sus vidas, la información que manejan, aquello que hacen o que pueden hacer pero frente a lo cual siempre podemos rebelarnos –o simplemente, vivir– escribiendo una novela, grabando un álbum de música o manteniendo abierto nuestro puesto de comida callejera pase lo que pase, llueva o truene. Es en este contexto que una farmacéutica –poderosísima– descubre en una instalación en la Antártida –y suenan específicos los acordes a The Thing– un virus congelado hace millones de años que ha vuelto a la actividad. Un virus que te mata de tristeza, nada menos.
Y claro, qué otra cosa va a planear la farmacéutica sino enriquecerse con ese virus, al punto de que es más fácil imaginar el fin del mundo que la posibilidad de enriquecerse. Y mientras este gran argumento macro se pone en movimiento, tenemos decenas de argumentos micro: la banda de música que graba su disco y la vida individual de sus cinco integrantes; el padre de la guitarrista de esa banda que es un escritor por completo en blanco; el director inescrupuloso de la farmacéutica y el asesino despiadado que es su sicario; el ejecutivo de la misma empresa que asiste impotente a los sucesos; el cocinero callejero que juega al Mentiroso con sus clientes mientras les cuenta anécdotas fantásticas. La construcción de todos y cada uno de ellos es fenomenal. Colo realmente prepara y presenta un mundo para poder hacer un fin del ídem y que uno sienta realmente que presencia –y siente– todo lo que pasa con la cercanía de lo terrible.
Y en cuanto a su dibujo, no cabe duda que es un virtuoso. Heredero de una escuela americana-europea –hay presencia de Frank Miller (las miles de pantallas de TV que van retratando la situación internacional recuerdan al Dark Knight Returns) pero también de Enki Bilal y de maestros de la línea clara– lo inmenso de esta obra desborda en páginas complejas de dieciséis viñetas o tremendas splash pages que sacan el aliento. Aliento que vamos perdiendo ante la negrura demoledora de su argumento, de ese fin del mundo que no podríamos impedir ni siquiera queriendo, porque simplemente no da beneficios hacerlo.
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