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Leé fragmentos de «Los rotos», de José Arenas (Uruguay)
Por José Arenas / Viernes 02 de febrero de 2018
Foto: Paola Scagliotti
José Arenas nació en Montevideo en 1989 y se crio en Nueva Helvecia. Es poeta, ensayista y performer. Es docente de Música y estudiante de Literatura en el IPA. Ha trabajado como letrista, investigador y difusor de tangos, tanto en Montevideo como en Buenos Aires. Publicó los libros de poesía Fueye Hembra (Milena Caserola, 2014) y Sofía, el tango y otros desaciertos (independiente, 2015; Editorial Edmundo, 2016). Ha trabajado como actor y director en diversas obras sobre textos propios y ajenos, forma parte del proyecto teatral Fabricantes y del dúo performático y teatral Marchisio-Arenas junto al actor Braulio Marchisio. Como letrista de tangos ha ganado diversos premios y participado en congresos y antologías. Es coordinador de talleres literarios. Los rotos es su primera novela.
MUÑECO
Soy un chico del interior. Miré un video porno antiguo donde salgo cogiendo con alguien. Le pisoteé el corazón a más de uno al ritmo de la música industrial y pesqué mucho con las redes de mi ropa. Me enamoré tupido, tomé mucha ginebra, aspiré todo lo que pude, me duelen las manos de apretar todo para que no se me escape. Montevideo me disparó, me corrió a tiros, me metió en hospitales, en algunos delirios, me han lastimado. Trabajo como todos, me gotean las monedas. Me gustan los hombres fuertes de voz clara, de seis cuerdas. Los poetas se enamoran de mí. Los brujos me persiguen. Un cantante de intenciones locas se masturbó sobre mis discos. Tengo la voz pálida y cuando canto me sale un láser pegadizo. Soy flaco y diminuto, me parezco a una navaja. Me dicen Muñeco. Alguien, una vez, escribió una novela para mí.
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ESQUELA
La serpiente abraza y asfixia, los ojos estallan de sangre, los labios se secan, la lengua se marchita. Cuando duermo con una serpiente siento ese calor viperino del sexo. Duermo con las escamas de la tristeza haciéndome cosquillas en el cuello, una boca venenosa me grita los desamores, se me parte el alma inmóvil, siento el sisear de mi semen asomando, me excita el aliento a veneno. Unos dientes plateados y filosos me comen el corazón, si es que algo queda.
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MALDICIÓN
Ojalá te enamores al sur, ojalá te duelan las arterias por dentro como a mí me duelen, ojalá la muerte te ande lamiendo los zapatos. Ojalá tus perros se queden sin luna, ojalá se te tuerzan las manos al tocar otras pieles, ojalá se te inunde la garganta de muertos, ojalá olvides cómo se dibuja una sonrisa, ojalá se te marchiten las tripas para sentir el miedo, ojalá tu lengua se vuelva una rana. Ojalá que aquel que guarda tu corazón entre sus sábanas coja sobre él, chorreante, rojo, con todos los hombres del mundo.
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ESQUELA
Dice que no.
Un camión aplasta un perro.
Dice que no.
Un pájaro se suicida frente a un niño.
Dice que no.
Afuera llueve para siempre.
Dice que no.
El invierno mata linyeras.
Dice que no.
A un viejo se lo come el cáncer.
Dice que no.
Los libros del mundo se marchitan.
Dice que no.
Los amantes del mundo no cogen más.
Dice que no.
Hiroshima, pero en la boca.
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HISTORIA
A Poeta lo despertó un humo mañanero de cogollos. Muñeco, sentado a su costado, fumaba un diminuto porro y lamía la punta de sus dedos. El perfume que Muñeco
escupía lo excitó. El colchón estaba sucio de cenizas, Muñeco tenía los ojos insomnes, la boca inquieta, el silencio largo. Poeta vio que aún no amanecía, había, en el sótano, la sospecha del día, pero aún la calle no cacareaba de motores y voces. Cuando Muñeco vio que Poeta se movía, acomodaba su mañana en la almohada y lo miraba de ojos abiertos, sonrió.