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Difusión

Leé un fragmento de «Tierra de amor y ruinas», de Oddný Eir

Por Escaramuza / Miércoles 07 de octubre de 2020

Compartimos un fragmento del libro Tierra de amor y ruinas, de Oddný Eir (2011; Sexto Piso, 2019), un relato escrito en forma de diario íntimo que recoge las vivencias de una joven de treinta años tras la crisis islandesa, un viaje a las ruinas familiares y a la tradición del país nórdico, en una estrecha relación ecológica y afinidad con la naturaleza.

Oddný Eir (Islandia, 1972) estudió Filosofía Política en la Universidad de Islandia y en La Sorbona. Lleva años trabajando en el mundo del arte, como profesora universitaria y galerista. Ha colaborado con la artista islandesa Björk como letrista en sus álbumes Biophilia y Vulnicura. Es autora de cuatro novelas y de varios ensayos y poemarios. Tierra de amor y ruinas, publicada originalmente en 2011 y traducida a nueve lenguas, fue finalista del Premio de Literatura de Islandia, ganó el Premio Islandés de Literatura de Mujeres y el Premio de Literatura de la Unión Europea.


STYKKISHÓLMUR, INVENCIÓN DE LA SANTA CRUZ

Ya han llegado a la isla casi todas las aves migratorias. Los chorlitos dorados se desperdigan por los henares de las granjas y los zarapitos cantan preludios de Bach. He estado dibujando para entretenerme. Tratando de dibujar una casa. También he intentado dibujar un orden social, un vínculo orgánico entre conjuntos independientes. No sé si mi esquema queda claro, es un proyecto ambicioso. Pero en una crisis como la que estamos viviendo, la búsqueda de una vivienda propia se solapa con la búsqueda de una nueva estructura social. En ambos casos, la pregunta es cómo vivir de forma autosuficiente manteniendo a la vez una relación nutritiva con los demás.

Recuerdo mis viejos tiempos en la Rue de l’Hermitage, cuando me empeñaba en encontrar la tranquilidad, alquilar un apartamento e ir a por las llaves hasta el fin del mundo para después verme en cama con mononucleosis. Quería aprovechar el tiempo para encontrar de una vez por todas la respuesta a la pregunta sobre el mejor formato de vivienda. Dejé vagar mi mente tratando de encontrar una planta que simbolizara un hogar y un estilo de vida, de vida sentimental. Me parecía que las violetas iban bien encaminadas. Pero, ahora que caigo, las violetas casi siempre crecen debajo de grandes árboles, en las umbrías o en los cementerios, así que será mejor buscar otra flor. He probado a dibujar formas geométricas: unicornios, tricornios, cuadricornios, pentacornios, hexágonos, heptágonos, octógonos, pero no ha valido para nada, no he llegado a ninguna conclusión. También he trazado círculos con un bolígrafo penoso.

Un día me llamó Rupert, el metafórico osito, para decirme que quería mostrarme unos dibujos suyos. Se pasó a verme, con una bufanda amarilla alrededor del cuello. Dejó una enorme hoja de papel en blanco sobre la mesa de la cocina de l’Hermitage, me mostró el ángulo azul del número áureo y me explicó con las manos cómo se creaba la tridimensionalidad. «¿Puede uno irse a vivir a esa inmensidad?», le pregunté. Él asintió agitando una cajita de arándanos y me dijo: «Ya lo creo, ahí es donde vivo yo». Me entraron ganas de mudarme con él. Tal vez me ofuscara que fuera un osito tan atractivo. Me ofreció unos arándanos, pero me dijo que no conocía la dirección y que, además, tenía que irse corriendo, había quedado con un experto en creación de formas.

Se dejó la bufanda. Desprendía un dulce olor a algas, así que la usé para enrollar y atar los dibujos que tenía en casa, como unos maderos arrastrados por el mar. Recuerdo que cuando se hubo marchado, me puse a estudiar para el examen oral. El otro día eché un vistazo a uno de los textos que entraban en el examen y me asusté al ver lo mucho que había apretado el lapicero al subrayar la frase: «El lenguaje es la casa del Ser».

Es innegable el daño que me ha hecho la filosofía. Pero ya no hay excusas: ¡tengo que sacar el hacha y el arado o lo que sea que uno saca cuando quiere ponerse a salvo! ¿Una hoz y un martillo? ¿Una cruz y un pie de cabra? ¿Uñas y dientes? En todo caso, viene bien recordar que debes tratar de ponerte a salvo tú misma al tiempo que pones a salvo al país. ¿No es un poco extravagante intentar salvar el país sin haber puesto primero los pies en la tierra? Recuerdo que mamá me hablaba a veces de la extravagancia, yo no sabía ni lo que era, me parecía una idea bastante ambigua.

 

HERGILSEY, DÍA DE LA MADRE

¿Se puede saber qué le pasa a ese hombre tuyo? ¿Es que no piensa salir de su cueva y enderezarse como una persona? El arqueólogo llegó ayer por la mañana, parecía preparado para ir a la guerra, con su nueva capa de piel, ancha y encerada. Traía una bolsa de croissants calientes.

Yo no había dormido y no estaba de humor, sentía la necesidad de defender a mi querido cavernícola de ese grito provocador. No todo el mundo tiene el valor de explorar la soledad para mirarse a los ojos, como está haciendo él. Sé que renacerá, confío en él plenamente. «¿Sí? ¿De verdad confías tanto?», me preguntó antes de contarme la historia de los siete hombres que se metieron en una gruta de Éfeso durante el Imperio bizantino y durmieron allí durante doscientos años hasta que unas jóvenes los encontraron y los sedujeron para que salieran. Debería aprender esos trucos de seducción. Pero ¿qué soñarían durante todo ese tiempo? «Tendrás que averiguarlo antes de dar el siguiente paso», me dijo sonriendo mientras yo preparaba el café y calentaba la leche. «¿No te ibas ya?», le pregunté para devolvérsela.

Nos sentamos en el césped a tomar el café. Me propuso que lo acompañara a la isla de Hergilsey, donde nuestro querido Gísli Súrsson había pasado un año escondido. Tenía que catalogar unas ruinas junto con otros arqueólogos. También quiere presentarme a su nueva amiga, que llegará a la isla esta noche.

Salimos con la barca recordando nuestra admiración por Gísli y Auður y cómo jugábamos a ser ellos en los viejos tiempos, él hacía de él y yo de su mujer. Mamá nos cosió unos sayos y papá nos hizo unas espadas y unos escudos para que nos defendiéramos de quienes nos pudieran perseguir durante nuestro exilio.

Y aquí estamos, cada uno en su tienda; es imposible salir con este viento y esta lluvia, las tiendas apenas soportan los embistes. Quería ir a por piedras para colocarlas sobre las piquetas. Se está poniendo nervioso, no sabe si los demás van a poder venir, en cuyo caso nos quedaremos atrapados aquí. Está sufriendo por su amiga. Yo también estoy un poco intranquila porque tengo que enviar un mensaje. Pensé que habría cobertura.

Aquí vivió Hergill Culo de Botón. Su hijo Ingjaldur vivió con su propio hijo, conocido como Ingjaldur el Necio, en el llamado «cerco del Necio» o en el «refugio de Ingjaldur». En aquella época, la gente de la isla se dedicaba a la pesca en botes de remos, al procesado de pescado, la ganadería y el cultivo de verdura. Puede que no fueran grandes tierras agrícolas, pero daban muchos otros beneficios.

Ya se han catalogado cinco magníficas ruinas de huertos con sus correspondientes canales de irrigación. Se sabe que por los escollos de Oddbjarnarsker, que se distinguen entre la niebla, había un buen número de refugios de pesca. Seguramente había una gran actividad en primavera y otoño.

 

HERGILSEY, DÍA DE PAGO DEL FORRAJE*

Mi hermano ha entrado en mi tienda con un termo lleno de whisky ahumado, aunque, bueno, más que «termo» debería llamarlo «petaca». Ha podido contactar por teléfono con los demás y advertirles de la tormenta. Pasarán la noche en Stykkishólmur. Nos hemos arrepentido de haber tenido tanta prisa por llegar los primeros, de lo contrario los podría haber alojado en mi apartamento.

Hemos hablado un poco sobre el espacio personal necesario para respirar. Le he insistido en que no se precipite a convivir de nuevo y me ha dicho que justamente le apetecía pasar una temporada en el vacío, o en un espacio en blanco. Aun así, sospecha que comenzará a convivir con otra persona más pronto que tarde. Tendrá que llevarse el espacio en blanco, pieza por pieza, a su lugar de convivencia. Le he dicho que yo ya he tirado la toalla después de todas mis maravillosas convivencias que quedaron reducidas a ruinas. Siempre sentía que me ahogaba.

La próxima vez me gustaría probar una especie de convivencia a distancia, es decir, vivir en el mismo país, en la misma ciudad, e incluso en la misma casa que la persona con quien tengo una relación, pero tener mi propio hogar, vivir en un apartamento distinto al suyo. Así podría hacerle visitas y, a la vez, invitar a casa a las personas que más quiero. «¿Crees que te puedes permitir un estilo de vida tan francés?», me ha preguntado. «Bueno, seguramente no, pero es que…». Quizá merezca la pena prolongar una relación en lugar de tener que mudarse continuamente.

«¿No quieres tener un hijo? ¿O varios?», me ha preguntado a continuación. «Sí», le he respondido. «Entonces igual deberías empezar a pensártelo». Lleva muchos años aconsejándome que no atrase demasiado lo de tener hijos ya que es lo más importante que una persona puede hacer en esta vida. «Sí, sí, espero tener esa suerte».

«¿Y dónde piensas poner la cuna si convives a distancia? ¿En tu piso o en el de tu amante? ¿Quién se despertará para atender al bebé? A veces hay que pasarse toda la noche despierto. ¿Y al cabo de cuatro días no se convertirá uno de los pisos en una especie de rincón donde estar castigado contra la pared?».

No he entendido la pregunta. «Ya sabes, un lugar al que pueda ir uno de los dos después de alguna discusión».

Siento que mi teoría de la convivencia a distancia se desvanece. ¿O no? ¿No podemos hacer turnos para despertarnos? ¿Hace falta que todo el mundo esté despierto a la vez? «No, supongo que no, no lo sé», ha respondido. «Es bueno dividir y turnarse, pero igualmente tienes que estar ahí para el otro. Es complicado. ¿Cómo puedes encontrar tu propio espacio, o un remanso de paz, en esas circunstancias?». «Me temo que eso no es posible», me ha dicho con cierto aire triste antes de dar un buen trago de whisky.

¿Era hospitalaria la gente de estas islas? Quería saberlo todo sobre aquella vida, pero mi hermano hablaba con tanta dulzura que me quedaba dormida, como cuando papá nos leía la Saga de Nial. Entre el sueño y la vigilia me imaginaba la vida en las islas, oía alguna palabra, visualizaba establos de verano en los pastizales, túmulos, pozos y molinos. ¿Ruedas de huso?

«¿Han hallado ruedas de huso? ¿Y broches? ¿Broches celtas? ¿Has encontrado algún broche de plata? ¿Cómo se llamaba aquella mujer que iba y venía remando? Era una heroína, ¿no? O, vamos, una campeona». «¿Te refieres a Guðrún de Galtarey?».

Era un balanceo adormecedor de lo más agradable. Él seguía contándome cosas aunque me estuviera quedando dormida porque yo se lo pedía, por favor, cuéntame más y perdona que no te escuche con demasiada atención. Qué lujo que te den conocimientos como de un biberón.

«Sí, sí, y la artista Tove Jansson vivía en la isla Klovharu, en las costas de Finlandia, donde pasaba los veranos escribiendo. Con la mujer que amaba. Eso es: amantes, islas y tinta. Sin olvidarnos de la imprenta de la isla Hrappsey, que amenazó el monopolio tipográfico de la sede episcopal de Hólar…».

*Eldaskildagi. Día en que los granjeros pagaban con ganado a los terratenientes el forraje del que habían podido disponer en invierno. Correspondía al 10 de mayo. [N. del T.]


Eir, Oddný. Tierra de amor y ruinas. Traducción del islandés de Fabio Teixidó. México: Sexto Piso, 2019, pp.31-37.

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