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IV Noche de las Librerías

Una noche de lecturas nacionales

Por Escaramuza / Lunes 09 de noviembre de 2020
Ilustración: Dani Scharf.

Celebramos, por cuarto año consecutivo, la Noche de las Librerías. Para esta nueva edición seleccionamos doce obras de la literatura uruguaya más reciente, doce textos destacados de la narrativa nacional contemporánea, que animamos a descubrir, releer y compartir en esta noche literaria. 

Celebramos, por cuarto año consecutivo, la Noche de las Librerías. Para esta nueva edición seleccionamos doce obras de la literatura uruguaya más reciente, doce textos destacados de la narrativa nacional contemporánea, que animamos a descubrir, releer y compartir en esta noche literaria.

Algunos de ellos tienen un recorrido iniciado que les ha brindado premios, reconocimiento internacional y publicaciones en el extranjero como es el caso de El hermano mayor, de Daniel Mella, publicado en Argentina, España y Reino Unido, o La azotea, escrita por Fernanda Trías a los 23 años y recientemente publicada en España. Otras, en territorio nacional, alcanzaron su tercera edición, como Cuántas aventuras nos aguardan, de Inés Bortagaray. Muchas, recibieron premios como el Bartolomé Hidalgo, con el que se alzaron la ya mencionada El hermano mayor (2017) y Washed Tombs (2018), de Mercedes Estramil, un libro que atraviesa Montevideo a golpe de humor negro y algo de tragedia.

Otro recorrido por Montevideo nos lo ofrece las novela Que ganas de no verte nunca más, de Mercedes Rosende, a través de Úrsula, la protagonista que nos introduce en una cara oscura de la ciudad, de chantajes, corrupción e intrigas (actualmente en proceso de rodaje para dar el salto a la gran pantalla). Para salir del ámbito capitalino, Sepultura, de Fabián Severo, nos lleva hasta los límites de la frontera, donde se cruzan la memoria y la palabra, en un portuñol que vuelve signo la oralidad, a veces, negada. Hasta Punta del Este de los años 50 nos transporta El increíble Springer, de Damián González Bertolino, Premio Nacional de Narrativa «Narradores de la Banda Oriental» (2009), autor que en 2017 fue incluido por el Hay Festival en la selección «Bogotá 39» como una de las jóvenes promesas de la narrativa de América Latina. Y hasta algunos pueblos y balnearios de la costa, muchos de ellos identificables con el departamento de Rocha, nos mecen los 13 cuentos de Rosario Lázaro Igoa en Peces mudos, una inundación de aguas, paisajes y animales.  

También seleccionamos algunas primeras novelas de escritores que irrumpen con fuerza, como Mil de fiebre, que fue valorada por la crítica literaria como una de las mejores novelas uruguayas de 2018 y que sorprendió por su volumen, poco común en la industria del libro más actual; Los pasajes comunes, de Gonzalo Baz, quien ya recibió el Premio Ópera Prima del Ministerio de Educación y Cultura por Animales que vuelven, y recién comienza a caminar.

Por último, invitamos a leer Oso de trapo, de Horacio Cavallo, Premio Municipal de Narrativa en 2007, un relato tejido con tres historias que se interrumpen y se unen mediante un siniestro juguete, y Rompe la quietud, de Lalo Barrubia, un ensayo ficcional, una casi crónica del panorama musical en Uruguay desde los años setenta. Un cierre musical con más de cien canciones a una lista de obras literarias nacionales que solamente puede seguir creciendo.

Los esperamos este viernes 13 de noviembre desde las 20:00 para disfrutar de la noche con lecturas en vivo y redes sociales, libros, el fuego prendido y una propuesta gastronómica y cultural especial. Los invitamos, encarecidamente, a leer a los doce autores y autoras seleccionados. 

 

Los pasajes comunes, de Gonzalo Baz

El pasado es un campo minado de imágenes sin orden que explotan con violencia compulsiva al menor descuido. El protagonista de esta novela dejó el complejo de viviendas de su infancia hace muchos años, pero los recuerdos perturbadores de una adolescencia en plena crisis le vuelven como apariciones. Como si, en una galaxia distante, Sami y Lucas siguieran tirando piedras desde las azoteas, las garitas de Policía ardiendo, los disparos aún resonando, un hilo de sangre corriendo para siempre por la caja del ascensor; como si los espacios comunes se hubieran vuelto un laberinto del que es imposible salir. Una muy madura primera novela en la que el tiempo no es más que una onda expansiva.

 

Mil de fiebre, de Juan Andrés Ferreira

En Mil de fiebre hay personas que necesitan desesperadamente creerse las historias que se cuentan a sí mismas. Como Werner Gómez, un blogger de Salto, ermitaño, grafómano paranoico e incendiario, quien se dispone a trabajar en el proyecto más ambicioso y arriesgado de su vida: la Gran Novela Salteña. Pero los reclamos de su madre y un descubrimiento fascinante y perturbador se interponen en el camino.

O como Luis Bruno, periodista deportivo con trastornos de conducta, que tal vez esté atravesando su peor momento: su esposa lo abandonó y lo acaban de echar del trabajo. La oportunidad de cambiar la pisada asoma con un viaje a Salto, ciudad donde nació, para trabajar en un periódico local.

Una novela urgente, introspectiva y catártica que interpela al lector mientras navega en vértigo de literatura irreverente.

 

Peces mudos, de Rosario Lázaro Igoa

El ruido invencible del avance del agua va permeando estos trece cuentos como en una inundación que al principio se filtra apenas por debajo de la puerta y termina por tragárselo todo. A merced de la costa o del pantano, los personajes están sumergidos en mundos opresivos de mutismo animal, con la naturalidad de lo cotidiano y el estoicismo de los minerales. Los protagonistas cambian de una historia a otra pero es fácil entrar en sus hábitats y reconocerlos, casi siempre parcos, con el carácter oxidado por el aire salino del océano. El paisaje de la infancia se cruza con la narrativa madura y sutil de la autora de estos cuentos a cielo abierto que, sin embargo, hurgan sin recelos en lo subterráneo.

 

Oso de trapo, de Horacio Cavallo

La novela entrelaza tres historias: la de tres personajes (una joven, su abuela y dos hombres) que viven en un pueblo perdido del interior uruguayo llamado Fraile Abdiel, azotado por la peste; la de un niño enfermo, cuidado por sus abuelos y su hermana y acompañado por Gerineldo, el hombre que lee; y la del escritor de la novela Oso de trapo, que alude a las otras dos en el proceso de su creación. Climas indecisos, imágenes casi cinematográficas y dedicación por lo estructural en la escritura.

 

Qué ganas de no verte nunca más, de Mercedes Rosende

Úrsula se acerca y camina más despacio, pasa por el costado, casi pegada a los conos y a la cinta amarilla, se detiene y la mira: no logra sentir nada por un muerto tan invisible. Es casi como si pasara al lado de un montón de escombros, aunque asome el zapato marrón de hombre que ahora sabe viejo y gastado. Aspira y huele: alcohol, guiso y miseria. Huele la tristeza.

Úrsula lo piensa y se decide, levanta un pie y pasa al otro lado de la valla, saca su teléfono y se toma una selfie con el zapato marrón gastado que sobresale del plástico negro. A veces tiene la sensación de que le está por suceder algo maravilloso y absurdo, algo muy loco una finta o un galanteo con la muerte.

Una novela negra vertiginosa y atrapante, en la que la psicología de los personajes es tan sugestiva como la acción que los acompaña. La historia se desdobla en múltiples relatos ambientados en una Montevideo oculta y poco común para los simples mortales. Intrigas, muertes, robos, corrupción, chantajes y secretos rodean a la protagonista y dan vida a esa ciudad que se mueve en las tinieblas y en un túnel que, aunque oculto, permanece en la memoria.

 

Washed Tombs, de Mercedes Estramil

¿Sería posible la existencia de un Concurso Mortuorio Nacional en el que los habitantes de tumbas participen y escriban lo que en vida no pudieron, supieron o quisieron? En Washed Tombs lo es. A través de un viaje colmado de rencores y dolidas concesiones, la protagonista de esta nueva novela de Mercedes Estramil explora, de Nuevo París a Carrasco, una Montevideo inhóspita, levantando veredas y tapas de ataúdes en busca de respuestas. No las encuentra, claro. Padres, esposos, amigos, hijos y amantes —vivos o muertos— se ocupan de impedírselo mientras la historia se va cargando sin pausa de algo absurdo, profano y trágico.

 

El hermano mayor, de Daniel Mella

Durante el verano de 2014, uno de los más tormentosos de los que se tiene registro en nuestras costas, Daniel Mella perderá un hermano. Haciendo uso de la memoria y de la ficción, El hermano mayor es la exploración urgente de ese vínculo fraternal y de los efectos que dicha muerte tendrá en su círculo más íntimo, una exploración que lanzará al autor hacia el pasado y el centro mismo de sus obsesiones.

 

La azotea, de Fernanda Trías

Clara se encierra como último plan de salvación. Y en el encierro arrastra a sus pocos seres amados. Está sola y aterrada, y ha decidido poseer y conservar, cueste lo que cueste, el único amor imposible: el amor del padre. Sólo se permitirá un pequeño espacio de libertad: la azotea. Y de esa mínima porción de aire sacará fuerzas para darles respiración boca a boca a los que indefectiblemente ha condenado a morir. La azotea no es una novela sobre el incesto ni sobre la crueldad. Es una novela sobre la soledad y la tristeza, sobre la fragilidad del alma frente al infierno de la mirada de los otros.

 

Cuántas aventuras nos aguardan, de Inés Bortagaray

Cuántas aventuras nos aguardan es el viaje de una mujer adentrándose con ojos de expedicionaria en la selva de todos los días. Como en los sueños, el paisaje se va construyendo, fragmentario, a partir de diálogos, recuerdos o viñetas que confluyen caprichosamente bajo la mirada vigilante de quien debe cruzar una cañada en la que habita un yacaré o internarse en un monte salvaje. Es un terreno de espejos rotos, donde el mayor peligro es entrever a quienes podríamos haber sido o, incluso peor, a quienes ya somos.

Inés Bortagaray rompe el silencio de más de una década con un prólogo o limbo de las novelas abandonadas que prepara el itinerario de este libro. Con su voz poderosa y personalísima, vuelve a fabricar literatura de la mejor con la sustancia primaria de la que están hechas las miserias más íntimas y los pequeños triunfos cotidianos.

 

Sepultura, de Fabián Severo

La muerte es muy poca cosa como para separarnos de las personas que amamos. La muerte es un día, el amor, todos los días. Sepultura es un pueblo de frontera, donde el mundo de los muertos sacude al mundo de los vivos, y deja entrever un estado intermedio: el de los muertos en vida. Sepultura es un lamento por lo que fue y ya no es. Sepultura es una historia sobre la importancia de la memoria y de la narración. ¿ Usted quiere resucitar dentro de cien años?, pregunta el narrador, y luego responde: Vaya y cuente su vida para su hijo. Sepultura es un canto al poder de la palabra.

 

El increíble Springer, de Damián Gonzalez Bertolino

A finales de la década del cincuenta, cuando Punta del Este todavía era poco más que un balneario agreste, dos chicos traban una amistad casi instantánea y se vuelven inseparables durante años. Hasta que uno de ellos debe ser internado con un elusivo diagnóstico médico, una imprecisa anomalía clínica que lo reconfigurará todo. El increíble Springer cuenta la historia en torno a esa transformación: dos niños que entran en la adolescencia de un modo imprevisible, en un proceso que pulsa al mismo tiempo las cuerdas de lo siniestro y de lo familiar.

 

Rompe la quietud, de Lalo Barrubia

Hay una mujer que aparece y desaparece en la vida de este músico de casi 60 años, como un ángel o demonio, y lo remueve todo. Tanto, que por ella empieza este relato confesional que tiene la intensidad con que se le habla, algo borracho, a un desconocido en un bar. Profundamente atravesada por la música, la historia recorre la relación del personaje con el alcohol, con las mujeres, con los hijos, con el paso del tiempo, pero también sus decisiones artísticas y el rol de su generación en la cultura y en la sociedad. Las canciones se enredan en el discurso como en la vida, ese eco en la madera que se vuelve letra y le pide a Mateo el primer verso de su Canción para el tamborero. El narrador construye una nostalgia quieta con la que empieza hablando de su vida y, casi sin quererlo, termina contando la historia de la música uruguaya de los últimos cincuenta años.

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