El producto fue agregado correctamente
Un hombre fuera de lugar

Faroles del deseo: la poesía de Juan José Quintans y el alma en orsai

Por José Arenas / Martes 21 de enero de 2025
Intervención sobre imagen interior del libro «Orsai: hombres que juegan fuera de lugar» (Ediciones de Uno, 1991).

José recupera el libro Orsai: hombres que juegan fuera de lugar, de Juan José Quintans, un artefacto poético queer de los noventa. Ahí, advierte que «La estética marica se levanta desde el bastión histórico del homoerotismo macho: el fútbol. Al igual que en las guerras de la historia antigua, en el fútbol el amor por el compañero es una simbología de poder frente al rival».

Hay reglas en el juego de los varones. En el escenario futbolístico, como representación por excelencia del lugar en el que cada varón tiene un lugar asignado, existen normas y moderaciones que establecen lo que está permitido y lo que no. Así puede inferirse, desde esta metáfora común, que en la cancha los varones sabemos cuál es nuestro límite. El uso de los pies para dominar la energía de la pelota, la redonda pasionaria, la caprichosa —según algún relator de mentas—, quizá sea exprofeso: es peligroso que los hombres usen las manos entre ellos. El manotazo macho será para la guerra (¿y para el amor?). Por eso, en la contienda deportiva es mejor que los botines y las piernas se lleven el crédito de lo viril.

Para rebautizar algunas de estas reglas, nacidas en el corazón inglés del deporte, podemos echar mano a la lingüística arrabalera y encontrar la palabra orsai, una de las más lindas que nos ha dado el poder del neologismo que traduce y que refiere al original offside, la forma en que se marca un jugador que está fuera de juego, más cerca de la línea de meta contraria que la pelota y el penúltimo jugador del equipo rival. Un hombre fuera de lugar. 

Si fue Homero Manzi quien nos dijo que el alma puede estar en orsai —en aquel Che bandoneón, con música de Aníbal Troilo—, será el poeta uruguayo Juan José Quintans quien nos propondrá la idea del cuerpo en orsai, especialmente del cuerpo masculino. La estética marica se levanta desde el bastión histórico del homoerotismo macho: el fútbol. Al igual que en las guerras de la historia antigua, en el fútbol el amor por el compañero es una simbología de poder frente al rival. El jugador desea a sus compañeros, los acompaña, los protege, los sigue y los secunda de la misma manera que un guerrero espartano protegía al guerrero de su costado: con amor. 

Es el amor macho del guerrero marica que, no en vano, la iconografía grecolatina ha inmortalizado en esos chongos y twinks insinuantes o bravos que marcaron el ideal de perfección desde el inicio del mundo hasta la eternidad. En Orsai: hombres que juegan fuera de lugar, el poeta se sirve de la metáfora futbolística para crear uno de los ejes de su poesía sutil y seductora en la que los hombres se aman por fuera de cualquier torneo más que el del instinto. Ya desde la tapa del libro, diseñada al estilo de una revista deportiva —véase El Gráfico— por Pablo Casacuberta y Diego Tocco la poética grita una desaforada sutileza queer. Las fotos de la portada, así como las del interior, son momentos robados a la euforia varonil en el que las poses de festejo, el efusivo aliento cofrade y amistoso, revela cuerpos para los que la sexualidad explota —o se delata— por la vista.

En La invasión, película de 1969, antes de que se oiga una milonga borgeana recitada por Lito Cruz sobre la guitarra de Ubaldo de Lío, uno de los personajes dice «la amistad es una pasión tanto más lúcida que el amor». Y además del interesante oxímoron de estar hablando de pasiones lúcidas o el rescate del concepto que Borges manejaba sobre la amistar como una manera del amor que no requiere de la inmediatez, lo cierto es que, en el juego y su festejo, la lucidez de los cuerpos parece perderse y sus formas caen en el orsai. Los hombres que corren tras el ideal masculino con sus cuerpos olímpicos, festejan desatando el deseo, la íntima sensualidad necesaria para confiar tanto uno como en el otro. El futbolista suda el erotismo junto con sus colegas, lo evapora en fervorosas apretadas, abrazos, quitadas eufóricas de ropa. Se sale de lugar cuando la pasión es llama de festejo. Y, cuando no, se consuela con el amor de la derrota. Ve a su familia deportiva su simbólica pareja, su significante de harén sufrir y sufre con ella. 

Los poemas de Juan José Quintans, escritos desde Europa y en la década de los 80, están arraigados en una melancolía de tiempo y lugar. Este orsai no solamente es sexual: es político, es geográfico, es histórico y social. Los hombres estarán donde no deben. Tapados, obreros, burgueses, exiliados, mujeres a la espera sin sospechar el secreto, cartas escondidas, perfumes en la memoria. El sexo es una instancia añorada de lo nefando.

Como un exiliado del país y de sí mismo, el yo de Quintans enuncia con desahuciada nostalgia de bolero barroco. La poética se vuelve el espacio para el reencuentro ya que en el recuerdo todo es reconstruido aunque sea por un instante. El anhelo parece traer paisajes, momentos, cuerpos y nombres. Las expresiones del ansia se multiplican a lo largo de los poemas: «qué no daría yo», «pasan los años», «a veces pienso si no te encontraré», «su hubiéramos nacido». 

Los hombres se irán de su lugar definitivo en el género cuando el poeta construya escenas eróticas en las que la figura masculina se diluye del imaginario y la estética del recuerdo lo reconvierte en un ser nuevo. La evocación deshace las performatividades y lleva a los machos a Loquibambia (ese país que imaginó María Moreno en el que los géneros ya no existen). Un fragmento de «Reversible»:


Qué no daría 

por volver a encontrarte

en aquel paisaje mudo y malva

           

                                                        muchacho/muchacha

                                                          eterno/eterna

como el tiempo

           el azul

           la ingratitud de Dios.


Pero si el hombre se sale de lugar no es solamente por su deseo. También puede ser por su observada belleza en la que el rol social en medio de una lucha obrera suma a la libidinal consciencia de clase el cuerpo trabajado de la fuerza obrera, el músculo despertado y armado en el yugo diario del ser proletario. No solo iguala a los hombres un ideario marxista, también los iguala la posesión del deseo. Todos los hombres del mundo son hermanos frente a una doctrina de izquierda hasta que venga el rayo queer para caer en tormenta y decir que todos los hombres del mundo son hermosos amantes, obreros del deseo, proletarios del anhelo genital. 

Un fragmento del poema «1° de Mayo»:


Hermano obrero.

Vos también sentís el deseo en tu piel.


Ganas de unas manos que acaricien y

busquen en los recodos el placer olvidado,


de besos diferentes,

de la lengua que encuentre

el sendero divino

                              del cuerpo infecundo.

[…]

Tu pupila recorre fugaz otro tórax.

Oyes tu sangre que late.

                                            Vence.


Si el obrero debe vencer a la burguesía, también deberá vencer el corsé que le oprime el deseo amanerado al mirar, fugazmente, otro tórax fuerte de madrugadas rudas y trabajos mal pagos para los que el cuerpo lo es todo. Ábrele, obrero, los caminos a la otra sangre, la de colores, recibe «los besos diferentes», el placer del «cuerpo infecundo», dirá Quintans citando a García Lorca («el cielo tiene playas donde evitar la vida/ y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora»). En definitiva: vence.

Las mujeres también ocupan un papel fundamental en el libro de Quintans. Son la marca para el juego fuera de lugar. La presencia de lo femenino es el recuerdo de la norma heteronormativa. Estos hombres que la máquina de mirar marica del yo observa, goza, roza, desea, devora, tienen esposas, novias, amantes, universos femeninos que hacen constar la «cárcel» en la que vive su secreto. La presencia de una mujer fantasma que se cuela en la ensoñación de los amantes es la tarjeta roja a la libertad del deseo pero también es el cuerpo usado como tapadera de la vergüenza. Las «flacas» por las que suspiran jóvenes chongos se constituyen como usuarias y víctimas de la mentira. No hay fuera de lugar si no hay reglas. En la poesía del autor uruguayo es la mujer el recuerdo de la regla, la sombra de la realidad que espera fuera de la cama silenciada: «Mercedes en las gradas aplaudía», «conversan de política y amores no declarados», «nuestras noches de bares/ tus mujeres», «dicen que aman a sus flacas/ ellas representan/ la casa limpia/ la comida pronta/ los chiquilines educados». 

Para el guerrero de la norma, solo es válido salirse de lugar cuando la pasión lo ciega: el gozo del festejo entrelaza los deseos, lo lleva más allá, a esas camas donde no se supone que debe estar. Pero luego, pasada la batalla, Odiseo de lo normal, vuelve a su Penélope que lo espera y le recuerda que aguarda la comida, la casa, los chiquilines. La mujer y el marica, rivales ocultos por algún momento, se vuelven aliados al final de la contienda. Ambos son víctimas del secreto. El orsai lo gozará otro hombre, pero en el resto de la cancha, los besos vuelven a su lugar. 

Quintans, Juan José. Orsai: hombres que juegan fuera de lugar. Ediciones de Uno, 1991. Montevideo, 42 págs. 


Productos Relacionados

También podría interesarte

×
Aceptar
×
Seguir comprando
Finalizar compra
0 item(s) agregado tu carrito
MUTMA
Continuar
CHECKOUT
×
Se va a agregar 1 ítem a tu carrito
¿Es para un colectivo?
No
Aceptar