Revista Intervalo

Borges recurre a la figura mítica de la abuela y Jaime Roos renueva el gesto en el tema Victoria Abaracón. Pero siempre hay un desplazamiento, y según José «Baja sobre ella la condena de las antiguas épicas homéricas y lo que podría ser una maniobra del coraje en busca de un varón “otro” también la perfila como una taimada deseante que no reconoce otra cosa que su libido en llamas». Una lectura que acerca diferentes puntos de una tradición rioplatense.

«En la narración de Oreja madre el proceso de reelaboración identitaria, el duelo y la reflexión viene intercalado con la experiencia del trabajo territorial»: Andrés León Miche reseña el libro de Dani Zelko (Caja Negra, 2025) y discurre sobre una escritura que se nutre, entre otros procedimientos, de la escucha, real o imaginada, como manera de pensar a los demás.

«Y el tiempo, como un fuego que consume nuestros deseos, exige de todo nuestro ser para estar ahí, para devenir tiempo consciente, para devenir seres simbólicos flotando en los mares del reloj»: un nuevo ensayo del dúo AniMale sobre la lentitud en tanto cualidad para nuevas formas artísticas. En nuestra época de crisis, el potencial del arte en tanto pregunta acerca de la relación que entablamos con los seres y el tiempo.

«Es curioso que los tres libros que elegí sean de narrativa. Pero, pensándolo bien, los tres tienen esa intensificación en la lengua, ese trabajo libre de la forma, ese juego con el espacio de la página, esa música desconocida, esa refundación, que trae consigo la poesía»: la escritora argentina Mercedes Halfon, quien estará dando un taller en Escaramuza en julio, escribe sobre los libros de su vida.

Llenos de deseo, dolor, lujuria, deformidad y desparpajo, los cuerpos, construidos de manera magistral, juegan un papel fundante en las novelas de Aurora Venturini. José empieza por analizar el cuerpo anciano y sufriente, pero lujurioso y perturbadoramente autorreferencial, de Los rieles, pasa por los cuerpos violentados de Las primas y remata estos «Faroles» con los cuerpos gozantes de Nosotros los Caserta. Además de convencernos de la unicidad de Venturini, encuentra modulaciones del deseo a través de cuerpos siempre disímiles y una prosa sin medias tintas.

Desde los libros idealizados de la infancia a los descubrimientos decisivos de la adolescencia, Horacio Cavallo rememora qué lecturas lo fueron marcando en un camino que incluye, claro, la escritura. Además, como reconoce, surgen líneas para interpretar su propio universo de afinidades: «Está a la vista que mis intereses iban por la literatura del Río de la Plata, o del sur americano».

El 27 de enero de 1938 se encontraron Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral y Alfonsina Storni en Montevideo, en lo que fue una cumbre ligada a afinidades que ya existían: «Ellas mismas tejieron esos lazos: cartas, colaboraciones, invitaciones, artículos, saludos, todas esas formas que también toma lo literario para perdurar. Adulaciones más o menos genuinas, intercambio de pareceres, y un referente común: Delmira Agustini».

José recupera el libro Orsai: hombres que juegan fuera de lugar, de Juan José Quintans, un artefacto poético queer de los noventa. Ahí, advierte que «La estética marica se levanta desde el bastión histórico del homoerotismo macho: el fútbol. Al igual que en las guerras de la historia antigua, en el fútbol el amor por el compañero es una simbología de poder frente al rival».

Hoy murió David Lynch, quien además de ser un gran cineasta, incursionó en la música, las artes visuales y la actuación. Y en la escritura. Lo recordamos con una reseña de su magnífico libro Atrapa el pez dorado. Meditación, conciencia y creatividad (2022). Surge también una ligación con textos de Julia Cameron, Dani Umpi y Jeff Tweedy que da cuenta de distintas técnicas para la práctica artística, que, en Lynch, se relacionaba estrechamente con la meditación.

Cartas escritas en un avión, cartas que aprehenden una temporalidad diferente en la que se materializa lo imposible. La artista británica Celia Paul (1959) ha sabido corresponderse en ausencia con su admirada Gwen Jhon (1876-1939). Según Gabriela, «ese cariño que traspasa el tiempo y la distancia y se suspende en las ideas es de las cosas más hermosas».

Sobre pilas de libros y el destino que es la biblioteca, Alejandra Kamiya evoca los libros de su vida. La escritora argentina, que estará este viernes en la VIII Noche de las Librerías en Escaramuza, reconoce la disparidad aparente de esos libros: «El lugar en donde se juntan soy yo. El lugar donde Maeve Brennan dialoga con Haroldo Conti soy yo. Yo dejando de ser apenas yo, sino parte de algo grande, una parte ínfima, casi nada pero parte».