Difusión
Leé un fragmento de «Mil de fiebre», de Juan Andrés Ferreira
Por Escaramuza / Viernes 06 de noviembre de 2020
Compartimos las primeras páginas de Mil de fiebre, la primera novela de Juan Andrés Ferreira, que cuenta con un escritor de culto, un blogger ermitaño y un periodista deportivo desquiciado y en decadencia, en un mundo de excesos.
Juan Andrés Ferreira (Montevideo, 1978). Trabaja en periodismo desde 1999. Se ha desempeñado como cronista, editor y crítico cinematográfico en diarios y revistas. Actualmente escribe en la sección Vida Cultural del semanario Búsqueda. Integró la antología El descontento y la promesa. Nueva/joven narrativa uruguaya (Ed. Trilce, 2008) y Género Oriental: Fantasía - Terror - Noir - Ciencia Ficción - Cosas raras (Irrupciones, 2017). Mil de fiebre es su primera novela.
El vapor manda
Sucede. Hay días en los que Werner amanece borracho de inspiración. Puede ser cualquier día. Despierta entre las once y las doce y una sucesión de escenas perfectamente ensambladas desfila por el ojo inquieto de su mente, que no solo ve, también escucha y absorbe colores, texturas, sabores.
Cuando, como prefiere decir, “el vapor se presenta”, Werner se instala ante Freyja y se dispone a teclear poseído por un espíritu noble y poderoso. Se crea un tiempo virgen; entonces, “el vapor manda”.
El vapor: una manifestación que hay que saber escuchar, respetar y rendirle pleitesía. Si uno atiende a sus señales, si uno responde a sus preceptos, todo irá bien. En ocasiones así, cuando sucede, Werner asiste a los servicios higiénicos si –y solo si– la naturaleza lo exige de forma obstinada. De lo contrario no se mueve de su escritorio, ni se lava la cara ni los dientes, nada. Si esa noche durmió desnudo, así permanece frente al teclado y así teclea. De esta manera –supone– el acto creativo está impregnado de sueño. En ese estado el vapor se encuentra todavía en su fase onírica, sin diluir –y suceden maravillas.
Un riff de guitarra anuncia que un mensaje de texto arriba al celular. Mensaje de Renata Valyin. Werner no tiene tiempo para concentrarse en eso ahora. Responderá después. Ahora, el celular en silencio. Es el vapor el que manda.
Los dedos saltan como chispas juguetonas entre las teclas, algunas con restos de polvo, otras con manchas y astillas de chocolate y salpicaduras de café. (Por medio de una observación más atenta y detenida, en el desgastado y ruidoso teclado puede detectarse la presencia de hojuelas de piel muerta, vellosidades y trazas de mucosidad solidificada.) Espesos filamentos de saliva gris, halitosis tenebrosa, aunque no puede ni quiere detenerse. Es como estar cogiendo, imagina que le dice a una periodista en una entrevista. Uno se detiene en caso de extrema necesidad: hambre, ganas de cagar o vomitar. Son palabras fuertes para un diario o una revista, incluso para la televisión, para Canal 8, pero esa es la intención, romper los esquemas. La palabra CAGAR es pesada, gelatinosa. Registrada a través de ese ojo mental, que es consciencia y es corazón, VOMITAR tiene una consistencia similar al gel y es menos densa y tiene el color de la miel. Cuando sea famoso y le hagan notas, va a mostrarse así. Abyecto. Y por lo tanto: verdadero.
Sortea las tramoyas habituales, los actos mecánicos de revisar el correo al despertar y echar un vistazo al insomne vecindario de Facebook –por lo general, mientras bebe la primera y necesariamente ultraazucarada taza de café–, trampas al solitario que queman demasiado tiempo y lo llevan a perder el foco mientras el vapor se va debilitando hasta hacerse casi imperceptible. Los segundos pueden pasar muy lento antes de que el vapor se diluya; sin embargo, en algunas oportunidades solo alcanzan pocos minutos para que todo se vaya a otra parte, a “la Tierra de las ideas perdidas”, y Werner quede solo, él y su teclado, sin vapor, sin nada, en una soledad sucia y dolorosa.
Tampoco sucumbe a la tentación de ingresar en Ultimateen, GokkunShow o Chaturbate, en NewChixxx, CamFuze o en los foros de AltaMinita, Putasydivinas o PendejasComestibles. Excelente. Las animaciones digitales son también incitaciones. Y son postergadas por algo más urgente y verdadero.
El vapor manda.
Miércoles
–Hola...
–…
–Hola. Hola. ¿Me escuchás?
–Sí.
–¿Cómo te sentís?
–Sí… No sé.
–¿Te sentís mal?
–… No.
–¿Te sentís bien?
–… Masomenos…
–¿Cómo te llamás?
–… Me llamo Luis.
–¿Tu apellido?
–Bruno…
–¿Qué día es hoy? ¿Sabés?
–Me llamo Luis Bruno.
–¿Sabés qué día es hoy, Luis Bruno?
–¿El día?
–El día, Luis. ¿Sabés qué día es hoy?
–Miércoles… ¿Ahora? Creo que miércoles.
–¿Sabés dónde estás?
–…
–¿Sabés dónde estás?
–… Creo que sí.
Escritos encontrados
Tengo algo grande. Sí. Y tengo miedo. Lo confieso, es así, lo reconozco, lo admito. Tengo miedo de que no me den las manos y el espíritu para sostenerlo y para cuidarlo como es debido. Es una construcción inmensa. Una estructura que necesita mucho de mí. Soy un constructor. El vapor me impulsa.
Werner ingresa a la habitación respirando ruidosamente, se quita la remera negra con la inscripción Ω en el pecho, la arroja sobre la cama y enciende el ventilador. Con su mirada cinematográfica realiza un rápido paneo por la colección de llaveros que ocupa casi la totalidad de la pared más angosta del dormitorio. Hay tantos… En la columna de los países: Chile, Grecia, Egipto, Gran Bretaña. En la columna de las ciudades: Vigo, Madrid, Cataratas del Iguazú, Misiones, Piriápolis, Nueva Helvecia, Buenos Aires, La Paz, Quito. Hay llaveros que promocionan productos, otros que promocionan servicios, establecimientos, instituciones. Llaveros de Cerveza Zapicán, de la pizzería La Torre, del Club Gladiador, del Gran Hotel Dagoba, de Pelucci Automóviles, de Barraca Sachiamundi, del Mundial de Fútbol de Corea y Japón, de Ortopedia Sejed, de Farmacia Boggio, de Perfumería Alemana. Llaveros de acrílico, de metal, de goma, de madera, de plástico, de fieltro, de cuero, de mazapán, de plumas, de piedras semipreciosas. Con apliques e incrustaciones. Con forma de corazón, de herradura, de avión, de cerebro humano, de lata de refresco, de timón, de víbora, de gallina, de pistola automática, de bandeja de frutas, de jarra de cerveza, de pirámide, de chancleta, de trébol, de calculadora, de cohete. Llaveros con luz, con aroma a flores silvestres, con destapador, con brújula, con rallador para queso, con calculadora, con reloj, con preservativos, con fósforos, con hilo dental, con monedero incorporado. Adorada colección, se está quedando sin espacio.
Baja las persianas, una luz mantecosa se dispersa en tajadas gruesas. Tras un leve paneo por la desproporcionada discoteca se detiene en el sector de Carriers of Eternal Darkness, en un disco titulado Wait in Niflheimr. La música se mete en el aire y Werner percibe que su sangre empieza a vibrar. Solo faltan café y azúcar.
Son muchos los campos que despiertan mi interés, como ya se habrán dado cuenta ustedes, mis seguidores, y es más que obvio que dado lo disperso de mi naturaleza y el carácter ecléctico de mis apetencias, inquietudes e intereses, es altamente probable que desvíe mi atención hacia otros asuntos en detrimento de lo que es, en la actualidad, mi principal proyecto, el que debería ser prioridad por estos tiempos.
La jarra llena y el café a la temperatura justa. Café glaseado Centurión, etiqueta verde, caliente, no hirviendo. En el protector de pantalla, la leyenda “Espíritu oculto del mundo subterráneo” cambiando de colores y rebotando con agitados movimientos en vaivén en los márgenes del monitor.
Por tal razón he decidido congelar el libraco basado en el álbum del Mundial de Fútbol de Jugos Polvorita.
Es una decisión tomada.
Es algo superlativo, algo demasiado vasto y grandioso para dedicarle tan poco tiempo y tan poco espacio en mi cabeza, que a veces parece derretirse como mozzarella en estos días de calor y de furia.
Para quienes no lo saben, el proyecto al que hago referencia es una novela basada en el álbum de figuritas del Mundial de Fútbol de Corea y Japón 2002 patrocinado por jugos concentrados Polvorita («Sabor explosivo»). Aquí hay un post sobre el tema, aquí otro, y aquí y aquí, dos más. Este es el último post que escribí acerca del proyecto. Aquí, unas ideas sueltas relativas al mismo. También pueden navegar por las etiquetas y ver los anteriores posteos etiquetados como Proyecto Mundial. Ahí están todos juntos. Tienen para darse una buena panzada, no se pueden quejar.
Werner sirve café negro denso y humeante en la taza que apoya sobre el escritorio. La superficie de la madera está caóticamente habitada por inscripciones y dibujos de distintas tonalidades, hechos con rotuladores de punta gruesa. La taza es grande, de un verde venenoso; luce la desgastada silueta de una oveja negra que sonríe mostrando unos colmillos deformes y asimétricos.
Da un sorbo lento, prolongado. El oscuro y caliente líquido saturado de azúcar blanca riega las encías y desborda el dorso de la lengua. Placer caluroso y estimulante. Werner presiona con suavidad la tecla espaciadora. Un agudo suspiro metálico y Freyja regresa a la vida. El aire cálido es conquistado por el arranque de una canción titulada Shattered Soul. No está entre sus favoritas; sin embargo tiene momentos épicos que, le gusta decir a Werner, destilan una “hermosura fracturada, trágica y luminosa”. Una balada que habla de “las tribulaciones de un alma devastada por una atormentada belleza”, dice él.
Grumos de luz atraviesan las roturas y los tajos de la persiana y manchan el rostro sudoroso de Werner. El aroma del café humedece las narinas. Un fuego sensual explosiona en la punta de los dedos. El calor es denso y magnifica el olor a ropa húmeda que flota en la habitación. Si comenzamos así, ningún post puede salir mal, piensa. Listo, arrancamos.
Para los que no lo saben: lo que estuve haciendo en los últimos meses fue delinear una historia de suspenso, un techno-thriller de terror psicológico, coral, muy violento pero también muy sutil, utilizando las sedes del Mundial de aquel año como escenario y, como protagonistas de la trama, los nombres de los jugadores de las distintas selecciones que participaron del mismo.
☺
En menudo lío me metí.
Ferreira, Juan Andrés. Mil de fiebre. Montevideo: Penguin Random House, 2018, pp. 11-16.
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