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literatura en neerlandés

[Traducĕre #7] Saskia de Coster por Catalina Cepernic

Por Catalina Cepernic / Viernes 21 de octubre de 2022

¿Qué pasa cuando nos enteramos de que nuestro hogar pronto no existirá más? La novela Wat alleen wij horen [Lo que solo nosotros oímos] es la historia de un edificio a punto de ser demolido contada desde la vida de sus habitantes. Pero también lo edilicio es protagonista del texto. La traductora Catalina Cepernic trae al español el comienzo de esta obra inédita en nuestra lengua de la autora belga Saskia de Coster (1976). 

Lo que solo nosotros oímos

Siete meses más

Hay gente que dice que todo lo que vivís, te cambia de una u otra manera. Todo, desde la margarita que arrancaste alguna vez en el jardín de tu infancia hasta la oportunidad que no aprovechaste porque todavía no estabas liste, desde esa mañana en la que te despertaste sole hasta esa tarde en la que una mano desconocida rozó la tuya en un café muy concurrido. Todo eso te forma, afirman elles, dirige tu rumbo constantemente.

Hay gente que asevera que nadie cambia realmente. Ningún recuerdo, ninguna experiencia, ninguna otra persona puede destruir sus afilados contornos. Sos y serás quien sos. Hasta que un día elles también son alcanzades por algo que no vieron venir por algún punto ciego.

A las personas que mutan constantemente, a las personas inmutables y a todas las demás, las encontrás en todas partes, en cualquier ciudad. Acá también habitan las calles y los edificios.

La Nueva York de Europa llaman a esta ciudad, porque es igual de incansable, porque acá lo moderno y lo tradicional se abrazan mutuamente, porque pensadores y aventureres originales le dan todo el aliento a la ciudad. Luego de tantos siglos de oscilar entre grandeza histórica y decadencia sobre los tacos altos de andamios de restauración, luego de tantas guerras, periodos de recuperación y momentos de gloria, esta ciudad continúa demostrando su resistencia. Mientras se viene abajo en algunos lugares, en otros sectores vuelve a elevarse, primero como niñe que aprende a caminar y luego como marcadora de tendencia a la que otras persiguen.

A lo largo de los siglos ha bienvenido y albergado a enormes cantidades de habitantes. Continuamente, día y noche, sin respiro, nacen bebés citadines en sus hospitales, livings, incluso de vez en cuando en uno de sus colectivos o en un supermercado abarrotado. Pero de la misma manera, la metrópoli despide diariamente a sus habitantes en algún mercado de flores, en sus bares, delante o detrás de sus fachadas históricas, en sus discotecas y oficinas. Cada media hora, para más precisión, llega une nueve ciudadane y parte otre, a las afueras de la ciudad, a otro país o a la eternidad, en un perfecto relevo de guardia.

La metrópoli, construida sobre sólidas costumbres europeas, siempre abrió sus puertas al crecimiento y al progreso, pero ahora está a punto de rebalsar por la afluencia de nuevas personas que no comparten su historia. Se estremece de incertidumbre al pensar en su futuro, mientras que para darse ánimos proclama en carteles y pasacalles lo Simplemente Fuera de lo Simple que es, un comprometido eslogan pensado por una agencia de marketing muy bien paga.

[…]

Esa es ella, la metrópoli de dos millones de personas, con millones de planes y sueños que la aquejan y la recubren día y noche, la enloquecen con picazón en lugares indecorosos, la desafían y le permiten alardear orgullosa de seguir reinventándose infinitamente.

Una ciudad como relato eterno de cambio y anhelo.


Una madrugada de invierno, temprano, una bandada de cotorras se instala sobre el viejo edificio Atlas. Cuando el edificio de departamentos fue levantado en 1920, se encontraba en los límites de la ciudad, pero la urbe, siempre creciente, lo engulló hace ya mucho. Los pájaros parecen inclinar suavemente la cabeza para enviarle un saludo silencioso al anciano edificio. El Atlas suspira, contento con la mínima atención, cansado tras tantos años de desgaste.

En ninguna guía turística se menciona el edificio Atlas, nadie elogiará sus bellas, o al menos particulares, vistas panorámicas. Y sin embargo alguna vez fue una construcción excepcional, diseñada por un arquitecto progresista, con un vistoso vestíbulo de mármol y adornos elegantes de hierro forjado en la fachada, como estaba de moda en los años 20. Pero con esos granos, hechos de pintura inflada, las cejas que cuelgan torcidas, hechas de canaletas que sucumben lentamente, la saliva sobre los alféizares de las ventanas, ocasionada por chaparrones inclinados, las profundas cicatrices de acné y las manchas de óxido de los elementos que, implacables, corroen el hierro de la escalera para incendios, el edificio se ve un poquito en ruinas en los últimos años.

El frente con tantas ventanas remite a una gran pared llena de pantallas. En cada una de las pantallas se transmite un programa diferente. Algunos episodios son sumamente monótonos, otros mantienen tu atención, aun si no podés entender los subtítulos en escena.

Como les habitantes del Atlas son ciento veintidós viviendo en una superficie tan pequeña, no se estorban mutuamente en los pasillos. Ese es un acuerdo implícito al que relativamente todes se atienen. Con intervalos de pocos segundos hasta unos largos minutos, les inquilines, a veces con la oreja contra la puerta, se dan la libertad une a otre para atravesar el pasillo sin interrupciones. Así le otre tiene por un momento la sensación de estar sole, pero les habitantes del Atlas están siempre, cerca unes de otres, al lado, abajo, arriba, casi siempre en segundo plano, a veces en primer plano. Siempre están en compañía de sus vecines, las personas que de cierta manera mejor les conocen, que les escuchan estornudar al levantarse, perciben los portazos bruscos cuando se pronuncia una palabra indecente, sienten el humo disimulado de los cigarrillos cuando les niñes están soles en casa. Les inquilines del Atlas son siempre vecines cercanes y a veces amigues lejanes que comparten paredes unes con otres.

En este momento del día, todavía está tranquilo en los pasillos del edificio de cuarenta departamentos, divididos en ocho plantas. El silencio y el frío de un convento reinan antes de la hora pico, pero dentro de poco las primeras voces aparecerán recorriendo los largos pasillos.

[...] Detrás de esas puertas crecen las historias que les inquilines llevarán consigo toda una vida.

Una fisura atraviesa el silencio. Afuera retumba el suelo, como si un terremoto discreto sacudiera al edificio Atlas para despertarlo. En el primer piso, la segunda puerta de la izquierda se abre de golpe muy violentamente. Una mujer se precipita hacia afuera.

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Wat alleen wij horen

Nog zeven maanden

Er zijn mensen die zeggen dat alles wat je meemaakt, je op een of andere manier verandert. Alles, van het madeliefje dat je ooit plukte in de weide van je kindertijd tot de kans die je niet greep omdat je er nog niet klaar voor was, van die ochtend dat je alleen wakker werd tot die avond toen een vreemde hand even de jouwe raakte in een druk café. Het vormt je allemaal, menen zij, het stuurt je voortdurend bij.

Er zijn mensen die beweren dat niemand echt verandert. Geen herinnering, geen ervaring, geen andere mens kan hun harde contouren aan stukken slaan. Je bent en blijft wie je bent. Tot op een dag ook zij worden ingehaald door iets wat ze niet in hun dode hoek hebben zien aankomen.

De mensen die blijven veranderen, de onveranderlijke mensen en alle anderen, je vindt ze overal, in elke stad. Ook hier bevolken ze de straten en gebouwen.

Het New York van Europa wordt deze stad ook wel genoemd omdat ze even onvermoeibaar is, omdat hipheid en traditie elkaar hier omarmen, omdat originele denkers en durvers de stad haar zoveelste adem geven. Na al die eeuwen van heen en weer slingeren tussen historische grootheid en verval op de hoge hakken van restauratiesteigers, na al die oorlogen, herstelperiodes en gloriemomenten blijft deze stad haar veerkracht bewijzen. Terwijl ze op sommige plaatsen in duigen valt, rijst ze in andere wijken weer op, eerst als een kind dat leert lopen en vervolgens als trendsetter waar anderen achteraan hollen.

In de loop van de eeuwen heeft ze enorme aantallen bewoners verwelkomd en geherbergd. Doorlopend, dag en nacht, zonder adempauze, worden er in haar ziekenhuizen, huiskamers en ook wel eens op een van haar bussen of in een overvolle supermarkt stadsbaby's geboren. Maar net zo goed neemt de grootstad dagelijks afscheid van haar bewoners op een van haar bloemenmarkten, in haar bars, voor of achter haar historische gevels, in haar discotheken en kantoren. Ieder halfuur, om precies te zijn, komt er een nieuwe stedeling bij en trekt er eentje weg, naar de stadsrand, naar een ander land of de eeuwigheid, in een perfecte aflossing van de wacht.

Over de vele pogingen om het lot om te buigen, de gewoontes en de ongeschreven regels te doorbreken, het verlangen en de angst te slim af te zijn, bestaan amper cijfers. Het zijn enkel de spectaculaire overwinningen en de pijnlijke missers die het tot nieuws schoppen terwijl zo vele stadsbewoners proberen. Hun blokkentoren van pogingen staat vaak wankel of dondert omlaag. Soms geraakt er iemand hogerop, een enkele keer loopt iemand regelrecht in de armen van het geluk.

De grootstad, op solide Europese gewoontes gebouwd, heeft altijd de deur opengezet voor groei en vooruitgang, maar nu barst ze uit haar voegen door de toevloed aan nieuwe mensen die haar geschiedenis niet delen. Ze siddert van onzekerheid bij de gedachte aan haar toekomst, terwijl ze om zichzelf op te peppen op borden en banners uitroept hoe Gewoon Buitengewoon ze is, een verbindende slogan bedacht door een dikbetaald marketingbureau.

[...]

Dat is zij, de grootstad van twee miljoen mensen, met miljoenen plannen en dromen die haar dag en nacht plagen en overwoekeren, haar gek maken van de jeuk op onwelvoeglijke plaatsen, haar uitdagen en trots laten paraderen omdat ze zichzelf eindeloos blijft heruitvinden.

Een stad als een eeuwigdurend verhaal van verandering en verlangen.


Op een vroege winterochtend strijkt een zwerm parkieten neer bij het oude Atlasgebouw. Toen het appartementsgebouw in 1920 werd opgetrokken, bevond het zich aan de stadsrand, maar de altijd groeiende stad heeft die allang opgeslokt. De vogels lijken zacht te knikken, om het bejaarde gebouw een stille begroeting toe te werpen. Het Atlasgebouw zucht, blij met de minieme aandacht, moe na zo vele jaren slijtage.

In geen enkele toeristische gids wordt het Atlasgebouw vermeld, niemand zal het prijzen om zijn prachtige of tenminste bijzondere uitzicht. En toch was het ooit een opmerkelijk gebouw, ontworpen door een vooruitstrevende architect, met een fraaie marmeren inkomhal en op de gevel enkele elegante smeedijzeren decoraties, zoals dat in de jaren twintig mode was. Maar met zijn puisten van opbollende verf, de kromme afhangende wenkbrauwen van regen pijpen die het traag begeven, de kwijl langs vensterbanken, veroorzaakt door schuine slagregens, de diepe acne kraters en roestvlekken door de onverbiddelijke elementen die inbijten op de ijzeren brandtrap, ziet het gebouw er de laatste jaren een tikje vervallen uit. De gevel met al zijn ramen doet denken aan een grote wand vol beeldschermen. Op elk van de schermen speelt een ander programma. Sommige afleveringen zijn onnoemelijk eentonig, andere houden je aandacht vast, ook al kun je de ondertitels bij het tafereel niet begrijpen.

Omdat de Atlasbewoners met honderdtweeëntwintig op zo'n kleine oppervlakte wonen, lopen ze elkaar in de gangen niet voor de voeten. Dat is een stilzwijgende afspraak waar vrijwel iedereen zich aan houdt. Met tussenpozen van enkele seconden tot een paar lange minuten geven de bewoners, soms met het oor tegen de deur, elkaar de vrijheid om ongestoord de gang door te gaan. Zo heeft de ander even het gevoel alleen te zijn, maar de Atlasbewoners zijn er altijd, bij elkaar, naast elkaar, onder elkaar, boven elkaar, meestal op de achtergrond, soms op de voorgrond. Ze zijn altijd in het gezelschap van hun buren, de mensen die hen op een bepaalde manier het best kennen, die hen horen niezen bij het opstaan, die het hardhandig dichtkletsen van de deuren opvangen als er een onvertogen woord valt, die de stiekeme sigarettenrook ruiken als de kinderen alleen thuis zijn. De Atlasbewoners zijn de altijd nabije buren en soms verre vrienden die hun muren met elkaar delen.

Op dit moment van de dag is het nog kalm in de gangen van het gebouw met veertig appartementen, verdeeld over acht verdiepingen. De stilte en koelte van een klooster heersen voor de ochtendspits, al zullen de eerste stemmen stilaan door de lange gangen komen aanlopen.

[...] Achter die deuren groeien de verhalen die de bewoners een leven lang met zich zullen meedragen.

Een scheur trekt door de stilte. Buiten davert de grond, alsof een bescheiden aardbeving het Atlasgebouw wakker schudt. Op de eerste verdieping wordt de tweede deur links met groot geweld open gegooid. Een vrouw stormt naar buiten.

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SOBRE LA AUTORA

Saskia de Coster (Lovaina, Bélgica, 1976) es una escritora y artista plástica flamenca. Estudió lenguas germánicas y filología. Escribe desde muy joven y a los 13 años fue premiada por primera vez dentro de un concurso de jóvenes periodistas. Es autora de once novelas, entre las que se encuentra Wat alleen wij horen [Lo que solo nosotros oímos], y ha sido premiada por varias de ellas. También es columnista en el periódico belga De Morgen desde el año 2010. Además de novelas ha publicado relatos cortos y poesía, escribe teatro y este año publicó un folletín en el periódico holandés NRC. También ha presentado instalaciones audiovisuales y expuesto obras plásticas en conjunto con otres artistas. Sus novelas tematizan las relaciones humanas e incluyen elementos autobiográficos. De Coster juega con la lengua: crea palabras, reformula dichos, condensa ideas. Su estilo descriptivo construye imágenes y apela a los sentidos, característica presente en este fragmento de Wat alleen wij horen.

SOBRE LA TRADUCCIÓN

El fragmento traducido es el prólogo, la introducción, la primera parte de la novela Wat alleen wij horen [Lo que solo nosotros oímos], inédita en español. El relato inicia cuando los vecinos del edificio Atlas reciben la noticia de la demolición del edificio: faltan siete meses. Este primer fragmento nos sitúa en tiempo y espacio y nos lleva de lo macro a lo micro: toda la gente, la ciudad, la calle, el edificio, los pasillos. El interior de los departamentos queda por conocer en los capítulos que siguen, que la novela dedica a cada personaje. Algunos de ellos tienen nombre, otros son simplemente el número de su departamento. 

Como se trata de prosa, la mayoría de las decisiones de traducción en este caso tienen que ver con la búsqueda de construir un texto igual de ameno y ágil que el texto fuente sorteando las diferencias entre el holandés y el español (principalmente en términos de sintaxis). Una tarea frecuente consiste en desglosar ideas del neerlandés en frases más largas en español, como debería suceder, por ejemplo, con la palabra verwelkomen, que significa «dar la bienvenida». Aquí resolví traducir «heeft ze enorme aantallen bewoners verwelkomd en geherbergd» como «ha bienvenido y albergado a enormes cantidades de habitantes», si bien las reglas del español establecen que «bienvenir» no es un verbo. Esto se debe a que me interesa más el uso de la lengua que las reglas. Así, la frase queda menos extensa y más amigable, y mantiene algo del ritmo de la oración en neerlandés.

Alguna que otra vez sucede al revés: podemos resolver más brevemente una idea en español. Así lo hice con la frase «het hardhandige dichtkletsen van de deuren opvangen», que traduje como «perciben los portazos bruscos». «Dichtkletsen» significa algo como «cerrar haciendo ruido» o «hacer ruido al cerrar», y luego especifica «van de deuren», «de las puertas». En «portazos» encontré la idea de cerrarse, hacer ruido y que se trata de una puerta: «portazos bruscos».

Así, el proceso de traducción consistió en mantener lo visual del fragmento y la invitación al lector al mundo que se describe, a través de un registro y un uso de la lengua llevaderos y cercanos.

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