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literatura infantil

Florecieron herbarios: Crónica de un jardín ambulante

Por Virginia Mórtola / Jueves 17 de marzo de 2022
Talleristas haciendo herbarios.

Ejemplares prensados. Anotaciones minuciosas. Los herbarios permiten documentar el descubrimiento de plantas y flores, pero también incitan a la invención y la creatividad. Virginia Mórtola hace una crónica del taller infantil que dictó en febrero, dedicado a la creación de herbarios y la escritura de diarios. Como ella misma afirma, la belleza y la poesía tampoco faltan en estos cuadernos.

La naturaleza se despliega en infinidad de formas: copas de hojas movedizas se desperezan hacia el cielo, flores de pétalos rojos, amarillos, redondos, puntiagudos, tersos, ásperos. Texturas, colores, aromas. Los herbarios, diarios de investigación de la naturaleza, son cuadernos donde se pegan hojas y flores para conservar especies, formas y perfumes. Algunas flores, cuando secan, parecen de papel o delicadas ilustraciones. Así es que, aunque el origen de los herbarios esté vinculado al reconocimiento y a la clasificación de especies botánicas, la belleza y la poesía los habitan. 

Este febrero, la sala de talleres de Escaramuza se llenó de niñas, niños, flores, aromas, hojas, risas y poesía. En grupo, descubrimos que el primer herbario del mundo lo preparó Luca Ghini, profesor de Botánica en la Universidad de Bolonia, quien en 1551 recolectó, prensó y luego pegó plantas secas sobre papel para enviarlas por correo. Muchísimas especies de flores atravesaron mares y tierras dentro de sobres. Su método se volvió muy importante durante los siglos XVII y XVIII, época en que se realizaron exploraciones a territorios desconocidos para coleccionar la mayor cantidad posible de especies. 

Cada participante construyó su propio herbario motivado por el entusiasmo de Jazmín, la niña protagonista de Jardín ambulante (Criatura, 2021), novela escrita por mí e ilustrada por Laura Carrasco que inspiró este taller. 

Jazmín abrió la caja muy rápido y vio que en la tapa decía: Mi Herbario. Volvió a leer: Mi Herbario. No podía creerlo. Leyó otra vez: Mi Herbario. ¡Por fin tenía su propio diario de investigadora de la naturaleza! (…) Quizá ustedes se emocionan cuando les regalan golosinas, o quién sabe: lo que emociona es un misterio. Para Jazmín, que admiraba a su tío desde que le mostró las estrellas escondidas en un pompón de diente de león (…); ese, ese, era el mejor regalo del mundo. 

Este grupo de exploradores de la naturaleza no solo trabajó dentro del taller, sino que también salió de recorrida por el barrio; visitaron jardines y calles arboladas para recolectar flores. Y, juntos, prensamos cada planta entre hojas de papel para que absorbieran la humedad y las apretamos con libros gordos. Tuvimos mucha paciencia, porque entre que recolectamos, prensamos y llegó el momento de pegarlas, tuvimos que esperar varios días a que secaran. Pero no desesperamos: en ese tiempo decoramos las tapas. 

Herbarios del taller.

Supimos que los herbarios, además de ayudarnos a reconocer las especies, son jardines llenos de belleza. Emily Dickinson, por ejemplo, a sus catorce años, creó un herbario poético. En 1845, la escritora recolectó, prensó y clasificó 424 especies de flores. Cada una de las sesenta y seis páginas de su herbario ofrece una delicada composición. 

Herbario de Emily Dickinson.

Investigamos, como Florencio Ramaglli, el tío de Jazmín, diferentes formas de agrupar las plantas y nos preguntamos sobre nuevas maneras de clasificar una flor: ¿por el color? ¿Por el tamaño? ¿Por la belleza? ¿Por el sabor de su néctar? ¿Por el lugar en que las encontramos? Y también creamos nuevas categorías botánicas: plantas inquietas, flores para regalar, están las pinchudas, las que tienen nombres de animales, las susurrantes que conversan cuando las mueve el viento y, también, las que se pueden chupar. Las favoritas de Jazmín son las mágicas: la margarita, porque con sus pétalos devela misterios sobre el amor y al diente de león, porque concede deseos al soplarlo. También inventamos nuevos nombres a plantas conocidas y leyendas sobre su origen. 

Al llegar a este párrafo, queridos lectores, imagino que desearán abandonar esta nota para ir a crear su propio herbario ¿verdad? Antes de despedirnos, les recomiendo que se encuentren con Vademécum de la Flora naturalis imaginaria (Calibroscopio, 2021), libro de Irene Singer y la Dra. Brenda Twiler. Es una obra maravillosa donde se encuentran la poesía, la pintura y la botánica en un juego de ficción y realidad. En este vademécum, sobre antiguas hojas de un libro de bacteriología, Singer ilustra flores imaginarias y, al lado, un poema cuenta su origen, su alma, su singularidad. 

Reproducción del Vademécum de la Flora naturalis imaginaria (Calibroscopio, 2021).

Como hicieron estas niñas y niños, los invito a crear herbarios, renombrar flores, inventar nuevas clasificaciones, descubrir plantas imaginarias y leyendas escondidas en los almacenes de sus recuerdos. 

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