Fuera de juego
Los platos, lavalos vos
Por Mintxo / Miércoles 27 de noviembre de 2019
Es indiscutible que en los últimos años las mujeres se han hecho más presentes y visibles en espacios tradicionalmente ocupados por varones, y el fútbol no es una excepción. Mintxo nos recomienda leer Guerreras. Fútbol, mujeres y poder, de la arquera y socióloga Gabriela Garton, para comprender las desigualdades en este deporte y, sobre todo, imaginar otras formas de hacer fútbol.
A esta altura del partido nadie puede dudar de que el fútbol femenino es revolucionario.
Conquistar espacios, poner el corazón y el cuerpo para hacerse lugar en las canchas, pararse con la cabeza en alto donde se impone una identidad masculina fuertísima que siempre creyó que ahí, en su lugar, no era posible que las mujeres participaran o fueran protagonistas, es revolucionario.
Pisar la pelota de fútbol, ese deporte central en la vida de este lugar del mundo —clave hasta para definir la identidad nacional—, para pensarse en otras instancias en las que construir vínculos, cambiar códigos y lógicas de vida sea posible, es revolucionario.
Hacer del deporte el derecho fundamental al juego, usarlo como herramienta de inclusión social para lograr concretar otras cosas, generar pertenencia, entender que las transformaciones son colectivas y que los cambios son posibles, con el objetivo supremo de que eso, la pelota con las mujeres todas juntas, puede ser una herramienta vital para erradicar la violencia de género, es revolucionario.
Las mujeres más chicas se lo creen: llegan a las prácticas vestidas de futbolistas. Las más grandes fueron quienes transitaron caminos que, entre otras conclusiones, demostraron que se puede romper el estereotipo mujer-madre, mujer-tareas domésticas. Ahora pasaron de espectadoras a jugadoras. El fútbol femenino parece abrir la esperanza de que la vida pueda ser mirada con otro cristal. Le hacen frente a las necesidades corriendo siempre desde atrás, con menos recursos, espacios y posibilidades que el fútbol de varones —ese que escupe comentarios sexistas. Sea individual o colectivamente, la práctica del fútbol las mantiene a todas juntas brotando como semillas, reforzando la autoestima, con más miradas libres y menos cabeza gachas. Eso también es revolucionario.
Todo esto ha sucedido en poco tiempo. Si bien en otros lados del mundo el fútbol femenino está bien posicionado, en Argentina y en Uruguay el boom es bastante reciente. La explosión definitiva quiere decir la que va para adelante y no para más. Hasta no hace mucho era impensado que en nuestro país se pudiera jugar un mundial, pero sin embargo pasó: la Copa Mundial Femenina Sub-17 fue una realidad entre Colonia, Maldonado y Montevideo, aunque otros se hicieran los distraídos. Era impensado, también, dicho por las mismas protagonistas, que en Argentina el fútbol femenino contara con chances de ser profesionalizado. Sin embargo, ahora lo es. Lo es como principio, como paso primero para todo lo que falta, pero lo es. Es certeza y con certezas se vive mejor.
Gabriela Garton es licenciada en Estudios Hispanos y magíster en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural. Además, es arquera de la selección femenina argentina. Su reciente libro, Guerreras. Fútbol, mujeres y poder (Capital Intelectual, 2019), es fundamental para entender varios porqués del fútbol femenino. Está escrito con la agudeza de la sociología y con la sensibilidad de los botines puestos; va de frente contra lo patriarcal establecido, visiviliza desigualdades, refleja los estereotipos de género que padece el fútbol, a la vez que otorga herramientas y propuestas para seguir buscando, luchando, un fútbol mejor.
Este libro, Guerreras, habla de conquistas, pero no se ancla en el pasado, sino que habla en presente y hacia el futuro. En su interior se puede descubrir los inicios, el desarrollo y la actualidad del fútbol femenino argentino; también la historia de un club en particular, el UAI Urquiza, un equipo nacido desde las vías del tren que se fusionó con una universidad; aborda el concepto del amateurismo —hay que leer con atención la definición de «marronismo»—; habla de mirar en la educación más allá del fútbol y, además, dedica un capítulo entero a las experiencias de las jugadoras. Y es gráfico, como dice la cita inicial en las conclusiones: «El fútbol es todo para mí, para muchas de nosotras. Lo tomamos como hobby, pero nos hace mierda o nos hace felices».
Por eso y mucho más, entre el césped y la academia, este no es un texto que pide, sino que propone. No quiere cualquier fútbol ni a cualquier precio. Va más allá: parece no interesarle el de la beneficiencia y la caridad. Muy por el contrario, desea el conquistado y ocupado, porque por eso el fútbol femenino es revolucionario.
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