la víctima como protagonista
Cornell Woorlich: El escritor que inventó el suspenso
Por Hugo Fontana / Miércoles 14 de marzo de 2018
Hubo una vez un escritor llamado Cornell Woolrich que a veces firmaba sus historias con su nombre real, y otras con los seudónimos de William Irish y George Hopley. Los dos primeros fueron muy famosos; el tercero se diluyó silenciosamente en el tiempo.
Cornell nació en Nueva York en 1903. Su padre era ingeniero y llevó a su familia a México, donde creció el futuro escritor, hasta que el matrimonio se disolvió. La madre volvió a Nueva York y con ella se llevó al hijo, quien a los dieciocho años ingresó a la Universidad de Columbia para estudiar Periodismo. Sus habilidades con la pluma lo llevaron a Hollywood, donde trabajó adaptando guiones y donde conoció a la hija de un poderoso productor cinematográfico que, por unas pocas semanas, sería su esposa, Gloria Blackton, La impaciente de Gloria no toleró las aventuras homosexuales de Cornell, en particular cuando encontró un diario íntimo en el que su esposo relataba con lujo de detalles sus repetidas andanzas. Entonces Cornell volvió con su mamá, se hizo alcohólico, recorrió con ambas —la mamá y las botellas— algunos países de Europa, y empezó a escribir desaforadamente.
En doce años publicó más de trescientos cuentos y unas dieciocho novelas que inaugurarían un subgénero dentro del género policial, el de suspense. Hasta Cornell, el noir era por lo general narrado por el detective (se llamara Sam Spade o Philip Marlowe o Nero Wolf); ahora, las historias serían contadas por las eventuales e incrédulas víctimas, a uno o dos pasos de convertirse en cadáveres o de lograr su salvación, potenciando de esta manera la intriga de los relatos y colocando al lector en el centro del peligro. El crítico español José María Guelbenzu describió de manera fiel la estrategia narrativa de Cornell: «Se trata de presentar una situación de lo más inocente e irla convirtiendo paulatinamente en una situación desesperada».
Y la revolución no fue menor: pronto sus libros se convirtieron en un éxito de público y de crítica, y a ellos acudieron algunos de los directores de cine más renombrados de la época, como Alfred Hitchcock, François Truffaut y hasta el argentino Carlos Hugo Christensen. Una de las adaptaciones más emblemáticas fue La ventana indiscreta, en el que el muy obsesivo de Hitchcock modificó el relato original y, en lugar de un mayordomo, incluyó a una de sus rubias más bonitas, Grace Kelly, para hacer de novia del aburrido James Stewart.
Lo que la noche revela, La novia vestía de negro, Me casé con un muerto, Un centavo por palabra, El plazo expira al amanecer: he aquí algunos de sus títulos. En el último de ellos, una pareja de perdedores debe dar con un asesino, a riesgo de ser condenados ellos mismos por un homicidio que no cometieron. La investigación se desarrolla durante una breve madrugada neoyorquina, en la que el tiempo y la ciudad se transforman en los principales enemigos de la búsqueda. Gente común, el amor, el azar, el destino a punto de ser más fuerte que la voluntad de los protagonistas, la fatalidad.
Y Cornell siguió escribiendo, ganándose la vida con sus libros, a veces con buena fortuna, otras por el solo afán —o la necesidad— del empate. En 1957 falleció su madre, de la que no se había separado desde el ya lejano regreso a la ciudad. Entonces alquiló una habitación en un hotelucho de cuarta y se dedicó a beber durante once años seguidos. Debido a un pie engangrenado (era diabético) le debieron amputar una pierna, suceso que lo obligó a permanecer sus últimos e interminables días postrado en una silla de ruedas. Murió el 25 de setiembre de 1968, quizás sin darse cuenta de que había cambiado para siempre la literatura policial.
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