Un buen día...
Leé un avance de «Perturbaciones atmosféricas», de Rivka Galchen
Por Rivka Galchen / Martes 07 de enero de 2025
Portada de «Pertubaciones atmosféricas».
¿Qué pasaría si alguien a quien conocemos mucho volviera a casa levemente diferente y tuviéramos certeza de que no se trata de esa persona? Al psiquiatra Leo Liebenstein le pasa justamente eso: Rema, su esposa de origen argentino sobre la que sabe casi todo, pero también, en cierto sentido, poco y nada, no parece ser ella. Ese enorme incidente inicial, más ciertas creencias sobre la posibilidad de controlar el clima, son algunos ingredientes para que la canadiense Rivka Galchen construya una novela atrapante.
En diciembre pasado una mujer idéntica a mi esposa entró en mi departamento y cerró la puerta tras de sí. Actuaba con naturalidad. En un enorme bolso azul claro (que era el bolso de Rema) llevaba un cachorro rojizo. Yo jamás lo había visto. Mi verdadera esposa no solía acariciar a los perros en la calle, ni le gustaban los perros. El fresco aroma del champú de Rema impregnó el ambiente y, en medio de tanta desenvoltura, entrecerré los ojos para ver bien a aquella mujer y aquel perrito, y comprendí que estaba ocurriendo algo muy raro.
Ella, la mujer, la supuesta amante de los perros, se inclinó para quitarse los zapatos. Los cabellos le cubrían en parte la cara, y la migraña obstruía los bordes de mi visión, pero aun así la vi: la misma forma de bajar la cremallera de las arrugadas botas, de quitarse el mismo abrigo azul cielo con enormes botones negros, de atusarse tras las orejas el pelo teñido de color maíz. El mismo flequillo recto, como el de las muñecas vestidas con trajes típicos que pasan toda su vida en estuches de plástico sostenidas por un alambre alrededor de la cintura. Todo era lo mismo, pero no era Rema. Lo sabía porque noté algo, una sensación. Como al final de un sueño, cuando a veces me digo a mí mismo: «Estoy soñando». Recuerdo una vez que soñé que mi madre, que murió hace treinta y tres años, estaba tomando el té en la cocina y leyendo un periódico en cuya última página rezaba un titular: «Hombre equivocado, nombre correcto, condenado en un juicio por asesinato». Me empeñé en leer el cuerpo del artículo, pero mi madre no dejaba de mover el periódico, de acomodarlo y de pasar las páginas, haciendo un ruido como el de una bandada de palomas emprendiendo un vuelo repentino. Cuando me desperté, busqué el periódico por toda la casa y en el tacho de la basura, pero no lo encontré.
—¡Oh! —exclamó el simulacro tranquilamente, reparando en la luz tenue—. Lo siento. —Imitaba el acento argentino de Rema a la perfección, con esas vocales tan abiertas—. ¿Tienes migraña? —Apretó el delicado cachorro rojizo contra el pecho, y el perrito se estremeció.
Me llevé un dedo a los labios para pedirle silencio, tal vez exagerando mi sufrimiento físico, pero también como un gesto sincero, porque estaba aterrado, aunque no sabía muy bien por qué.
—Más tarde conocerás a tu nueva y amable amiga —susurró el simulacro para sí, o tal vez al perro o a mí. A continuación, realizó una notable imitación del andar un tanto irregular de Rema, pasó por delante de mí y entró en la cocina. La escuché poner la pava al fuego.
—Te noto rara —acerté a decir a la mujer que en ese momento no veía.
—Sí, la perra —respondió desde la cocina, reproduciendo a la perfección el acento extranjero de Rema. Y como si hubiese olvidado mi migraña, continuó hablando sin parar, tal vez de la perra o tal vez no, pues no logré concentrarme. Dijo algo sobre Chinatown. Y sobre un moribundo. Sin verla, solo oyendo su voz y el tono de las habituales evasivas de Rema, me pareció que se trataba realmente de mi esposa.
La extraña impostora salió de la cocina poco después y me besó la frente; me ruboricé. Aquella joven se acercaba a mí en actitud íntima… ¿Y si la verdadera Rema entraba en cualquier momento y nos sorprendía?
—Rema debería haber llegado hace una hora —comenté.
—Sí —afirmó inescrutable.
—Has traído un perro —dije, procurando que no sonara como una acusación.
—Quiero que la ames; la conocerás cuando te sientas mejor, ahora me la llevaré…
—No creo que seas Rema —dije de pronto, sorprendido por mis propias palabras.
—¿Sigues enojado conmigo, Leo? —preguntó.
—No —respondí y hundí el rostro en los almohadones del sofá—. Lo siento —murmuré al compacto tejido de lana de los almohadones.
Se apartó de mi lado. Cuando el agua empezó a hervir (los temblores crecientes y sonoros de nuestra pava me resultaban muy familiares), tomé el teléfono y marqué el número del teléfono celular de Rema. Un timbrazo amortiguado dentro del bolso, un timbrazo no sintonizado con el sonido del auricular en mi mano, atrajo a la Rema artificial que entró al salón con el perro en brazos, mientras la pava silbaba y las sirenas literalmente aullaban en la calle.
Se rio de mí.
En aquel momento yo era un psiquiatra de cincuenta y un años sin hospitalizaciones previas y sin antecedentes familiares, médicos o sociales relevantes.
Cuando la impostora se quedó dormida (con la perra en brazos, respirando sincrónicamente) registré el bolso azul claro de Rema, que olía levemente a perro. Pero cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo (revisando recibos de tarjetas de crédito, olisqueando su monedero, lamiendo el polvo de un chicle de canela), me sentí como el marido engañado de una película antigua. ¿Acaso creía que la aparición de aquel simulacro significaba que Rema me engañaba? Era como si esperase encontrar entradas de teatro, o una cigarrera con iniciales o un frasco de arsénico. Y solo porque Rema era mucho más joven que yo, porque no siempre sabía dónde estaba o qué decía, en español, por teléfono a personas totalmente desconocidas para mí y por las que nunca se me había ocurrido preguntar; aunque esos aspectos tan normales de nuestra relación no indicaban, en absoluto, que hubiese estado o estuviese enamorada de alguna o de muchas otras personas. Y de todas formas, ¿no era irrelevante todo eso? ¿Acaso por fuerza las infidelidades ocasionan desapariciones? ¿O apariciones falsas? ¿O apariciones de perros?
Rivka Galchen, «1. Una templada noche de tormenta», Perturbaciones atmosféricas, Buenos Aires, Fiordo, 2024, traducción de Raquel Vázquez Ramil.
Productos Relacionados
También podría interesarte
Le damos la bienvenida a Taormina, del francés Yves Ravey en traducción de Lil Sclavo. Este nuevo libro de Forastera demuestra que en Uruguay se publican excelentes traducciones de libros únicos. «Un recorrido por el egoísmo y la ausencia de culpa, una pesadilla densa y minimalista narrada con morosidad: el descenso a los infiernos de un dúo detestable», escribió Mercedes Rosende sobre Taormina.
En Paso Chico los dueños de las calles son el barro y los perros. Marga nació hace trece años y nunca fue más allá del río. El pueblo es una trampa en la que un buen día cae Recio, aparecido abajo del sauce a la hora de la siesta. Empezá a leer Carnada, la primera novela de Eugenia Ladra (Criatura Editora, 2024), que llega en breve a librerías.
Una mujer levanta una casa con sus propias manos en la costa uruguaya. A medida que construye descubre la historia de otra mujer que vivió antes en ese lugar. Empezá a leer la nueva novela de Lalo Barrubia, novedad de Criatura Editora: «Hoy me instalé a vivir en esta carpa que brilla azulada en una esquina por el efecto de alguna luz lejana, debajo de una acacia gigante y retorcida».
Brazadas rítmicas, sonidos sordos, olor a cloro, el color turquesa del fondo: la canadiense Leanne Shapton (1973) era nadadora profesional antes de tornarse artista y escritora. En Bocetos de natación (2022), traducido por Laura Wittner y editado por Blatt & Ríos, escribe y dibuja una serie de impresiones y meditaciones sobre el acto de nadar. Leé un avance de este ensayo que pronto estará en librerías.
Con traducción de Tomás Downey y edición de Fiordo, llega Desolación, de la australiana Julia Leigh. Una novela sobre duelos imposibles y una prosa que corta el aliento. Como afirma Toni Morrison: «Julia Leigh es una hechicera. Su prosa lúcida conjura la serenidad mientras la tierra tiembla». Empezá a leerla.
Con traducción directa del japonés de Tana Õshima y de la mano de la editorial Impedimenta, llega esta novela de Yuko Tsushima. El hijo predilecto, publicada en los 70, mantiene una gran vigencia como retrato de una madre soltera en Japón y la no conformidad con las reglas sociales. El repentino alejamiento iniciado por su hija deja a esta protagonista sin asidero.