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Novelones: «Arderá el viento», de Guillermo Saccomanno

Por Cecilia Ríos / Miércoles 23 de abril de 2025
Novelones: «Arderá el viento», de Guillermo Saccomanno
Detalle de portada de «Arderá el viento», de Guillermo Saccomanno (Alfaguara, 2025).

La experiencia de lectura de Arderá el viento (Alfaguara, 2025), la premiada novela de Guillermo Saccomanno, tiene que ver con el valor de la concisión, un ritmo implacable y personajes sin redención. Como advierte Cecilia, «una espiral de personajes culpables, cómplices en el silencio y usuarios de privilegios mínimos pero suficientes para mantenerlos atados al poder de turno. Cuánta pericia hay en esa dosificación de calamidades, de personas y motivos».

Luego de leer El buen mal, de Samanta Schweblin, y El monte de las furias, de Fernanda Trías, dos libros muy bellos y similares en la fluidez de su prosa, en su contenido íntimo, en su capacidad de disparar reflexiones y acompañarnos después de la lectura, enfrentar Arderá el viento, de Guillermo Saccomanno, fue como un golpe, si no en la mandíbula, en el corazón. Acción, muchos personajes, frases breves y ritmo veloz: no podría imaginar algo tan opuesto a la cadencia armoniosa de mis lecturas precedentes. Pero así es la literatura, y es un privilegio disfrutar de escrituras variadas, entrar en otros universos.

Me impresionó en primer lugar la estructura de esta novela, Premio Alfaguara 2025: como a la mitad del libro advertí que me envolvía, me cercaba, una espiral de personajes culpables, cómplices en el silencio y usuarios de privilegios mínimos pero suficientes para mantenerlos atados al poder de turno. Cuánta pericia hay en esa dosificación de calamidades, de personas y motivos.

El libro está dividido en más de ciento veinte capítulos de dos o tres páginas cada uno; esto agiliza la lectura, calma de algún modo la ansiedad de saber qué pasará, a dónde iremos, porque la novela nos lleva a toda velocidad por paisajes apenas visibles por más que los conozcamos de otras novelas, de las noticias, de la experiencia propia. Distintas historias se alternan para que el interés no decaiga, para que la respiración no se calme durante la lectura.

Una mujer hermosa llega a un pueblo ( «la Villa») y dispara pasiones. Pero, a diferencia de la femme fatale paradigmática, cada uno de sus amantes sufre su destino por causas ajenas al sexo o al amor. Desde el asesinato a la corrupción, de la venganza al destino mesiánico, cada cual tiene su propio camino a la desgracia, en algunos casos elegido por conveniencia o impuesto por la realidad social.

Esta mujer que ejerce su sexualidad libremente, que comparte con sus amantes poemas que ellos no leen, comienza a escribir una novela erótica con la intención de ganar dinero para mantener a su familia. Las frases que escribe, inspirada por sus amantes, acompañan la acción de los demás personajes, que parecen por momentos robots o zombies incapaces de cambiar de dirección. El marido de la mujer presume ser parte de la aristocracia húngara (alguien me dijo una vez que en Hungría casi la mitad de la población dice poseer títulos arcaicos como marqués, baronesa, duquesa, etc.) y tiene el apellido de una familia muy rica, los Esterházy. Ellos no son ricos: sobreviven gracias a las ganancias de un hotel de temporada, mantenido por trabajadores zafrales que vienen del norte y a quienes los dueños llaman «la indiada» en tanto los huéspedes son «invariablemente rubios».

Lo anterior contribuye al estereotipo y nos hace pensar que estamos ante una gran parodia. Hay un toque de humor en algunos momentos dramáticos, ese tipo de bromas que alivian la tensión cuando parece que ya no se soportan más los atropellos, ambiciones o falta de piedad. La pareja principal tiene dos hijos adolescentes que no representan la esperanza ni el mejor futuro; tampoco la continuidad de las actividades de sus padres. En esto, Saccomanno parece decirnos que, si había un arquetipo en esta historia, este no era. Porque suele suceder en la ficción que haya una especie de equilibrio entre las fuerzas del mal y del bien, cuyo enfrentamiento termina en las últimas dos páginas.

«Siempre alguien ve algo. Y pudo ser visto viendo»

Saccomanno es guionista de cómics y hay algo de este género en los diálogos escuetos, en el devenir lineal de cada historia. La mayoría de los personajes tiene vínculos directos con el poder: son autoridades, policías, comerciantes, altos funcionarios. El autor agrega un toque sutil de burla a sus imposturas:

Se siente por fin preparada para dar un gran salto, despojarse de las trampas del materialismo y tomarse el primer KLM a Bombay. Su mejor amiga, la mujer del secretario de Planeamiento, ya hizo el viaje y además de traerse telas fantásticas, volvió cambiada.

A estos personajes los rodea un pueblo silencioso que no está incluido en la historia y que se calla.

Todos miran a otro lado cuando les preguntan qué vieron. Y esta es la razón de ser existencial de todo pueblo decente si es que hay alguno sobre la faz de la tierra.

La figura del narrador de esta novela es parte de ese pueblo y logra transmitir, impasible, el destino trágico de los corruptos y los malvados, en una especie de justicia civil espontánea. Recordé a Lope de Vega y su letanía «Fuenteovejuna, señor». En este caso, «La Villa, señor, señora» es la responsable última de las catástrofes, pero, a diferencia de la obra teatral, por inacción. No hay gestos heroicos que sean emulados por el pueblo, que se limita a ser testigo de hechos que, en general, lo favorecen. El paisaje aparece como un elemento casi decorativo: los pájaros cantan, el bosque se despierta, las rosas florecen, las alamedas se inundan con la tormenta. Son siempre frases cortas pero suficientes para acompañar cada una de las tragedias que se cuentan; encontramos en ellas también algo artificial, un artefacto de manual de escritura, porque Saccomanno parece detestar la solemnidad.

Si alguien hubiera reparado en Esterházy, su rostro iluminado, enrojecido, esa sonrisa que podía ser tanto de enamoramiento como signo de idiotez, fascinado, en el corazón del incendio, ese alguien habría pensado, por qué no, en la expresión de regocijo del diablo. Unas gotas heladas le dieron en la cara. El cielo en movimiento. Un relámpaco confirió a la visión un tinte espectral. Un trueno y después otro.

Saccomanno se esmera en darnos referencias precisas para conocer a los múltiples personajes, como si partiera de la base de que hay «tipos de gente» que ya conocemos de la vida real, de cuentos y de series. Algunos sobresalen a pesar de la parquedad: el ferretero y su hija pianista, por ejemplo. Hay escenas que podrían incluirse en el género noir: incendios, bombas, tiroteos están contados con gran eficacia ( diría otra vez con pocas palabras, pero sería redundante). Ellas son un elemento más que hace a esta novela adictiva, porque es casi inevitable leerla de un tirón.

Termino pensando que este libro y los dos que nombré al principio tienen algún parecido entre sí, además de su gran calidad. Encontrarlo es tarea de los lectores.

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