Autobiografía, historieta y epilepsia
Conviviendo con el monstruo
Por Rodolfo Santullo / Viernes 15 de noviembre de 2019
¿Es posible la creatividad a partir del dolor ajeno? El dibujante francés David B., en su novela gráfica Epiléptico, traduce en viñetas en blanco y negro su infancia marcada por la epilepsia de su hermano mayor. Rodolfo Santullo recomienda esta historia autobiográfica que parte de la estigmatización y el dolor ante una enfermedad sin cura, pero al mismo tiempo se revela para el autor como el origen de sus dotes creativas.
En Epiléptico el genial autor francés David B. reconstruye su infancia y juventud junto a su hermano mayor, acomplejado por dicha enfermedad, en una exploración profunda de su vida, su memoria y su alma.
Muy a tono y contemporánea a lo que se conoció como «el resurgimiento de la literatura del yo», la historieta autobiográfica tuvo un impulso tremendo sobre inicios del siglo XXI. Aunque no era un género desconocido o siquiera poco transitado —allí estaba Robert Crumb recordando escatológicas anécdotas de su vida temprana o Art Spiegelman ganando un Pulitzer con Maus, sin meternos con los muchos mangakas que lo practicaban desde los sesenta, por mencionar sólo algunos— fue con el comienzo del nuevo siglo que se sobrepobló de relatos intimistas, minimalistas y más o menos biográficos; como una manera de entender el propio lenguaje como generarador de memoria o registro, incluso uno personal y muy acotado. Del 2000 en adelante se establece como un género por demás transitado, con autores como Marjane Satrapi y su hermoso Persépolis, Alison Bechdel y sus muchos libros, Guy Delisle y las crónicas de viaje en historieta o, incluso sin alejarnos demasiado geográficamente, el colectivo latinoamericano Historietas Reales que creó un blog en el que —gratuitamente y todavía hoy— autores de varios países reconstruían, más acá o más allá, sus día a día.
Además de la historieta autobiográfica, tenemos la epilepsia: una «enfermedad provocada por un desequilibrio en la actividad eléctrica de las neuronas de alguna zona del cerebro. Se caracteriza por uno o varios trastornos neurológicos que dejan una predisposición en el cerebro a padecer convulsiones recurrentes, que suelen dar lugar a consecuencias neurobiológicas, cognitivas y psicológicas», según nos dice Wikipedia. Esta ha acompañado al hombre incluso desde sus épocas más tempranas —se la reconoce en registros de textos griegos—, pero cuyo diagnóstico y tratamiento ha dejado bastante que desear durante demasiados años, y ha sido considerada en épocas oscuras como posesiones infernales, castigos divinos o marcas en el alma de los aquejados. No fue sino hasta fines del siglo XIX que la enfermedad fue catalogada como tal y no es sino hasta 1912 que comenzaron a circular los primeros medicamentos antiepilépticos. Sin embargo, tuvo que pasar gran parte del siglo XX para confirmar lo que muchos temían: la epilepsia no tiene cura.
Historieta autobiográfica y epilepsia se dan la mano en Epiléptico: El ascenso al gran mal de David B. (Nimes, Francia, 1959), una reconstrucción de los muchos años de vida durante los cuales la familia del autor buscó curas, soluciones o respuestas al mal que aquejaba a Jean-Christophe, hermano mayor del autor.
El relato comienza en 1964 y se continúa hasta 1994, pero se concentra en los años más tempranos, cuando la familia comienza a vivir alrededor del enfermo y busca desesperadamente una cura. Una vez que la medicina tradicional no da respuestas, empiezan a rotar las opciones más curiosas e incluso delirantes: la comida macrobiótica, el hipnotismo, esoterismo, falsos gurús y medicinas alternativas, todo mientras la familia lentamente comienza a desesperarse y el propio David —de nacimiento Pierre-François— se ahoga, hunde, traga y vomita rabia, ante la invariable situación de su hermano. Situación que termina por hacer que el autor descubra su vocación como historietista, encuentre respaldo, escondite, en dibujar, en crear historias, mundos —incluso fantasmas que incluyen al de algún familiar muy querido— que lo acompañen mientras transita este amargo camino.
Epiléptico explora los límites de la autobiografía y demuestra, una vez más y por si hacía falta, que la historieta es un lenguaje sin límites, uno en el que todo puede ser narrado, contado, sin trabas ni peros. El mundo que David va creando es uno amargo, triste y por momentos desolador, pero también uno colmado de amor filial y descubrimiento personal. Uno donde los monstruos existen, pero están allí para acompañarnos, y donde muchas veces no hay peores horrores o miedos que los que se esconden a simple vista, entre charlatanes del tres al cuarto capaces de arruinar familias.
El arte del francés merece un inciso aparte. En su estilo simple, despojado, pronto el libro es contenedor de verdaderos universos —todos los que la imaginación del autor como niño o adolescente puede inventar— desbordantes de fantasía, luz, color (a pesar de estar dibujado en blanco y negro) y esperanza. Universos interminables que demuestran el excelente artista que David B. es.
¿Se trata de un libro fácil? Por supuesto que no. No son pocas las veces que el lector se estremece ante la completa desnudez con la que el autor se presenta, con sus aristas crueles y por momentos dañinas. Tampoco el hermano enfermo es presentado como una simple víctima, sino que su abandono y entrega absoluta a su situación termina por agotar tanto como al narrador y protagonista. Ahora, es un libro que emociona a niveles asombrosos —quizá, los momentos más conmovedores no sean en historieta, sino el prólogo y epílogo que escribe Florence, la tercera hermana y la menor— y que alcanza sin duda alguna el ribete (que se da tan fácil, muchas veces) de obra maestra. Epiléptico es un relato que interpela. Interpela al autor que lo construye, al lector que lo lee y hasta a sus propios personajes en su desesperada búsqueda de aquello que simplemente no existe.
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