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Los que hablan son los que escriben la historia

Por Marianella Morena / Lunes 04 de junio de 2018

Que nade nos calle ni nos prive de expresarnos como artistas. Del peligro del silencio reflexiona Marianella Morena en sus diarios.

El silencio pertenece a la prohibición. En mi caso al colegio de monjas, a una familia estricta, a la dictadura, al liceo. Cuando era niña me pasé casi toda la infancia en penitencia porque «hablaba de más». Guardo un carné de promoción de primero a segundo de escuela donde la maestra (monja) hace claro énfasis en «el problema de la alumna que debe superar, siendo una lástima ya que es buena alumna».

El silencio no lo integro como posible respuesta, pero muchas veces lo elijo, más de las que quisiera, porque cambia mi foco, y luego me deja una sensación amarga que no compensa el esfuerzo, entonces uno mide, y está mal. Está mal porque tener la posibilidad de hablar es uno de los derechos adquiridos a los que no habría que renunciar, nunca. Nunca, aunque estemos destinados a fracasar, aunque de antemano ya se sepa que seremos apaleados, aunque nuestro cuerpo sea carne de parrilla. Nunca, nunca más. No hay que renunciar a la palabra, esa hermana y amante, compañera y aliada, ella, sin que esté autorizada para serlo, ella está, en el pensamiento o en la escurridiza emoción que nos estruja sin tregua. Ella espera para ser evidente, porque su existencia es de las cosas más amorosas que nos sucede en la vida.

Qué sería de nosotros sin ella, ¿cómo sobreviviríamos, cómo sería nuestra mejora intelectual, espiritual, erótica, cómo expresarse, organizar las ideas, la razón, el dolor, cómo sin ella?

No se ha inventado nomenclatura que la supere, no hay herramienta más democrática, sofisticada y simple, ella, que vive en cada ser humano, ella que es la primera en ser silenciada, violada, y censurada, ella, la palabra, word, parola, wort, mot, sermo.

El silencio carcome lo ganado. El silencio habilita que otros organicen el acontecimiento desde un punto de vista, el silencio habilita que solo unos escriban la historia: los que hablan. Los que rompen el silencio son los editores del presente. Los que escriben la historia son lo que definen la verdad.

Uno reacciona por varias razones, pero no siempre las reacciones van acompañadas de un texto que incorpore al otro. Reaccionar sin la palabra es un doble castigo. Reaccionar con la palabra implica tiempo, y amor. Un cariño necesario para el desarrollo. Reaccionar no es dar rienda suelta al enojo infantil, a lo no resuelto, al miedo. Reaccionar con ella, es entender que ya no estaremos solos cuando todos nos den la espalda, reaccionar con la palabra es más que un acto de valentía frente a una horda analfabeta. Es dar una oportunidad a la maravilla de la evolución. A la posibilidad de pensar diferentes para ser más fuertes.

Hay una vieja cultura uruguaya que no hay que responder cuando se activa una polémica, del tipo que sea. No reacciones, no alimentes a las fieras, no te metas en eso, mantenete al margen. Lo he hecho, muchas veces no he reaccionado frente a la violencia, frente al rumor, frente a machos que dicen que, debido a mi preocupación por el trabajo, tengo mejor o peor atención sexual. He callado muchas veces, pero le debo a esta hermosa compañera de vida mayor respeto. Nunca más la dejaré de lado, nunca más el silencio.

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