Crónicas
«30/9»: William Carlos Williams, Kauai y la delicada imperfección de la espuma
Por Rosario Lázaro Igoa / Miércoles 26 de febrero de 2020
Entre el Atlántico y el Pacífico, entre versos y lenguas, entre la bruma salada y la tierra frondosa, Rosario Lázaro Igoa nos espera con un poema. Desde la isla de hawaiana de Kauai, nos invita a leer al poeta estadounidense William Carlos Williams en la traducción poética de Octavio Paz.
Fue recién hace poco tiempo que observé al verbo aislar. Reconocer al sustantivo isla ahí adentro fue una sorpresa. Las islas me han inquietado por demasiado tiempo. Durante la niñez, el cruce a nado a la Isla La Tuna era la mayor intrepidez que un ser humano era capaz de emprender en el Cabo Santa María. Íbamos en velero con mi padre y yo observaba absorta a los valientes exploradores (el trayecto que hay que nadar es de pocos metros, hay que decirlo, pero eso no le quitaba unicidad a la gesta). Más tarde, deseaba navegar a la Isla del Coco, una porción diminuta de tierra frente a Costa Rica que aparecía en una de las Geomundo que mi abuelo compraba. Cuando pude viajar sola, me saqué las ganas de aterrizar un par de veces en Kauai, una de las islas del archipiélago hawaiano, llena de flores de plumería, montañas verdes, olas turquesas y corales extremadamente vivos. Para rematar la cadena de islas, pasé diez años viviendo en el Desterro, o Florianópolis, y hubo ocasiones en las que estuve meses sin cruzar hacia el continente. Las islas parecen remotas, aisladas, pero también están sitiadas por un mar que siempre es el mismo.
De entre todas las islas a las que hice mención, quizá la que más ha definido la imagen de su clase sea Kauai. Es lugar en el que se apoya mi imaginación al pensar sobre el asunto. Una y otra vez. Hay un poema maravilloso de William Carlos Williams que viene a cuento. Tiene por título la fecha, «30/9», y es de la serie «The Descent of Winter», una especie de diario poético que Williams escribe al volver de Francia hacia Estados Unidos. Es otoño de 1927 y el Atlántico Norte debe de haber estado congelante en aquel momento. Por el registro, es uno de los primeros días a bordo. Octavio Paz lo elige como único poema para traducir en Versiones y diversiones, antología monumental de sus diálogos poéticos con otras lenguas. El ir y venir de las olas hamaca los versos: «No hay olas perfectas / Tus escritos son un mar / lleno de faltas de ortografía / y de sintaxis. Plan. Revuelto» (p. 205). Bilingüe, la edición permite la odiosa e irresistible tarea de increpar al poeta-traductor y sus excesos, o descuidos, que igual no opacan ni por lejos la preciosidad de los diálogos establecidos.
Tanto en inglés como en español, en ningún momento «30/9» es en el Atlántico, sino en medio del Pacífico, a cuatro mil kilómetros de California hacia el Ecuador, y casi a la misma distancia de Alaska al sur. Un punto verde rodeado de azul. Isla redonda con el calor del trópico como una nube alrededor de todo. El valle de Hanalei con las plantaciones de taro y la cadena de montañas contra el mar en la costa Nā Pali son de una radicalidad verdosa. Isla de islas: «Un centro distante de la orilla / tocando por las alas / de pájaros casi silenciosos / en revoloteo perpetuo». Durante los meses de invierno, las tormentas chocan de frente contra los arrecifes de coral. Grotescas, las olas son enormes, la fluctuación aumenta: «Tristeza del mar / olas como palabras, todas rotas / siempre un mismo caer y levantarse». Hay atardeceres tan soberbios que cuesta creer que sean verdad. Recuerdo caminar contra el viento lleno de salitre: «Me inclino espiando el detalle / de la cresta precaria, la delicada / imperfección de la espuma, las yerbas / amarillas —cada cosa idéntica a la otra». Se impone cambiar yerbas por algas, anoto.
Recuerdo la impresión al ver los corales por primera vez. Esas rocas llenas de vida. La sensación casi aterradora de que algo tan macizo pudiera estar creciendo invertebrado bajo el agua. Cientos de miles. El color chillón de las colonias, capaces de abrazar a una isla entera. Escribe Williams, traduce Paz: «No hay esperanza —si no es una / isla de coral que lentamente se forma / en espera de pájaros que dejen caer / las semillas que la harán habitable».
Paz, Octavio. Versiones y diversiones. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2014.
También podría interesarte
La aridez de la tierra se enfrenta al copioso feijão tropeiro y la soledad de gauchos y vaqueros se encuentra con las lecturas de Rosario Lázaro Igoa. Acompañamos a la escritora uruguaya hasta la región brasileña de Minas Gerais con la guía de Guimarães Rosa y su novela Grande Sertão: Veredas: el Sertón es del tamaño del mundo.
Las casas desde el tren y desde la ventana los viajeros: Rosario Lázaro Igoa colecciona recuerdos, pasajeros e imágenes que la transportan entre Bélgica y Francia hasta la estación De vidas ajenas, un libro de Emmanuel Carrère en el que se cuela, a través de la ventanilla, entre sus personajes y ausencias.
Bruce Chatwin viajó toda su vida por el mundo y en un momento se convirtió en escritor. Se carteaba con Susan Sontag, Werner Herzog, Thomas Bernhard, Salman Rushdie y George Steiner, entre otros. Martín Cerisola nos acerca a su singular vida y su excepcionalidad literaria a través de Bajo el sol, las cartas de su vida recopiladas por su esposa en una edición de Sexto Piso.