La hora de Clarice
Una estrella aparte
Por Salvador Biedma / Viernes 10 de diciembre de 2021
Clarice Lispector
A 101 años del nacimiento de Clarice Lispector, volvemos a acercarnos a su literatura, exquisita y salvaje, con Salvador Biedma, editor, traductor y escritor, quien compone para esta ocasión un retrato a varias voces de la autora brasileña: María Teresa Andruetto, Rosario Lázaro Igoa, Gonzalo Aguilar o Edimilson de Almeida Pereira, entre otros, recuerdan las palabras, los fragmentos, los textos que los atravesaron en la experiencia palpitante de leer a Clarice.
Cuántos escritores tienen frases intensas, concentradamente
impetuosas, de hondura poética —cuesta usar otro adjetivo— como para armar dos
volúmenes enteros con fragmentos mínimos de sus libros. Hace ya años, Roberto
Corrêa dos Santos compiló, en As palavras
y en O tempo (en castellano, Las palabras y El tiempo), casi cinco mil citas de Clarice Lispector que en pocos
casos van más allá de una oración o de una decena de palabras.
Por ejemplo, «toda palabra tiene su sombra».
O «no se puede pensar impunemente». O «esto no es un lamento, es un grito de
ave de rapiña». O «me dedico a la nostalgia de mi antigua pobreza, cuando todo
era más sobrio y digno y yo nunca había comido langosta». O «a veces en el
propio corazón de la palabra se reconoce el silencio». O «una vida es corta:
pero, si cortáramos sus pedazos muertos, queda cortísima». O: «Había una vez un
pájaro. Dios mío».
La chilena Alejandra Costamagna usó esta última
cita en el título de un cuento (y de un libro): «Había una vez un pájaro». Se
agolpan en la memoria palabras de Lispector usadas como epígrafes. ¿Cuántas citas
suyas habrá en cualquier biblioteca? No cabe duda: muchas. Esas frases con el
filo y la precisión (y acaso la extrañeza) de un bisturí resultan infinitamente
citables. De hecho, cuesta contenerse, no compartir sus destellos: «Si digo "yo",
es porque no me atrevo a decir "tú" o "nosotros" o "una
persona"», se lee en Agua viva.
Se cumplen 101 años del nacimiento de
Lispector y, como cada 10 de diciembre, en distintos países tendrá lugar el
evento La hora de Clarice para celebrar su obra. La autora nació en Ucrania mientras
su familia, de origen judío, escapaba rumbo a Brasil, adonde llegaría más de un
año después y donde ella recibiría su nombre definitivo: ya no sería Chaya,
sino Clarice. Su primer libro, Cerca del
corazón salvaje, fue premiado por la Fundação Graça Aranha. Antes de
cumplir treinta años, había publicado dos novelas más. Con un estilo renovador,
una sintaxis sorprendente, una lengua tan delicada como salvaje, siguió escribiendo
hasta convertirse en la escritora brasileña más destacada a nivel internacional.
Su obra incluye, a la vez que novelas y cuentos, columnas publicadas en
periódicos y textos para chicos.
Tal vez no convenga decir esto, pero las
frases de Lispector, con su potencia, me asombran al punto de que me cueste continuar
la lectura. Necesito frenar, releer, sentir nuevamente esas palabras. Avanzo,
entonces, muy lento. Demasiado. Sin embargo, con la novela Agua viva ocurre algo distinto: el fluir de las palabras me lleva
hacia adelante. De los libros de Lispector que leí, es el que mejor permite,
creo, avanzar con el deslumbramiento de cada frase o cada párrafo. Cito: «Hay
tanto para decir que no sé cómo decirlo. Faltan palabras. Pero me niego a
inventar nuevas. Las que existen tienen que poder decir lo que se puede decir y
lo que está prohibido». Las páginas pasan sin parar, sin perder una potencia
implacable. En cada oración hay un sentido magnético esperando, pero esos golpes
no detienen, sino que impulsan la lectura; el fragmento y el conjunto respiran
de un mismo modo.
Entiendo que esta percepción —lo que trato
de describir— es sumamente personal. Tengo en claro que, así como me fascina Agua viva, otras personas elegirían otros
libros de Lispector. Vale entonces, para configurar acaso un retrato a varias
voces, a partir de diversas miradas, preguntarles a escritores, traductores y
periodistas cuál es su texto favorito de la autora brasileña.
María Teresa Andruetto elige Felicidad clandestina. Dice que es un
libro al que siempre vuelve. Recuerda que leyó a Lispector por primera vez a
principios de los años setenta, en una antología de cuentos brasileños publicada
por el Centro Editor de América Latina. «Hay autores y, sobre todo, autoras que
me atraen, que tienen como un imán. Sé que voy a encontrar ahí cierta cosa
salvaje, cierto germen de disidencia». Aquel primer cuento que leyó se llama «Una
gallina». «Ahí estaba todo», explica. «Después la busqué, la buscaba, todavía
la busco».
Para Gonzalo Aguilar, el favorito de
Lispector es La hora de la estrella,
novela de 1977 —poco antes de que ella falleciera— de la que surge, como resulta
obvio, el nombre del evento La Hora de Clarice. Profesor de Literatura Brasileña
y Portuguesa en la Universidad de Buenos Aires, autor de numerosos libros de
ensayos, Aguilar compiló, tradujo y prologó diversas obras de Lispector. «Considero
que en La hora de la estrella Clarice
continúa con experimentaciones que venía realizando y zonas sobre las que venía
escribiendo (la intimidad, el espacio femenino, las fisuras y la sacralidad en
lo cotidiano, con una escritura precisa y con su respiración tan singular),
pero incorpora ciertas dimensiones centrales de la literatura latinoamericana:
cómo se representa al otro, cuál es la tarea del escritor, cómo se piensa la
política en una novela sin caer en el panfleto. Además, me encanta el
desdoblamiento que hace entre un escritor masculino (señal de que pensaba la
identidad femenina como algo abierto) y el personaje de Macabea, que en su
precariedad absoluta tiene momentos de brillo estelar». Aguilar elige luego una
cita de Lispector, tomada de una entrevista: «El mundo de afuera también es
íntimo». Dice que hay muchas otras frases intensas que podría mencionar, pero
en ésta se nota algo que aparece en la escritura de la brasileña desde el
primer libro: «una nueva distribución del espacio, los afectos y las
subjetividades».
Valeria Tentoni aún era estudiante cuando
empezó a leer a Clarice Lispector. «Y alteró mi sensibilidad. No es un decir ni
una exageración. Lispector va muy hondo y lo hace sin red. No me parece una
escritora del todo consciente y eso me atrae. Me la imagino escribiendo como en
trance, muy en privado, quizá sin poder detenerse». Su libro favorito de la
autora es La pasión según G.H. «Lo
leí varias veces y todavía extraigo de ahí impresiones inaugurales, aunque no
sepa bien qué inauguran. Tal vez la consciencia de una monstruosidad latente,
la monstruosidad preciosa y feroz que cada persona lleva dentro». Si hablamos
de citas, recuerda en particular una de esa novela: «Voy a crear lo que me pasó».
Paula Bombara, bioquímica, editora, autora
de libros como El mar y la serpiente
o La chica pájaro, tiene a Lispector
entre sus escritoras predilectas. «Una vez que sentí su escritura atravesándome
el cuerpo, nada fue igual», dice, en consonancia con las palabras de Tentoni. «Tengo
su mirada felina siempre cerca. Es inevitable para mí destacar su libertad en
el uso de los signos de puntuación y de los espacios en blanco». Elige no uno,
sino dos títulos: Agua viva y Un aprendizaje o el libro de los placeres.
Fernando Noy vivió más de diez años en
Brasil. Empezó a leer a Lispector allá, en portugués. «Siempre me estremeció su
lenguaje tan personal, casi un universo aparte, urdido para y por sí misma con
una luz propia que jamás enceguecería, a pesar de ciertos errores al traducirla
a nuestro idioma». En Bahía, a mediados de los setenta, Noy hizo una adaptación
teatral con algunos fragmentos de «El huevo y la gallina». «Los actores y los
espectadores delirábamos de placer ante cada frase». Recuerda tramos del inicio
del cuento: «Inmediatamente advierto que no se puede estar viendo un huevo. Ver
un huevo no permanece nunca en el presente: apenas veo un huevo y ya se vuelve
haber visto un huevo hace tres milenios». O: «Eres perfecto, huevo. Eres
blanco, huevo. A ti te dedico el comienzo. A ti te dedico la primera vez». Son
frases «fulgurantes», señala Noy, «como estallidos de un placer desconocido».
Desde Minas Gerais, el escritor y crítico
brasileño Edimilson de Almeida Pereira escribe: «Siento un gran amor (que es
sinónimo de estimación crítica) por el conjunto de la obra de Lispector. No llego
a jerarquizar sus libros como para decir cuál me conmueve más o cuál menos. Creo
que nos legó una ola estética y sensorial que antes no existía. Nos ofreció una
especie de manto-de-lenguaje que nos protege y nos desampara al mismo tiempo». Aunque
no se defina por un libro, pone como ejemplo Agua viva, de 1973: «Es un poema en un fluir continuo. No hay
propiamente un nudo, sino muchas sensaciones narradas; no hay una moral que
explique el mundo, sino la experiencia de muchos aprendizajes. Agua viva nos muestra una lectura que
sólo es posible bajo el aura del ordo
amoris; quiero decir, la lectura como aceptación de la imposibilidad de
develar todos los sentidos del mundo».
Rosario Lázaro Igoa, nacida en Salto en
1981, autora de los libros de cuentos Peces
mudos y Cráteres artificiales,
califica su vínculo con la obra de Lispector como «fundamental». Leer La hora de la estrella de prestado, «en
aquellas ediciones carísimas de Siruela, fue una revelación, pero poco después,
en 2005, con A descoberta do mundo,
mi devoción se tornó radical». Una tía le regaló ese volumen de columnas
periodísticas, crónicas o aguafuertes (traducido como Revelación de un mundo) tras un viaje a Brasil. Lázaro Igoa resalta
«la construcción de una voz tan lúcida y poética desde la crónica, el absurdo,
las sinestesias, todo en una escritura a contrarreloj para el diario». Su texto
preferido de la brasileña está en ese libro y se publicó originalmente en el Jornal do Brasil en 1970. Se llama «Sábado».
Cita el inicio, «Creo que el sábado es la rosa de la semana», y marca cómo, al
final, surge la contradicción: «El domingo a la mañana también es la rosa de la
semana. Aunque el sábado lo sea mucho más».
«Podríamos hablar horas del estilo de
Clarice sin ponernos de acuerdo», opina Pablo Silva Olazábal, porque «a cada
afirmación sobre su obra se puede responder, buscando en otros textos, con la
contraria». Elige «Felicidad clandestina», un cuento que leyó hace más de
veinte años en un taller literario y que luego compartió él mismo en talleres. Dice
que siempre, en cada relectura, «se ha revelado como algo fresco y nuevo, con
una potencia y una claridad que no disminuyen; sigo sin entender cómo logra la
transparencia del agua y alcanza ese prodigio de equilibrio entre lo que se
muestra y lo que se calla». Agrega que, «antes del auge de las escrituras del
yo», Lispector «contó un hecho que tiene la fuerza de la verdad». Y explica: «No
sé si la flaca quinceañera que fue Clarice tuvo una amiga perversa que amagaba a
prestarle un libro para luego negárselo y prometerle que se lo iba a dar al día
siguiente, pero me transmite una verdad porque todos hemos padecido esa clase
de abuso que exhibe llanamente». Y apunta Silva Olazábal que «Felicidad
clandestina» viene a contradecir, «por su prosa transparente y su historia
lúcida», lo que caracteriza a las novelas de la autora.
Inés Garland comenta que varias veces en la
vida se le ha cruzado el búfalo negro del último cuento de Lazos de familia, «como si esa imagen condensara para mí el
sentimiento de odio». Y enumera otras figuras de la obra de Lispector que suele
tener presentes: «Una mujer que se peina, otra que mira por la ventana, una
gallina, la mujer más pequeña del mundo y su risa también forman parte de mi
vida». Cita frases de otro cuento de Lazos
de familia: «¡Quién sabe a qué oscuridades de amor puede llegar el cariño!»,
«Además era primavera y una bondad peligrosa estaba en el aire», «Consideró la
malignidad de nuestro deseo de ser felices. Consideró la ferocidad con que
queremos jugar». Estos fragmentos (de «La mujer más pequeña del mundo») la regocijan,
dice Garland, con «la alegría de leer algo que te hace saltar de asombro». Y
concluye con una pregunta que es al mismo tiempo una exclamación: «¡Cómo puede
escribir así sobre nuestras ambigüedades!».
Sin que estuviese planeado, sin que haya habido ningún truco para dirigir las respuestas, casi todos eligieron distintos textos de la autora como sus favoritos. Esto nos permite considerar distintas miradas sobre diferentes facetas de la obra de Lispector, pero, sobre todo, nos da ganas de seguir leyéndola y citándola. Por suerte, durante los próximos días (entiéndase también como una invitación) las redes sociales se van a llenar de frases de esta brasileña que nació en fuga desde Europa y que se pregunta y se responde en Agua viva: «¿Qué te diré? Te diré los instantes».
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