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De largo aliento

Novelones: «Piel quemada», de Laura Lippman

Por Cecilia Ríos / Jueves 12 de octubre de 2023
Portada de «Piel quemada» y Laura Lippman (foto: Roser Ninot).

Si te gustan las novelas, de preferencia del género noir, y mejor si son extensas (léase ladrillos), no te pierdas esta primera reseña de Cecilia Ríos. En un gran comienzo, Cecilia, como autora y como lectora, desentraña los misterios de Piel quemada (Salamandra, 2021), novela de la norteamericana Laura Lippman. 

Humo y fuego son las dos partes en que se divide esta novela, en ese orden: dos términos muy adecuados para marcar la evolución de la historia. En la primera, el humo es el residuo de antiguas fogatas en la vida de Polly, la protagonista. Es un indicio de hechos pasados que no se conocen bien. Los enigmas crecen y llegan a irritarnos; es que el humo no nos deja ver. En la segunda parte, la acción toma su lugar y se aclaran muchas dudas, aunque solo en el final el fuego disipa la bruma del misterio. 

Un pueblo sobre la carretera que da a la costa, donde los automóviles pasan sin detenerse, es el lugar elegido por la norteamericana Laura Lippman (1959) para desarrollar Piel quemada (Salamandra, 2021). Sus habitantes y los dueños de hoteles y bares tienen la esperanza de que los veraneantes se detengan allí una noche y contribuyan a su subsistencia, al menos durante la estación veraniega. Es un sitio sin glamour que parece un lugar para esconderse, aunque, como en todo pueblo, allí todos saben todo. Este escenario que poco promete es común a otros clásicos del género, a quienes la novela homenajea implícita y explícitamente (James Cain, Anne Tyler, James Crumley). Hay ecos de otros escritores no vinculados al noir en la descripción de los oficios mal pagos y la precariedad laboral de los jóvenes, en la desesperanza y el vacío existencial que retrataron, entre otros, Raymond Carver y John Cheever. Poco ha cambiado en seis o siete décadas en ese territorio. En ese sentido, esta es una novela actual, ubicada en un territorio imaginario pero real en sus circunstancias.

Mientras leemos, la intriga nos atrapa en una serie de pequeñas sorpresas que incluyen una historia de amor potente, inesperada en medio de los planes respectivos de los protagonistas, que es resistida por éstos y que se impone a pesar de su inconveniencia, tal como sucede siempre en el amor. Dos desencantados se encuentran por casualidad y sin quererlo se atraen, sus vidas se entrelazan como la de cualquier pareja joven. Ambos tienen secretos que no se confiesan y esa tensión entre lo que los lectores sabemos y lo que ellos aún no conocen es parte del encanto de la novela.

Avanzamos en la lectura y aparecen preguntas sin respuesta. ¿Por qué Polly hizo lo que hizo? ¿Quién la busca? ¿Está escapando o tiene un plan secreto? ¿Está enamorada o finge? Y, sobre todo, ¿de qué escapa? ¿Quién la sigue y por qué? Los ecos de antiguas novelas aportan supuestos motivos que la historia se encarga de destruir impiadosamente. El ritmo de la narración es constante y no da tregua. Nos empuja a seguir leyendo para disipar las sospechas que, como el humo, esconden la realidad. Cuando esas dudas se aclaran, aparecen otras, y nuestra curiosidad y nuestra angustia se reinician. 

Lippman parece escribir tanto para los que se acercan por primera vez al género como para los que hemos transitado por una buena cantidad de novelas, series y filmes sobre crímenes y delitos. A todos nos conforma y a todos nos engaña. El destino final de la protagonista me resultó tan nítido a cierta altura de la novela que debí abandonarla, porque literalmente «no quería» que le pasara algo terrible. Cuando la retomé, comprobé que había sido burlada magistralmente por una trama que, a pesar de no ser enmarañada ni fantasiosa, sortea las deducciones más obvias. Es una virtud de la escritora hacernos creer cualquier cosa que nos diga la protagonista. Sus hábitos y pensamientos la muestran humana y sensible; simpatizamos con su desgracia y admiramos su decisión de no dejarse ganar por el desencanto o la exasperación. Es desconfiada, ¿y cómo no serlo, con todo lo que (creemos que) le ha pasado? Nos inquieta porque miente, pero ¿quién no lo hace? Se puede mentir y amar, se puede abandonar a alguien para cuidarlo mejor. Nos repetimos esto a medida que la trama se desenvuelve en giros que aclaran parcialmente las situaciones y crean nuevas intrigas. 

En Piel quemada hay estafas de compañías de seguros, corrupción policial y chantajes varios, que aparecen al mismo nivel de gravedad que un abandono familiar, como si la autora jugara con la convencionalidad moral de los lectores. Hay varios personajes secundarios cuya inclusión en la trama no tiene mayor relevancia, pero aporta credibilidad al escenario y a la personalidad de los protagonistas. Otro detalle interesante es que, en esta vida en la que la prisa domina por igual a ciudadanos comunes y delincuentes, la espera es la estrategia que motiva a los protagonistas. Ellos esperan porque saben lo que quieren y la novela es un elogio a esa virtud extemporánea. 

La resolución de todos los enigmas es la recompensa que estamos acostumbrados a recibir al final de toda novela negra y Piel quemada no defrauda en ese sentido, ubicándose así dentro de la narrativa clásica del género. A la vez, no hay nada banal ni obvio en ella, la originalidad de la historia y de los personajes destripa los estereotipos y logra permanecer en el recuerdo. La potencia de la escritura de Lippman hace que una novela de corte clásico sea a la vez una gran novela, algo no tan habitual.  

Piel quemada es una novela inteligente y llena de interés, cosas que se aprecian en toda buena literatura. 

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