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Postales, imágenes, poemas

La poesía de Teresa Amy

Por Roberto Appratto / Lunes 04 de noviembre de 2019
Fragmento de tapa de «El corazón disuelto de la selva», Teresa Amy (Editorial Lisboa, 2018).

Tanto leer como escribir poesía implican hacer una pausa, tomarse el tiempo, recorrer lento las palabras y volver a ellas una y otra vez hasta aprehenderlas. Roberto Appratto, en sus ensayos sobre poesía, nos invita a disfrutar del acontecimiento poético y nos recuerda la ineludible obra de la uruguaya Teresa Amy.

Mi propósito es hablar de poesía, de lo que implica escribir poesía como acto y como decisión. No es algo nuevo ni infrecuente: muchísima gente escribe poesía en el Uruguay y en el mundo; tal vez haya menos gente habituada a leer poesía o que encuentra placer en su lectura. Más bien queda como algo reservado para algunos que se toman el trabajo de leer, de estudiar, de seleccionar, de formar su criterio. No es nuevo, pero de vez en cuando, y cuando la lectura o el estudio lo demandan, se vuelve necesario pensar en la poesía, aislar algunos factores o condicionantes de su escritura y de su composición. Tanto para los que escriben como para los que leen, la poesía es (y al llegar aquí hay que tener cuidado, porque todo intento de definición, en tanto se sitúa por fuera del habla corriente, tiende a vulgarizarse, a convertirse en un lugar común que aspira al prestigio sin mérito alguno) un uso particular del significado que parece inaccesible en una primera lectura.

Esto sale de la necesidad de explicar qué es un buen poema, qué puede llevar a destacar un poema entre otros y justificar una segunda lectura. Es, sin duda, algo que puede pasar del gusto a la apreciación objetiva sin problemas; algo que llama la atención y que no puede reducirse a un rasgo aislado, a una rareza exhibida de la composición o del gesto de presentación del yo ante sus lectores. Por supuesto, tanto del lado del lector como del escritor, nada puede llamar la atención sin trabajo, sin tiempo dedicado a la apreciación de valores situados estrictamente en la lengua; darse cuenta de lo que se puede hacer con la poesía aparte de practicarla como un oficio no es, por tanto, fácil. Encontrar un poema o una serie de poemas que marcan un camino distinto es un acontecimiento que no debe pasar inadvertido ni confundirse con cualquier otro.

Ese es el caso con Teresa Amy (Montevideo, 1949-2017). Seis libros de poesía y un trabajo en prosa sobre su traducción del poeta checo Jan Skácel alcanzan para valorar su intenso y concentrado trabajo sobre la lengua poética, que se complementa con el póstumo El corazón disuelto de la selva (2018). A lo largo de los años, el aprendizaje de técnicas expresivas y la práctica, de la poesía y de la traducción de poesía, le permitieron encontrar su propia forma, que aplicó a la descripción, tan precisa como ambigua, de objetos y paisajes de la naturaleza que fue descubriendo en sus viajes. Las ideas, los significados que van desprendiéndose de las ideas a medida que se trabaja en el control de los sonidos y del espacio, brillan en libros como Cuaderno de las islas, en Jade o en El corazón disuelto de la selva: no es solo el oficio lo que explica versos como

decorados marinos / pliegues / el mercurio del día / sobre el jardín sonoro / silenciosos cerezos crecen junto a la sombra de la mesa / copas de cristal opacas / no rubí, ni esmeralda, mucho menos / diamante / cenagoso espesor de / lo turbio del jade («Villa Cleóbulo», Jade)

o

hay una casa que / siempre / quise ser / una cabaña de libros / de mesa fuerte / duro cristal de las copas translúcidas / una casa de sillón gastado / roto / desvencijado / de paredes sombrías / ajimez / en la sala / una cabaña con sábanas / blancas donde la sangre / corriera callada / suave como un terciopelo («La casa en el delta del Mekong», El corazón disuelto de la selva).

Es el tratamiento de las palabras, de su agrupación, la búsqueda de una solidez de la impresión lo que impide la lectura rápida, ni siquiera de los pasajes en que se suelta a partir de las imágenes, ni siquiera cuando el exotismo de los lugares podría hacer pensar en un cuaderno de viajes: la excepcionalidad de la poesía de Teresa Amy está en lo que el oficio le permitió hacer, en la forma de personalizar su relación con lo que menta a cada paso, como si al hablar de lo otro hablara de sí misma y confiara al lector ese diálogo. Todo en el texto se justifica sin decirlo, en una discreción silenciosa que deja todo el peso a la escritura.

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