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«Latinoamérica» / individuo / suplemento 2

Apuntes fuera de lugar VIII

Por Aldo Mazzucchelli Mazzucchelli / Lunes 12 de noviembre de 2018

Aldo Mazzucchelli cierra la entrega anterior con este suplemento, en el que se trabaja la idea de «Latinoamérica» para el de afuera y para el de adentro, para el que pertenece a este signo, cargado de significados y significantes que varían según dónde nos paremos como individuos.

Cuando los primeros poetas autónomos del continente hispanoamericano se lanzaron a escribir, su combustible fue el de esa nostalgia, solo que ahora revertida en un objeto exterior. Occidente, Europa, ser parte de la discusión transatlántica por derecho propio. La misma nostalgia aprendida fue revertida, el poder de hacer inalcanzable fue aplicado ahora a París. Era inevitable que los europeos se fascinaran con nuestros «modernistas» y que no pudieran entender casi en absoluto a ninguno de los mejores de ellos. Si no les cumplían con su propia agenda de subalternidad, los ignoraban como «no suficientemente americanos», como hizo Unamuno con Herrera y Reissig, o Zeda con Rubén Darío. A la larga, y por razones de orgullo nacional agregadas, tuvieron que reducirlos a segunda mano de los simbolistas. Luego los españoles, a través de ellos, aprendieron ellos mismos la lección del simbolismo y dieron a luz el 27. Había sido el mismo Herrera y Reissig quien reivindicó primero a Góngora después de siglos de olvido. El barroco americano funciona como memoria ya antigua de una huella, si europea, integrada en las raíces físicas del continente.

En cualquiera de estos movimientos del signo que viaja sobre el océano, y se podría citar infinidad de ellos, el derecho a constituirse como individuo de pleno derecho, es decir, de pleno lenguaje, está en cuestión. El proyecto de la Modernidad que llegó a América al tiempo que se creaba en 1492 —es decir, que América en su pasiva resistencia lo creaba para Europa y para sí misma— no está incompleto en ninguna parte salvo en Latinoamérica. Europa lo agotó y los demás nunca llegaron a él realmente. Pero Latinoamérica no llegó a ninguna parte nunca salvo a ese proyecto de la Modernidad, y, si va a haber Latinoamérica, tiene que ser a través de una crítica constructiva de ese legado que Europa dejó en ella, su mejor tesoro, sin el cual no hay ninguna posibilidad de rescatar los demás ingredientes continentales, desde su hibridez a su pasado y su presente precolonial. Si va a haber individuo en algún sitio es cosa por averiguar. La autonomía de uno que se cree individuo presupone la autonomía del otro; Latinoamérica solo puede ser ultraliberal, para liberar al Norte de su propio punto ciego. La discusión sobre el posible fracaso o el carácter incompleto del proyecto moderno ha surgido en Europa, pero eso es porque la Modernidad es proyecto fracasado solamente en Europa, en donde la exclusividad del proyecto —su carácter excluyente— lo ha hecho perder una dimensión humanista que tuvo al principio. Europa hace esto sin querer y sin conciencia de ello. Ese no querer hacerlo haciéndolo es el punto ciego del proyecto individual. Latinoamérica, se ha dicho, ha sido siempre posmoderna. No es exacto, pero es un modo de percibir algo cierto: que el derecho a ser quien se es sin rendir cuentas que estuvo en el centro del proyecto moderno tuvo que recibir en América Latina una respuesta urgente y esa respuesta —bajo la forma de soledad o de rechazo al propio centro, bajo la forma de bastardía o de anhelo de padre— fue dada mucho antes que la incomodidad del proyecto fuera evidente en Europa.

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