Visualidades contemporáneas
Solos en el espacio
Por Francisco Álvez Francese / Lunes 22 de abril de 2019
El Louvre de noche, después de cerrar, misterioso y fascinante. Entra una luz dorada por la inmensa pirámide de cristal que acaba de cumplir treinta años y los pasillos relucen tenuemente y se siente el llamado de los artefactos. Pero salgo. Somos unos cuantos, aunque el auditorio no estaba lleno, los que salimos y nos miramos, al subir las escaleras, buscando entender un poco. Todavía resuenan algunas de las palabras de Claire Denis, que acaba de presentar su última película... pero todo esto sucede al final: mejor hagamos las cosas bien.
La parte parisina de los Rencontres Internationales Paris/Berlin 2019 había empezado unos días atrás, en otra de las sedes, aunque yo pude ir recién al otro día, el miércoles 6 de abril, cuando ya había inaugurado. La temática del festival, se me hizo evidente en seguida, estaba muy centrada en la arquitectura y se prestó especial atención a cortos y mediometrajes que tuvieran algo para decir al respecto, al menos en las sesiones a las que fui. Ese día, en Le Carreau du Temple, se proyectó, por ejemplo, el documental experimental Movimiento continuo, del peruano Mauricio Freyre (1976), sobre un proyecto de vivienda en Lima pensado a fines de los 60, y, entre otros, Monte Amiata, del suizo Tommaso Donati (1988), una pieza de ficción que sigue la vida de una habitante de ese particular complejo habitacional proyectado en Milán en la misma época que el limeño por los arquitectos Carlo Aymonino y Aldo Rossi.
El mediometraje, que se mueve con tiempos lentos y se va armando a partir de planos fijos de composición cuidada (como otras películas de Donati, que se pueden ver en su página web), toma el edificio como escenario para dar, de forma inteligente y por completo alejada del simplismo propagandístico habitual, una mirada sobre la tecnología, sobre la inmigración y la soledad.
Si estas son las preocupaciones de Donati (días después, café de por medio, me contó que ahora está filmando en una cárcel francesa), los temas de la alemana Luise Schröder (1982) son la construcción de la memoria y de lo que ella llama las nuevas mitologías, como demostró en uno de los eventos del jueves, enteramente dedicado a ella, que tuvo lugar en la Cité internationale des arts. Las obras de Schröder y sobre todo la potente y evocadora Arbeit am Mythos (que se centra en la ciudad de Dresden y sus sucesivas destrucciones y renacimientos), establecen un diálogo entre los humanos y los espacios que habitan y moldean, siempre atravesados por discursos. En ese sentido, las obras de la portuguesa Salomé Lamas (1987), expuestas como un tríptico el viernes, se centran en edificios icónicos (un hangar, el metro de Nápoles, una terminal) y crean, en blanco y negro, imágenes perdurables de esas extrañas construcciones, que parecen brillar con una magia propia.
El sábado, por su parte, en un evento que buscaba recuperar una historia «invisible» del cine, se proyectaron tres películas, entre las que estaban Actors of Profane History, de la alemana Elena Vogman y Clemens von Wedemeyer (1974), un maravilloso ensayo fílmico sobre el uso de los tipazhes (actores no profesionales) por Serguéi Eisenstein (sobre todo en la censurada El prado de Bezhin, de la que se conservan partes) y The train of Shadows, de Nika Autor (1982), que recupera un video amateur de dos migrantes que viajan colgados del tren que une Belgrado con Ljubljana y, a partir de ahí, repasa la historia de ese medio de transporte en el cine, desde la icónica locomotora que filmaron llegando a la estación los hermanos Lumiére. Sin embargo, el plato fuerte de la noche, que adelanté desde el principio, era la presentación deHigh Life, con la presencia de su directora Claire Denis (c. 1946).
Denis, famosa por su particular estilo, decidió cambiar un poco de atmósfera (en el sentido literal del término) y aventurarse a hacer una película en el espacio, protagonizada por Robert Pattinson, a quien secundan Juliette Binoche y Mia Goth. La película, que varios espectadores debieron abandonar en escenas especialmente perturbadoras, presenta un mundo deliberadamente ajeno a la estética que han impuesto las últimas películas de esta temática (sobre todo las producidas en Hollywood) y, así, nos muestra una nave en decadencia, ruinosa, inmunda, y a una tripulación, de algún modo, corrompida y marcada por sus crímenes pasados, que incluyen el filicidio, el asesinato y la violación. Así, en este curioso mundo nuevo, completamente a la deriva y desligado de la civilización, Denis se da lugar para preguntarse por temas tan duros y complejos como el tabú, que explora sobre todo a través del incesto.
Este último, sugerido con fuerza desde el principio en imágenes que resultan, aún en su cotidianeidad, muy difíciles de ver, fue confirmado por la cineasta, a la que varios de los espectadores increparon por este aspecto. Más allá de eso (o, tal vez, incluso a raíz de esto mismo) la película, algo despareja, logra momentos de inmensa expresividad y, en su carácter marcadamente discutidor y personalísimo, es que deja al público, como sus personajes, lanzados al medio de la noche, con la incertidumbre absoluta de qué es lo que hay más allá de la oscuridad, pero también de eso que llamamos lo humano.
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