lecturas para siempre
Ray Bradbury y un viaje hacia destino inciertos
Por Federico Ivanier / Domingo 05 de agosto de 2018
Si hay lecturas que nos marcan para toda la vida, seguro que aquellas que leemos cuando somos niños o adolescentes nos marcan de una forma especial: nos muestran el mundo, o diferentes tipos de mundos, y frases que de primera parecen de lo más comunes despiertan en nosotros un sentimiento que renace con cada lectura. Si hay lecturas a las que volver, la obra de Ray Bradbury es una de ellas.
El vendedor de pararrayos llegó un poco antes de la tormenta. Siempre me impactó la oración, desde que la leí por primera vez. Me encantó su simpleza, la complejidad que latía por detrás y, de algún modo, todo lo que evoca. Hasta ese momento supongo que nunca había pensado posta en un pararrayos: para mí nada más los rayos estaban en el cielo, los pararrayos en los edificios y no había nada antes ni después. No había vendedores de pararrayos. Y mucho menos uno de ellos llevándolos en una valija y ofreciéndolos antes de una tormenta.
Pero a alguien se le tenía que ocurrir alguien que lo hiciera, yendo casa por casa, antes de una tormenta. Y ese mismo alguien decidió que podía abrir una novela con una oración al respecto. Y más de cincuenta años después, la frase aún vive en un clásico llamado La feria de las tinieblas (aunque debería haber sido traducido como Algo malvado hacia aquí viene, para mi gusto).
Ray Bradbury, el autor, fue el primer escritor que seguí fervorosamente durante mi adolescencia. Y no es casual que lo haya hecho, fui uno entre muchos. El autor nacido en Illinois, Estados Unidos, es uno de esos autores que te terminás encontrando en todos lados, sea en el estante de una librería o en la constante influencia generada en diversos autores (sin ir más lejos, y por mencionar a alguien megaconocido, Stephen King —que, dicho sea de paso, fue el segundo autor que seguí fervorosamente en mi adolescencia—).
¿Qué es lo que hace a Ray tan formidable? Podría encuadrárselo dentro de la ciencia ficción, con clásicos como Crónicas marcianas, que narra, en una serie de cuentos (o crónicas, como dice el título) una invasión a Marte por parte de los humanos. O también podríamos mencionar su novela distópica, Farenheit 451 (recientemente HBO hizo una peli basada en ella), acerca de un bombero cuya misión es quemar libros y que, por supuesto, también es otro clásico.
En cierto sentido, Bradbury tenía eso que es esencial en todo gran escritor: punto de vista, enfoque sobre la realidad. Estos dos ejemplos que acabo de mencionar tratan de encontrar un punto de vista nuevo sobre algo, al fin y al cabo: los humanos invadiendo planetas, un bombero que causa fuegos. No es raro, porque Ray Bradbury quería contar historias pero utilizándolas para hablar del mundo, sin ser complaciente ni aburrido, sino todo lo contrario.
La obra de Bradbury no giraba en torno a un único género. Bradbury escribía thrillers, fantasía y horror. Más arriba dije que escribía ciencia ficción, pero, si hilamos fino, ciencia ficción es una ficción basada en algo científico, cosa que Ray no tenía el más mínimo interés en hacer: no le interesaba predecir el futuro y tenía, en su literatura, una cierta aversión a la tecnología. Por si fuera poco, era un cuentista formidable. Todavía creo que El país de octubre sigue siendo de los mejores libros de cuentos que leí en mi vida. El hombre ilustrado tampoco se le queda atrás.
Pero, escribiera lo que escribiera, Bradbury lo hacía con un inconmensurable amor por el lenguaje. A veces, suelo ojear autores a los que parece que el lenguaje les da lo mismo, que fuera igual poner grande, enorme, gigantesco o monstruoso. Que el lenguaje no fuera más que un simple mecanismo para pasar información. En Bradbury esto nunca es así. Siempre hay una búsqueda, siempre hay una intención de jugar, de ser poético, de transmitirte sensaciones nuevas, de forzarte a crear imágenes que nunca tuviste antes.
Es que Ray era un romántico. En el fondo de su corazón, había casi hasta algo ingenuo, algo que miraba al mundo como esperando todo el tiempo algo mejor…, sobre todo, porque confiaba en que eso era posible. Si bien en muchos casos la literatura de Bradbury es oscura, en el fondo, siempre está el optimismo. Es una mezcla extraña y única. Releyéndolo el otro día, pensaba: leer a Bradbury a veces es como leer uno de esos libros que leías de chiquito (o te leían), con ilustraciones y una prosa musical… solo que con Ray algo terrible y horrendo puede pasar.
Y siempre con un enorme amor por sus personajes, incluso cuando se equivocan. Porque, ¿qué es un personaje que no se equivoca?, ¿qué novela o cuento se puede escribir sin personajes que se equivoquen? Para Bradbury siempre lo clave eran los personajes, o quitándole la je: simplemente las personas. Como él escribió en algún momento, la trama no es más que huellas en la nieve luego de que tus personajes corrieron por su cuenta hacia destinos increíbles.
Y sí, con Ray, como lectores, también partimos hacia destinos increíbles.
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