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Género documental

Sam Shepard: una despedida críptica y enigmática

Por Gerónimo Pose / Viernes 19 de abril de 2024
Sam Shepard en «Days of Heaven» (1978), de Terrence Malick.

El actor, dramaturgo y autor Sam Shepard, fallecido en 2017, se despidió con un libro de memorias que llega ahora al castellano. En Espía de la primera persona, Shepard narra la decrepitud de una enfermedad degenerativa, pero también da cuenta de sus recuerdos, fragmentarios y sumamente poéticos.

Sam Shepard nació en Illinois el 5 de noviembre de 1943. Hijo de un oficial de la fuerza aérea estadounidense y una profesora, quiso estudiar para ser veterinario, pero terminaría siendo uno de los grandes escritores y dramaturgos del siglo XX. Aunque no solo eso. Su polivalencia era digna de ser comparada con la de Boris Vian: guionista por encargo de Wim Wenders de la película Paris, Texas (basada en su libro Crónicas de motel), colaborador de Bob Dylan (recuérdese la crónica del «Rolling Thunder Review», en la cual narra cómo se lanza a la carretera junto al grupo de Dylan y se encarga de documentar todo). Shepard fue ganador del premio Obie en tres ocasiones y del Pulitzer por su obra de teatro Buried Child, baterista del grupo de acid rock Holy Modal Rounders, novelista, actor en películas como Días del cielo, poeta... En fin.

Espía de la primera persona (Anagrama 2023), con traducción de Mauricio Bach, es una novela breve, enigmática y profundamente evocadora, como lo fueron casi todas sus obras narrativas. Escrita mientras batallaba contra una enfermedad degenerativa, es un fragmentaria, elíptica y desestructurada. En parte recuerda a su primera novela, traducida al español décadas después como Yo por dentro (Anagrama, 2018), con esa intensidad poética sobre paisajes oníricos en los que un narrador entra y sale de escena, hundiéndose en recuerdos sobre el amor, la pérdida y la pasión. Espía de la primera persona carga con un ritmo exasperante y ecos de la prosa contundente, pausada y seca del Seda de Alessandro Baricco conviviendo junto a oraciones extensas a lo Kerouac en Los subterráneos, en las que no se pierde de vista el hilo conductor. Con Shepard nos trasladamos a las partes desérticas del norte de Arizona. Comprendemos el origen de las plantaciones de naranjos, olivos y perales. 

Palmeras en el desierto de Indio. Altas. Muy altas. Algunas de ellas de treinta metros o más. Había un pueblo fronterizo entre California y Arizona. Lo atravesaba el río Colorado. Estábamos en 1953 y los hombres blancos se disfrazaban de árabes en camellos y desfilaban calle arriba y calle abajo con su fez de la marca Shriner, jugando a ser orgullosos árabes.

Visualizamos jardines amplios con esculturas que son de otra época. Aprendemos sobre la historia de Pancho Villa, ese caudillo revolucionario que fue cruelmente asesinado mientras luchaba por sus ideales y la soberanía de su patria. Caminamos por ese Nueva York, el que ya no existe, antes de que se cayeran las torres, subieran los alquileres y desapareciera esa característica bohemia rebosante de creatividad para ser reemplazada por otra subcultura para nada interesante. 

Shepard también pone el ojo en un grupo de inmigrantes mexicanos que buscan conseguir trabajo bajo el sol oscuro, en Muhammad Ali, en el Watergate, Camboya y la ofensiva del Tet. Hay caballos, una de sus grandes aficiones. Un hombre al que le arrancan la oreja de un mordisco. El aire brumoso de California. Son todos ellos temas que supo desarrollar de forma exquisita en El gran sueño del paraíso (Anagrama, 2004) su libro de relatos gestado una vez que ya se encontraba alejado de la gran ciudad, y en el cual se nota ese importante cambio de aires. Pasajes breves que se van entretejiendo con el argumento principal: un hombre espía a otro, parado al otro lado de la calle. Está sentado, habla solo, nadie sabe quién es.

Lo observo desde la distancia. Es decir, lo observo desde el otro lado de la calle. Resulta difícil determinar su edad debido a los ventanales del porche cubierto. Debido a los estores. Purpúreo. Llanero solitario. Bandido enmascarado. No sé de qué se está protegiendo.

Shepard empezó a escribir el libro a mano en el 2016, sin usar su máquina de escribir, imposibilitado por la enfermedad que poco a poco fue comiendo sus capacidades motrices. A partir de cierto momento le fue imposible continuar trabajando en solitario por lo que optó, postrado en su silla, por grabar partes del libro que luego fueron transcritas por sus hijos Hannah, Walker y Jesse. Quien estuvo a cargo de la revisión del texto, mientras Sam estaba con vida, fue Patti Smith, su amiga y pareja en cierto momento. Las últimas correcciones las indicó pocos días antes de morir.

Así, Espía de la primera persona juega con los territorios creativos y su elasticidad. Retoma los tópicos con los cuales se convirtió en un autor consagrado: las comunidades nativas, la vida en la frontera, la identidad de uno mismo y, en consecuencia, la soledad. Genera así una obra críptica, con capítulos en los cuales nos ayuda a entender su presente, esos últimos meses de vida, en los que frecuentaba más el hospital que su propia casa. Se debate entre evocar el presente o quedarse hundido en el pasado. Recuerda con ternura los años en los que podía conducir por el Great Divide, por las carreteras de la costa, años en los que podía caminar con la cabeza erguida, podía ver a través del aire y limpiarse su propio culo.

Hay momentos en que no puedo evitar pensar en el pasado. Sé que es en el presente donde hay que estar. Siempre ha sido el sitio en el que estar. Sé que gente muy sabia me ha recomendado permanecer en el presente el mayor tiempo posible, pero a veces el pasado se presenta sin previo aviso. El pasado no aparece por completo. Siempre reaparece por partes.

 En suma, esta nouvelle autobiográfica ofrece relámpagos de belleza y lucidez, generando un mosaico que ilustra la vida del autor, al que muchos catalogaron como el heredero de Tennesse Williams y que falleció en Kentucky el 27 de julio de 2017, no sin antes dejarnos este, su testamento literario y existencialista, escrito en el anochecer de una vida agitada.

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