biografías
Amélie Nothomb: la extravagante de ninguna parte
Por Natalia Mardero / Miércoles 14 de noviembre de 2018
Si de personajes literarios se trata, Amélie Nothomb es el personaje por excelencia. Una escritora que se escribe a sí misma constantemente y que, desde hace más de veinte años cumple el ritual de escribir todas las mañanas y publicar un nuevo libro por año. Las historias de Nothomb son suyas, le pertenecen, no necesita de la ficción porque su vida parece ser una obra literaria en movimiento. Natalia Mardero nos abre la puerta, y nos invita a conocer a esta artista del mundo.
En palabras de otro escritor sonaría como un cliché, pero que Amélie Nothomb afirme que la escritura le salvó la vida es una declaración tan cierta como libre de ambigüedades. Hoy, la vida de la exitosa escritora francófona se desarrolla bajo una estricta agenda de rituales que la mantienen activa y en foco, pero, para llegar a ese lugar de cierta calma, debió primero enfrentarse a sus demonios más acérrimos, y a la muerte misma.
Fabienne Claire Nothomb nació en Kobe, Japón, en 1967. Hija de un diplomático belga y heredera de un apellido aristocrático y conservador, durante su infancia y adolescencia deambuló por diversos destinos: Japón, China, Nueva York, Bangladesh y Laos. La niña, que durante años creyó ser japonesa, no se adaptaba bien a los cambios. Dice que la adolescencia fue el peor periodo de su vida. Se sentía fuera de lugar, desplazada, y no tenía ningún interés en crecer. La crisis tomó forma de anorexia, la cual, a los diecisiete años, la dejó al borde de la muerte. Pese a la falta de arraigo, de un destino al que pudiera llamar hogar, Nothomb descubrió que lo que la conectaba con el mundo eran las palabras. «El lenguaje ha sido lo único que se ha mantenido ahí desde el principio, lo único estable en mi vida. El sentimiento de irrealidad era constante cuando era niña. Lo perdía todo constantemente. Todo menos las palabras. Las historias», declaró. Sin embargo, algo sucedió en su interior al leer Cartas a un joven poeta de Rilke, quien le hizo replantearse el acto de escribir tal como lo consideraba hasta entonces; a partir de allí pasó a ser algo de vida o muerte, el acto que le daba sentido a su existencia. «Yo escribo para soportar la vida. Y para soportarme. Vivir dentro de mí es terrible», dijo Nothomb. «Si no me atengo a esa disciplina, entro en proceso de autodestrucción. No puedo fallar ni un día.»
No es de extrañar que sus libros sean, además, ficciones autobiográficas. Episodios de su vida, con mayor o menor protagonismo, empapan su vasta bibliografía. Pero ella sabe dónde marcar la línea, dónde detenerse: «En mis libros autobiográficos digo la verdad, pero no toda la verdad. Intuyo las cosas que no conviene contar», expresó. En El sabotaje amoroso habla de su infancia en China; en Estupor y temblores nos cuenta su experiencia de trabajo en una gran empresa en Tokio; en Biografía del hambre reflexiona sobre sus hábitos alimenticios y las adicciones; en Pétronille deja al descubierto la personalidad de su amiga, la escritora Stéphanie Hochet…, y la lista continúa. Ya son veintiséis sus libros editados, pero dice que en total ha escrito más de noventa. Desde 1992, y cada primero de setiembre, hay una nueva novela de Nothomb disponible en librerías francesas y belgas. No es que simplemente escriba una novela al año: escribe tres o cuatro. Según la escritora, no todas merecen ver la luz: «Uno de los mayores peligros para un escritor, sobre todo cuando alcanza un cierto éxito, es la complacencia, la convicción de que todo lo que escribe es importante».
Su última novela editada por Anagrama es Riquete el del copete, una fábula moderna inspirada en el clásico de Charles Perrault. En su versión, no hay palacios, ni reinos ni princesas: la acción se desarrolla en un París actual, cruel y poco familiarizado con las diferencias, ya sea la fealdad o la belleza extremas. Según la autora, es necesario volver a estas historias, porque en cuatro siglos nada ha cambiado: «Nos llenamos la boca diciendo que acogemos a la gente excluida, que nos gusta la diferencia, pero en realidad vivimos en un doble lenguaje permanentemente».
Esta deliciosa, aguda y fresca incursión en el mundo de los cuentos infantiles del siglo XVII no es nuevo para Nothomb, que ya había tomado y transformado a su gusto Barba azul, también de Perrault, en 2012.
Actualmente vive en París. Se levanta todos los días a las cuatro de la mañana, sin excepción. Se prepara una jarra de té negro y dedica cuatro horas a la escritura. Escribe a mano, en cuadernos y papel reciclado. No tiene computadora, ni televisor, ni teléfono celular, porque de tenerlos, según ella, se perdería. A media mañana se coloca en personaje, se viste de Amélie Nothomb —eso significa riguroso negro de pies a cabeza, sombreros estrafalarios, un aire de bruja posmoderna salida de una película de Tim Burton— y se dirige a la editorial Albin Michel, en el barrio de Montparnasse, donde ocupa una pequeña oficina sin ventanas y atiborrada de libros. Allí dedica otras cuatro horas a la escritura, pero para responder las cartas de sus fieles admiradores. «Recibo muchísimo correo. Entre veinte y cuarenta cartas cada día desde que salió mi primer libro hace veinte años», dijo. «Creo que la mejor prueba de saber que estás vivo es una carta, porque hay un sobre, una dirección, y dices, ¡ah! Alguien me escribe.»
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