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Luz del faro

Señales de navegación marítima

Por Mintxo / Lunes 21 de agosto de 2023
Ilustraciones internas de «Breve atlas de los faros del fin del mundo».

Entre la postal entrañable y la función que efectivamente cumplen, los faros siempre han despertado curiosidad y misterio. Mintxo reseña Breve atlas de los faros del fin del mundo, de González Macías (Menguantes, 2020), un libro exquisito que se adentra con historias e ilustraciones en faros únicos en los cinco continentes.

Un libro sobre faros en la mano y qué antigüedad se nos viene a la mente, aunque al instante Punta Carretas, Colonia del Sacramento, La Paloma, Isla de Flores, el Cabo Polonio y esas noches que se cuentan como relámpagos aparecen también. ¿Dónde se perdieron?

Miro el faro, atrae. Podría contar los segundos que demora en dar luz nuevamente. Encendido todas las noches, no para. Hay algo en la nobleza bien entendida. Hoy un faro parece poco ante el ruido y la tecnología. Mirar el faro te cuestiona, es como aprender a estar solo, como descubrir la rutina de la soledad.

El farero se reconoce así: melancólico. Cuando está en tierra añora lo que el faro tiene para él, cuando la rutina del faro se lo traga desea estar en la tierra donde las cosas quedan más a mano. El punto medio es la orilla. Si él pudiera separarse en dos, dejaría un ser en cada lado.

Cómo puede un libro de faros sugerirte tanta cosa. Por ejemplo, a lo que el título refiere, El faro del fin del mundo, de Julio Verne, una historia fascinante de la que por ahí no es fácil recordar el inicio, pero que quien la leyó puede rememorar la existencia de aquel faro que sigue iluminando otras aguas, aclarando los guijarros. 

Al faro, o To the Lighthouse, de Virginia Woolf, historia indispensable para la novelística del siglo pasado —pero también para este—, en que la autora da cuenta de todo el modernismo que llevaba dentro, consigo, tal vez como parte de esa familia Ramsays y los veranos en la isla de Skye.

«El faro», o «The Light-House», cuento en que Edgar Allan Poe da pinceladas de su característico horror y cuenta de aquel noble que se salvó de la guillotina porque lo mandaron a manejar un faro entre la soledad y el desasosiego; texto breve, recuerdo, e inconcluso. «La trama que empezó a escribir transcurre en una apartada isla noruega, y aunque el faro y su ubicación no se correspondían con ningún escenario real. Pero, 40 años después de la desaparición de Poe, se levantó sobre un islote noruego que bien podría haber surgido de la imaginación del escritor», escribe José Luis González Macías, autor e ilustrador de Breve atlas de los faros del fin del mundo (Ediciones Menguantes, 2020), refiriéndose al Faro de Grip, en la costa noruega de Kristiansund.

[Portada de Breve atlas de los faros del fin del mundo, de González Macías (Menguantes, 2020)].

Pero basta de referencias: hacer su propio viaje. Este libro es una joyita. Lejos de GPS, de google maps, de linternas a demanda o de mensajes urgentes, las páginas de Breve atlas de los faros del fin del mundo tiene la capacidad de trasladarte hacia otros cuentos de tiempos lejanos. Son 34 relatos que tienen sus correspondientes historias, ilustraciones —muy buenas— y cartas de navegación —alucinantes—. Cada historia tendrá sus particularidades, y las hay fantasiosas y reales, de corsarios y piratas, de guerra o paz, con olas desde el fondo de los mares hasta la vez que una duna fue la que se comió el faro que la regenteaba.

No es menor el formato «atlas». Si bien es más chico que aquellos casi que obligatorios libros de consulta, grandes y pesados, que había en muchas casas, este tiene varias características que rememoran los de antes: tapas duras, lomo grueso, la superficie corrugada de las tapas y las hojas gruesas. Al igual que un guiño del faro a la oscuridad, que sea tipo «atlas» es otro hecho romántico, sentimental. Y es un hecho romántico a conciencia del escritor. 

[Interior de Breve atlas de los faros del fin del mundo].

González Macías escribe en el prólogo: 

De la pared cuelga un enorme mapamundi Michelin. En estos tiempos extraños, cada día dejo que la mirada se pierda sobre su superficie y el azar me guíe. La lectura de un nombre escrito al lado de un punto negro o la observación de un espacio demarcado por una línea me obliga a iniciar un imaginaroviaje. [...] Elegir cuáles de los puntos se señalan sobre el plano y cuáles no, ha sido una de las cuestiones más complicadas. Soy consciente de que muchos datos notables y atractivos capaces de transmitir cautivadoras historias se han quedado fuera de ese libro. 

Es cierto lo que dice González Macías. Pero lo que no está no está, y lo que sí está también son historias cautivantes. Sirva como pequeño spoiler alert nombrar tres de las historias que están para ser leídas: la del faro de Guardafui, en Somalia, construido por la Italia fascista para facilitar el tránsito de barcos entre el océano Índico y el mar Rojo; la de Amédée, cerca de la recóndita Nueva Caledonia, que como buena parte de Oceanía tiene su historia con aquella Francia que no dejaba de mostrar su poderío a hierro; o una más nuestra, la de los faros de Cabo Blanco, Evangelistas y San Juan de Salvamento, que están al sur de Sudamérica, donde agua y hielo jugaban a ser lo mismo cuando aquellos barcos se debatían entre dar la vuelta al mapa y no perderse en la luz —incesante— del fin del mundo.

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