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Escribir en Francia sin Argentina

La lengua espectral: entrevista con Diego Vecchio

Por Francisco Álvez Francese / Miércoles 12 de febrero de 2020
Foto: Rosana Schoijett

¿Por qué seguir escribiendo en español después de veinte años en Francia? ¿Cómo se modifica, sobrevive y se despliega esa lengua fuera de la «patria»? ¿Qué flujos y contaminaciones se producen entre la escritura creativa, la investigación y la docencia? Francisco Álvez Francese entrevista a Diego Vecchio, escritor argentino finalista del Premio Herralde en 2017 y docente en Francia desde hace veinte años.

Diego Vecchio nació en Buenos Aires en 1969 y es narrador, ensayista y traductor.  Publicó los libros Historia calamitatum (2000), Egocidios: Macedonio Fernández y la liquidación del Yo (2003), Microbios (2006), Osos (2010) y La extinción de las especies (2017), que fue finalista del Premio Herralde. Desde hace veintisiete años vive en París, donde es profesor en la Universidad de Paris 8 Vincennes-Saint-Denis.

Vivís en París desde tus 20 años pero seguís escribiendo en español, ¿cómo afecta tu escritura? ¿Alguna vez pensaste escribir en francés?

Llegué a Paris en agosto de 1992 y por razones voluntarias e involuntarias, me fui quedando, hasta que en determinado momento, el retorno se volvió difícil. Todo lo que pude llegar a escribir en español, lo escribí fuera de la Argentina, en un corte trasatlántico con la lengua hablada. Desde luego, esta situación ha afectado mi escritura. Amputado de toda oralidad, el español se transformó en una lengua muerta, o mejor dicho, en una lengua espectral, alimentada de sueños, lecturas y recuerdos de infancia, encarnada en otra época y otro espacio, con palabras o expresiones que han caído en desuso. Es verdad que a esta altura también podría escribir en francés, que ya no es una lengua extranjera, sino una lengua fraterna o gemela. Si esto no ocurrió fue porque me siento mucho más cómodo con los espectros, y su infinita posibilidad de descomposición, levitación y epifanía.

 

¿Cómo te sentís con respecto a la etiqueta de «escritor argentino», en este sentido?

Es una etiqueta que me pueden pegar, por supuesto, por razones geográficas y biográficas. Pero habría que insistir en la sustracción: «escritor argentino, sin Argentina».

 

Tenés, además de tu obra literaria, una carrera académica, como investigador (de Macedonio Fernández, Mario Levrero, etc.) y como profesor, ¿las vivís como cosas separadas o hay una continuidad entre las dos vidas?

Las relaciones entre la universidad y la literatura están cambiando. Hasta hace diez años, en las carreras de Letras, tanto en Francia como en el mundo hispano, existía un divorcio entre teoría y práctica, creación e investigación. Los escritores-profesores estaban condenados a una doble vida, engañando a la literatura con la universidad o a la universidad con la literatura. No ocurría lo mismo en las artes, donde era posible crear, enseñar e investigar, sin tanto conflicto conyugal. Desde hace diez años, comenzaron a aparecer, bajo la influencia del modelo anglosajón, en algunas universidades francesas y del mundo hispano, programas de escritura creativa, que reconfiguraron el mapa de las alianzas. Los talleres que se hacían en casas de escritores ahora se hacen en un aula, sin calefacción, con sillas y mesas descuajeringadas, pero con profesores-escritores, liberados de toda forma de adulterio.

 

También enseñás a escribir, ¿en qué sentido se relaciona esto con tu escritura?

Sí, doy algunos talleres en la universidad de Paris 8 Vincennes-Saint-Denis, en el Master de Création Littéraire. Pero no se trata de «enseñar a escribir». No se puede enseñar a escribir como se puede enseñar a conjugar verbos irregulares, a resolver ecuaciones de segundo grado, a fabricar un auto con bajas emisiones de dióxido de carbono. El arte no es ni saber ni técnica. Se trata de afinar las orejas, para percibir lo que ocurre cuando barajamos ciertas palabras o maniobramos con ciertos personajes y se nos cae el mazo de naipes; en aconsejar lecturas; y sobre todo en crear un espacio de sociabilidad, que mitigue el trabajo del escritor, insoportablemente solitario y solipsista.

 

La extinción de las especies, por citar tu última publicación, investiga dos posibilidades: lo narrativo y lo ensayístico (e incluso lo enciclopédico) y de algún modo puede pensarse en relación, en la narrativa reciente, con El nervio óptico, de María Gainza, ¿hay una necesidad actual de circular entre registros?

La relación entre narrativa y ensayo no es nueva. Pienso en Flaubert y en la novela que deja inacabada Bouvard y Pécuchet, una ficción enciclopédica que trabaja con la ciencia, ya no para construir una totalidad ordenada y coherente, como soñaron los enciclopedistas del siglo XVIII, sino para señalar sus lagunas, fracasos, fallas, ruinas: su defecto de método. En cierto sentido, Flaubert es el precursor de Lezama Lima, Felisberto Hernández, Borges, Lacan. En esta serie se podría agregar internet, la gran invención de nuestra época. Internet es el último avatar del Saber Absoluto, la enciclopedia que se vuelve cloaca o riachuelo que arrastra restos, residuos y deshechos de información, donde también es posible encontrar gemas preciosas.

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