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Un fragmento de «Ganas y letras», de Amir Hamed

Por Amir Hamed / Viernes 22 de diciembre de 2017
Compartimos un fragmento de «Ganas y letras», el último libro de ensayos que publicó Amir Hamed, quien falleció recientemente y ha dejado un vacío en la literatura que solo podemos llenar con su maravillosa obra.

Amir Hamed, narrador, ensayista, traductor, editor. Ph.D. en Literatura iberoamericana y Teoría, por la Northwestern University. Sobresaliente entre los escritores de la lengua castellana actual, es autor, entre otros títulos de ensayos, de Orientales: Uruguay a través de su poesía, Retroescritura, Mal y neomal: rudimentos de geoidiocia, la trilogía El alma del relato («Encantado», «Ella sí», «M») y Ganas y letras. Artigas Blues Band, Troya blanda, Semidiós, Buenas noches, América, Cielo ½ y Febrero 30 son algunas de sus obras de narrativa. Fue fundador y director de H Enciclopedia y miembro del comité editorial de su columna «Interruptor», así como de Interruptor revista. Fue también músico, creador y director del colectivo Veladas Beatnik. Rock & Reading. Fue docente e investigador en la Universidad ORT e investigador de la ANNI (Agencia Nacional de Investigación e Innovación).


MANCHA, HUECO, CANALETA                                              

 

Entra el cincel en la roca; por lo menos para la mayoría, se abrió un orificio y hay menos de piedra en la piedra. Para el que esculpe, quizá activado por la mera gana de hacer socavón, de trastornar la rigidez mineral, acaso ese primer hueco, ahí donde nada vemos, guarde ya el busto de alguien, o una alegoría, o el pitito de un ángel que va a desaguar en una fontana. Acaba de destruir algo; está creando.

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Hay un individuo de un siglo de antes, a una hora impensable, amparado por la lumbre imposible de un pabilo al que vapulea el aire filtrado por alguna hendija. Como hay sed y las musas no han sabido aterrizar entre unas pocas pulgadas de papel, ya despachó la décima jarra. Mucho vino, poca tinta, y mucho más escasos los folios. Entre lo poco que ve y lo mucho que lo empuja el vino, acaba derribando el tintero y no hay secante que pueda absorber el enchastre. La mayoría, en su lugar, maldice a los dioses acusándolos de prescindencia, crueldad o distracción. Comienza no obstante a rasgar con el filo de la pluma porque acaba de vislumbrar una silueta: «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda».

Había mancha, ahora hay hidalgo, y ya es fuerza desencadenada. No sabe dónde lo guía pero la tinta derramada es combustión para la pluma, para la única mano, para el seso. De ese manchón nacieron varios. Un hidalgo recalentado, llamado Quijano, Quesada o Quijote, que salió a la bartola hasta avivarse de que necesitaba un Sancho; un género que no existía y que cruzó los siglos bajo nombre de novela moderna; un escriba islámico, llamado Cide Hamete Benengeli; un manco transfigurado, defensor implacable de aquella primera mancha, que se proclamó Autor (del Quijote).

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El pinchazo en la roca, la cuneta en la mancha, canalizaron la fuerza. El arte, puede afirmarse, no es más que un estado de alerta hacia lo que está obrando: abrirse para que la fuerza pase. A menudo sin distinguir qué es lo que pasa, y menos aún cuál es su meta, se tiene un vislumbre de cómo conviene vaya discurriendo hacia lo ciego. Ahí, la inspiración, que consiste en esforzarse por no abortar el trabajo propio de esa fuerza, su virtud intrínseca y su tendencia, su ergon, y en acomodar el cuerpo hasta que vaya alcanzando una forma. Generalmente sin sospecharlo, el artista ha liberado un empuje que ahora lo reclama, exige, pero también lo alimenta, siempre y cuando el ergon no sea violentado. Así, al artista le cumple paciencia para ir pastoreando ese vigor. Y si eso le cumple al que esculpe, escribe o pinta, algo parejo le cumple al que contempla o lee: barruntar por dónde viene, ya que no se trata de secretos guardados en las cajoneras del artista, ni de dobladillos de su alma laberíntica. Se trata de una fuerza larvada que, al primer ojo que la active, idéntica a sí misma, saltará volcánica.


Ganas y letras
Hamed, Amir
H Editores (2017)
Páginas: 172
UYU 450

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