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Crónicas

Otro viaje: Periodistán solo bien se lame

Por Mintxo / Viernes 21 de abril de 2023

La literatura de viajes debe instar a moverse, a ir tras los pasos de quien la escribió. O, por lo menos, a imaginarse el periplo. Mintxo reseña Periodistán – Un argentino en la ruta de la seda (Futurock, 2020), de Fernando Duclos, va de forma imaginaria por esas rutas y le vienen ganas de tomarse unos mates con el autor.

Tomaría unos mates con Periodistán. Puede ser un vino, unas birras, un refresco, agua; no sé qué toma. Digo un mate porque, sin entrar en la discusión de caldera o pava, el amargo es lo que nos hermana. Además, cebada, va cebada viene, el mate te da tiempo. Y tiempo, justamente, es lo que se necesita para hablar sobre viajes.

Acabo de cerrar Periodistán. Un argentino en la ruta de la seda (Futurock, 2020) y por eso pienso en el mate, que no es otra cosa que pensar en una excusa para hacer preguntas sobre cosas que anoté en la libreta mientras el mozo, cansado, relojeando el tarjetero, me trae un café que parece barro. El ventanal es claro, refleja Uruguay; pero a la vez es una sensación rara, porque no hace más de 15 minutos estaba en Estambul, hace 25 en Omán bailando cumbia, ayer o anteayer levantando la bandera de Gagauzia o tratando de entender en boca del pueblo la ambigüedad de Georgia con Iósif Stalin, a la sazón Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, el Padrecito de los pueblos.

Periodistán. Un argentino en la ruta de la seda es un libro hijo de una crisis, una crisis como puntapié de otra cosa. Su autor, Fernando Duclos, o sea Periodistán, dejó atrás su vida algo monótona en España y se lanzó al vacío con unos ahorros que tenía: desde los Balcanes y las exrepúblicas soviéticas de Asia Central hasta el nudo musulmán de Irán, Afganistán y la Península Arábiga. ¿Qué locura, no? Una locura maravillosa.

No es un viaje al santo botón, no vende espejitos de colores que tienen 35% off con tarjetas de crédito. Quiero decir: Periodistán tiene un propósito con sus crónicas. Mientras viaja, su objetivo es contar con perspicacia lo que va viendo, lo que está sintiendo, en la mayoría de los casos lejos de la mirada turística, acartonada. Por ejemplo, conozco un montón de gente que ha ido a la región de los Balcanes y todos cuentan más o menos lo mismo. Entonces un mate y la pregunta que se me ocurre, ¿por qué detenerse en Gagauzia? Busquen dónde queda Gagauzia, si son curiosos, san Google los ayuda. Van a encontrar un punto en el mapa, en el mejor de los casos un punto con un poco de contexto. En este libro —o gracias a Periodistán— pueden encontrar la vida de ese punto, «el incesante y vasto universo», la historia caminada, la voz de los sin voz. Un mate con Periodistán para levantar la bandera de Gagauzia.

Hay mérito ahí. Hablar de los Balcanes, de las exrepúblicas soviéticas de Asia Central, de Medio Oriente y de la Península Arábiga sin caer en lugares comunes no se ve todos los días. Desde Occidente se bombardea mucho todo aquello, se habla sin saber, sin sensibilidad, hasta con cierta altanería se cree que lo de acá está bien y lo de allá está mal. No es este el caso. Con buena utilización de las técnicas periodísticas y gracias a un productivo relevamiento histórico de los lugares de paso, Periodistán. Un argentino en la ruta de la seda es una invitación para conocer el lado B.

En el medio de su viaje, Periodistán se olvidó del motivo que le provocó el peregrinar. No importa el porqué. Lo genial de esto es que uno se deja llevar por las decisiones de quien, desde ese momento o tal vez desde el inicio, parece un personaje de ficción con el que empatizamos, nos sentimos cómodos, nos dejamos llevar. Ya no nos importa: queremos saber más, que nos cuente como si estuviéramos en un fogón, que dé detalles de aquella geografía, de más cuestiones políticas —como cuando se para en Kosovo, entre bares y plazas, para explicar por qué España no reconoce a Kosovo (porque si no tiene que reconocer a Cataluña)—, que cuente sobre el método goergiano de elaborar vino, que aclare por qué «Estambul tiene todo» o por qué le parece que la seda es «invencible, atractiva y refinada».

Más allá de que uno puede suponer que fue la Ruta de la Seda y qué sucedió en esa enredadera de caminos que iban de Europa a Asia y viceversa, este libro se corre de ese margen y también presenta lugares que nadie ve o que, más sencillo, son desconocidos. Podría detenerme en Irán y los dimes y diretes sobre si ahí «son todos terroristas» o hacer una parada en una ciudad que tiene una calle con nombre del presidente yanqui que mandó destruir ese país; bien podría, porque son historias contadas con cercanía en este libro, pero no. Me voy a detener en lo desconocido, en el pueblo X que Periodistán describe, insinúa, da datos, pero no devela. Lo busqué, pero no lo encontré. Y por eso, ese pueblo X —o esa herramienta literaria— es lo que me despierta las ganas de agarrar la mochila y emprender el viaje. Y si leer un libro de viajes te da ganas de viajar, misión cumplida. Por eso los mates.

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