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Novela negra

Novelones: «La niña de oro», de Pablo Maurette

Por Cecilia Ríos / Viernes 11 de julio de 2025
Novelones: «La niña de oro», de Pablo Maurette
Portada de «La niña de oro» y Pablo Maurette (foto: Lisbeth Salas. Anagrama).

Sobre una novela en la que «Los personajes que nos presenta son interesantes y creíbles, la trama se arma y desarma a lo largo del relato, la identidad del/de los criminales aflora y se desvanece, los investigadores no caen en los estereotipos». Gran entusiasta de la novela negra, Cecilia Ríos reseña La niña de oro, de Pablo Maurette (Anagrama,2024). 

Hay libros a los que volvemos en busca de refugio. Algunos leen poesía, otros cuentos para niños, recetarios de comida, novelas eternas o catálogos de fotografías. Ciertas personas tenemos una lista de autores o estilos en los que confiamos ciegamente para huir del desasosiego o la tristeza. Para mí, y quizás también para otros, leer una novela negra permite huir, por unas horas, del caos. A pesar de las truculencias, la crueldad, la injusticia y otras cosas horribles de las que nos sentimos lejos, las obras del género permiten, casi siempre, acceder a un universo sin fisuras, en el que existe la verdad, más allá de que sea negada o traicionada.

La clásica tapa amarilla de Anagrama no indica, a simple vista, que estamos ante una novela de crímenes e investigadores. El argentino Pablo Maurette (1979) no es un autor del género, sino un especialista en literatura inglesa con intereses que van desde el guion cinematográfico al ensayo, que entiende el griego bizantino y ha publicado cuentos y una novela. La contratapa (que parece escrita por inteligencia artificial porque incluye datos que sería mejor conocer durante la lectura ) dice que es una novela detectivesca. Lo creemos y arrancamos a leer este libro breve (porque los lectores siempre hacemos el cálculo prosaico de que si es malo, no nos llevará mucho tiempo leerlo). Buscamos, entonces, a esa niña de oro de la tapa, para descubrir que es un título engañoso, porque el autor no desperdicia las oportunidades de sorprendernos. El capítulo inicial tiene un estilo que atrapa, una forma original de introducirnos en el drama principal y es también una muestra de escritura con ritmo, belleza y precisión.

Los personajes que Maurette nos presenta son interesantes y creíbles, la trama se arma y desarma a lo largo del relato, la identidad del/de los criminales aflora y se desvanece, los investigadores no caen en los estereotipos. Creo que el autor se divirtió armando la historia y escribiéndola, pero es solo una suposición.

Los hechos suceden en la ciudad de Buenos Aires, cuyos barrios y parques son descritos con pericia y crean la atmósfera humana de la historia. La narración exhibe el desencanto y la inquietud de diciembre de 1999, cuando el temor atávico con respecto al cambio de milenio anticipó, con el diario del lunes, la gran crisis argentina del 2001. Hay niños mendigos en la calle, desocupación, quejas de los que no consiguen llegar a fin de mes con su trabajo, prostitución adolescente.

La investigación está a cargo de la fiscal Sylvia Rey, una mujer inteligente que enfrenta sus cuarenta años con una mezcla de confianza y descreimiento. No es fácil descubrir actos de maldad, que nos gustaría calificar de inhumanos. La búsqueda de la justicia, aunque falle, da consuelo y razón de ser a los involucrados. La novela muestra a su principal protagonista en sus momentos de duda, aburrimiento, amor y reflexiones:

Aceptar la incertidumbre fundamental de la existencia requiere de un esfuerzo mental enorme y de una fortaleza anímica descomunal. Hay que resignarse a la inconclusión permanente, a la duda constante, a la perplejidad como modo perenne de enfrentarse al mundo.

Sylvia Rey lleva este modo de pensar a su vivencia como fiscal de crímenes y, mientras escucha a Andrés Calamaro y lee a James Cain, convive con la incerteza de los posibles culpables, que a veces no son los que ella quisiera.

No están ausentes de la novela los condicionamientos que impone el poder y no se escatima en mostrar la resignación de quienes están obligados a callar para que la maquinaria burocrática siga existiendo. La novela es ingeniosa y también desafiante hacia su público principal, que muchas veces es intransigente en la resolución de los enigmas planteados y exige que cada detalle encaje, que todo misterio sea pulverizado por la razón y que haya una buena dosis de violencia explícita. Maurette logra mantener el interés, satisfacer a los ortodoxos del género y sorprender a quienes buscan algo más en él.

El autor escribió el ensayo Por qué nos creemos los cuentos: Cómo se construye evidencia en la ficción y es evidente, en esta novela, que domina este arte.

Un detalle que se destaca es el juego que la protagonista comparte, desde niña, con su padre.

Era un juego que... consistía en acumular referencias inconexas al mismo objeto. Si las referencias eran dos, se llamaba «duquesas». Las duquesas eran bastante comunes. Si el referente se manifestaba tres veces, ya fuese como palabras, como imagen o en carne y hueso, entonces se trataba de una tricota.

Ese juego continúa en la adultez de la hija y la vejez del padre como herramienta deductiva y guía en momentos de confusión. A estos aspectos prosaicos del devenir de fiscales y policías, muchas veces enfrentados, se suman datos científicos sobre el albinismo, las mutaciones, los hábitos tribales y la superstición que atraviesa el Atlántico y convence a los hambrientos de éxito sobre las virtudes de comprar amuletos siniestros.

No falta en esta novela ese ingrediente también usado (a veces bien, a veces mal) por los maestros del género noir: el azar. El viaje en ómnibus donde alguien presta atención a un personaje maléfico e inolvidable. La hoja del diario abierto en la página con una noticia que aporta a la búsqueda. El jerarca que un policía encuentra en una fiesta, sin saber que está involucrado en un asunto cercano al crimen. Eso que se aparta de la lógica, pero sucede, y que llamamos «serendipia».

La lectura es ágil, pero la novela no es simple. Está llena de cruces, citas, reflexiones y elementos sorpresa. Es verdad que es un poco «limpia» porque no se regodea en lo sanguinario, pero cuenta hechos muy crueles, que el lector es capaz de imaginar. Un cuchillo causa una herida, un frasco de sangre en la heladera sugiere la tortura y la muerte. El autor ha dicho que no le gusta la literatura que se regodea en lo sórdido, en lo siniestro y en lo desagradable, aunque sean temas que le interesan.

Ojalá podamos leer más novelas negras ambientadas en lugares que conocemos, pobladas de personajes parecidos a la gente que sobrevive en tiempos de crisis con sus angustias, debilidades y ganas de estar en un mundo un poco mejor.

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