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Música desconocida

Los libros de mi vida: Mercedes Halfon

Por Mercedes Halfon / Lunes 30 de junio de 2025
Los libros de mi vida: Mercedes Halfon
Foto: Cristina Sille

«Es curioso que los tres libros que elegí sean de narrativa. Pero, pensándolo bien, los tres tienen esa intensificación en la lengua, ese trabajo libre de la forma, ese juego con el espacio de la página, esa música desconocida, esa refundación, que trae consigo la poesía»: la escritora argentina Mercedes Halfon, quien estará dando un taller en Escaramuza en julio, escribe sobre los libros de su vida.

Entonces pienso que este texto se debe tratar de esto: de los libros que generaron un impacto, en el sentido de un elemento contundente que choca sobre una superficie inmóvil. Y esto, en literatura puede tener que ver con libros que de algún modo hablan un lenguaje desconocido. Vienen a mi mente algunos títulos y algunas escenas de lectura. Porque una cosa se me vuelve indistinguible de la otra. Cuando leemos, no solo nos adentramos en un libro, sino también en nuestra propia vida en ese instante, leemos también la historia de nosotros leyendo ese libro. Las escenas de lectura se mezclan con el libro y el libro con esas escenas, en un movimiento de ida y vuelta, como el que hacemos al levantar los ojos de la página y ver nuestro entorno con las palabras leídas aun en la mente. Un libro que genera un impacto hace que se grabe a fuego todo lo que lo rodea.

Leí Eisejuaz con fiebre. Tendría veintidós años, estaba metida adentro de la cama de mi primer departamento con muchas capas de ropa puesta, chuchos de frío, transpirando, ojos vidriosos, las páginas pasaban y yo no salía del shock. Nadie puede dudar de que Eisejuaz habla un lenguaje desconocido. Uno inventado por Sara Gallardo, al recrear y bailotear alrededor del decir de un indio mataco. Indio al que supuestamente trató, pero que en verdad inventa en su escritura: esencial, barrosa y de gramática extraña, sonámbula, un hablarle a la luna en absoluta soledad. Había comprado el ejemplar sin tener idea de qué iba. Un paréntesis sobre los libros de los veinte años: fundamentalmente baratos, por lo general clásicos editados en una colección de, por ejemplo, un diario, y comprados casi de forma excluyente en la avenida Corrientes. Así como llegan, luego se prestan y se pierden. Hay que volver a conseguirlos. Entonces con Eisejuaz lo que me convocó fue la intención de leer a una narradora argentina que alguien, vagamente, había recomendado. Lo desconocía todo y por eso mismo la puerta que abrió fue inconmensurable. El libro me hizo de algún modo naturalizar la fiebre. La temperatura del cuerpo se equiparaba con la de afuera, un libro afiebrado también, la noche se hizo larga, la cama empapada.

Otro proyectil. Diez años más tarde. Viajo a Europa con mi hijo de cinco años. En algún momento del largo trayecto en avión el niño se duerme y yo saco de mi mochila El material humano. En esa cápsula de tiempo que es aquel bólido que flota sobre el océano de una manera que no alcanzo a comprender, pierdo toda posibilidad de descansar para adentrarme más y más en ese libro. Mi propio sueño, los motivos del viaje, se esfuman. Un libro que comienza con el hallazgo de un archivo policial un material real verificable, pero en el que lo importante no es lo que se descubre allí, sino el relato deshilachado de las visitas que realiza Rodrigo Rey Rosa, el autor. Lo central es el roce entre su prosa y la dureza de esos documentos policiales. Las preguntas que se hace. No cuenta una historia, sino muchas. No hay un argumento, sino una sucesión de notas. No hay capítulos, sino cuadernos y libretas. No hay personajes sino iniciales. No hay arco dramático sino derivas, investigaciones que empiezan y se abandonan, otras que se intensifican sin que se sepa por qué, hasta el final. Creo que ver una estructura así de deforme para un asunto tan grave, esa irresponsable y rigurosa mezcla entre ficción y documental, esa hipnótica falta de suspenso, me hizo pensar que la prosa podía ser algo diferente a lo que suponía, algo que me podía interesar de verdad. Y que incluso yo podía probar.

Es que hay libros que generan una especie de habilitación, amplían el campo de lo posible, ese es su impacto, como una bomba expansiva que derrumba estructuras, prejuicios, preconceptos. Hace lugar. Es el caso de La soledad del lector, de David Markson. Un autor norteamericano que escribió casi toda su vida novelas policiales, pero que en sus últimos años, como suele suceder, abordó un estilo nuevo y tardío, despojado, libre, decididamente extraño. El libro está hecho de un collage de fragmentos muy breves, citas o comentarios sobre personajes de la cultura, la historia y las artes occidentales. Lo bueno es que no son frases célebres. Otro paréntesis sobre la confusión del uso actual o mal uso, de la cita: que alguien venga a autorizarte, a pensar por vos, a decirlo por vos, no alguien que precisamente abre un diálogo, un espacio en el que ponerse a pensar. Vuelvo a Markson: no son frases de autoridad, sino todo lo contrario, frases de debilidad. Las últimas palabras de alguien, dichos o hechos reprochables de figuras encumbradas, enfermedades horribles, suicidios, y así. Esas frases se van desplegando en la página y cada tanto aparecen, enhebrándolas, dos personajes muy tenues: el lector y el protagonista. Es una novela sin tiempo, sin espacio, sin psicologías. Pero a pesar de ser fragmentaria, la estructura es como de hierro: se sostiene de manera invisible y perfecta.

¿Y la escena de lectura? Un verano, de vacaciones, en una quinta multitudinaria. Al final del día, después de cenas extendidas, de discusiones encendidas, regadas de vino y humo, me iba a mi cuarto y en esa soledad, que tanto anhelaba, leía. No de tarde en una reposera, o en la larga mesa del quincho en compañía de los demás. En el cuarto pequeño y con olor a espiral, pegada a la luz mortecina del velador, las frases alucinadas de este libro se iban enfilando, como un coro de voces de fantasmas. Es que Markson tiene un punto con el título de su novela. Para leer hay que estar solo. O mejor dicho: la lectura requiere de esa entrega completa, no se puede leer y conversar, leer y mirar una película. La lectura pide ese pacto de exclusividad. Y ahí sí nos habita por completo.

Es curioso que los tres libros que elegí sean de narrativa. Pero, pensándolo bien, los tres tienen esa intensificación en la lengua, ese trabajo libre de la forma, ese juego con el espacio de la página, esa música desconocida, esa refundación, que trae consigo la poesía. Es que esta lista debería seguir.

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