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Formas de percibir

Aguafuertes psicoactivas

Por Rocío del Pilar Deheza / Martes 05 de diciembre de 2023
Fragmento de portada de «Las ceremonias» (El gato y la caja, 2023).

Las ceremonias. Crónicas de personas que usan drogas, de Marcos Aramburu, es un libro que recoge, de una manera sensible e inteligente, diferentes experiencias en torno al uso de drogas. Y es también un alegato a favor de la reducción de daños, partiendo de la necesidad de «poner el foco en las personas y sus contextos, no en las sustancias».

Nuevamente, El gato y la caja, el proyecto de ciencia + diseño de la vecina orilla, edita un libro en el que se tratan las sustancias psicoactivas. Hace unos años atrás, en Un libro sobre drogas (2017), casi una veintena de autores (y un puñado de  autoras) de diversas disciplinas científicas nos invitaron a iniciarnos en un mundo de circuitos neuronales y cuestiones farmacológicas pero también socioculturales y políticas sobre una amplia variedad de sustancias psicoactivas legales e ilegales. Lo hicieron desde un enfoque de reducción de daños, que cuestiona la estrategia de guerra contra las drogas y el paradigma prohibicionista-abstencionista que la sustenta, con el fin último de exigir políticas públicas sobre drogas basadas en evidencia científica. 

En Las ceremonias. Crónicas de personas que usan drogas, de Marcos Aramburu, el eje sobre el cual se aborda la cuestión de las sustancias psicoactivas es otro. Este cambio se debe a que su autor lleva a la práctica eso que quienes trabajamos en torno a la cuestión de las drogas desde un enfoque de reducción de daños repetimos como un mantra: es necesario poner el foco en las personas y sus contextos, no en las sustancias.

Marcos Aramburu es argentino, maradoniano, locutor, conductor, bicampeón de jingles (ese movimiento social y político que acompañó el largo camino de las elecciones presidenciales argentinas de 2023) y se autodefine como un psiconauta aficionado. Antes de escribir este libro, compartió con el público de la plataforma digital Gelatina su interés por distintas cuestiones vinculadas a las sustancias psicoactivas, sus usos, representaciones, prohibición, abordajes y enfoques alternativos al tabú, la condena y el abstencionismo. 

En Las ceremonias, Aramburu reúne experiencias de uso de diversas sustancias psicoactivas, vivenciadas en distintas épocas, por distintas personas, incluso en primera persona. Si bien existen importantes y detallados estudios académicos sobre la historia de las sustancias psicoactivas, los relatos prolija y cariñosamente hilvanados en Las ceremonias nos ayudan a reconstruir las historias (en plural) de personas de distintos ámbitos socioculturales, identidades de género y sexualidades, que, por diversos motivos y de variadas maneras, se han vinculado con sustancias atravesadas por pánicos morales y sexuales. 

El libro recoge experiencias de quienes se dedicaron a ser transas y vender cocaína como estrategia de supervivencia, pero también para tenerla a mano, pasando por quienes recurren a distintas sustancias para facilitar encuentros sexuales, pasando por adolescentes que tienen su primera experiencia de uso, hasta quienes recurren a tomas de ayahuasca para enfrentarse a situaciones trascendentales en su trayecto vital. Cada vínculo que la persona establece con una sustancia psicoactiva, cada historia que se genera en las diversas trayectorias de uso, tiene su particularidad y eso queda claramente reflejado en este libro, que, si bien es un libro sobre sustancias psicoactivas, es ante todo un libro sobre quienes las usamos. 

Resulta particularmente interesante la estrategia metodológica que Aramburu llevó adelante para dar lugar a estos relatos sobre usos de sustancias psicoactivas. Los cuatro capítulos que componen este libro son producto de conversaciones entre personas usuarias (o que en algún momento lo fueron) o bien entre personas que de alguna manera están vinculadas a sustancias psicoactivas. Probablemente sea una deformación profesional pensar en estos términos, pero queda la sensación de que, quizá sin querer hacerlo, el autor llevó adelante una suerte de ejercicio etnográfico, aunque más descontracturado. 

Hay charlas amenizadas con empanadas y brownies en el Archivo de la Memoria Trans para conocer las vivencias de mujeres trans argentinas durante la consolidación del neoliberalismo y el auge de la cocaína en la década del 90. Diálogos en una conocida pizzería porteña sobre la disyuntiva «entre militar o drogarse», que tenían algunos jóvenes durante la década del 70 y hasta buena parte de la transición democrática en Argentina. Conversaciones con un artista plástico «decidido a cruzar el umbral de la psicodelia». Encuentros en casas de amigos, amigas y familiares para intentar reconstruir experiencias de seres queridos que se acercaron a sustancias psicoactivas para sobrellevar de la mejor manera posible una situación difícil. 

En todos los intercambios con sus interlocutores, Aramburu se presenta a sí mismo como usuario de sustancias psicoactivas, interesado en conocer nuevas sustancias y experiencias y en tomar distancia de prejuicios en torno a esta cuestión. Por eso comparte sus propias anécdotas, no solo de uso sino también de síntesis de sustancias, como la DMT (dimetiltriptamina) en improvisados laboratorios domésticos, donde junto a un amigo siguieron el paso a paso hallado en algún sitio web para realizar esta tarea, momento que ilustra de la siguiente manera: «Parecíamos dos brujas ancianas chequeando la receta de una pócima mágica. Dos brujas ancianas en cuero y en short de fútbol» (p.133). 

El autor de Las ceremonias también parte de los relatos con sus interlocutores sobre experiencias de uso de sustancias psicoactivas para presentar, de forma muy armoniosa, información actualizada de diversa índole. Por ejemplo, nos introduce a conceptos empleados en el campo de las intervenciones de reducción de daños asociadas al uso de sustancias, como los son el set («estado mental de quien va a consumir la sustancia: cómo está, cómo se siente, qué le genera internamente pensar en que va a alterar su estado de conciencia», p.32) y el settting («el entorno: con quién hacerlo, dónde hacerlo, los peligros externos que puedan afectar la experiencia», p.32). Sabe incorporar información relativa a distintas sustancias y sus efectos, como ser la diferencia entre alucinógenos («hacen que uno vea cosas que no son reales y olvide que lo que está viviendo es producto de una droga que se tomó un ratito antes», p.109-110) y psicodélicos («cambian el filtro interpretativo de la realidad. Pero por más surreal que sea la visión, no se pierde la certeza de que eso es el resultado de una sustancia en el cuerpo», p.110). 

Aramburu aborda cuestiones de actualidad, como lo son las recientes investigaciones científicas sobre el potencial uso clínico de psicodélicos, entre ellos la psilocibina, en el tratamiento de ciertos tipos de depresión que no responden a terapias convencionales. En Estados Unidos, tales tratamientos impulsaron cambios normativos en algunos de los estados respecto a su legalidad, con claras consecuencias económicas para la industria farmacéutica, ya que «tanto en Wall Street, como en la bolsa canadiense, las empresas ligadas a este tipo de terapias tienen rondas de financiamiento muy exitosas y con previsiones a futuro todavía mejores» (p.121). 

El autor también sabe integrar información relativa a las consecuencias de las actuales políticas que criminalizan a las personas usuarias de sustancias psicoactivas y a microtraficantes de forma diferencial según su identidad de género, ocasionando que en Argentina un 70 % de la población trans privada de libertad lo esté por delitos de drogas (p.29). Esto es una muestra más de que la mal llamada guerra contra las drogas no es más que una guerra contra las personas pobres, racializadas y feminizadas. 

Es quizá debido a esta cuidada indagación por parte del autor y a su desprejuiciada mirada sobre las sustancias psicoactivas que nos puede llamar la atención encontrar que, en algunos pasajes del libro, Aramburu emplee el término adictos para referirse a las personas que tienen un uso problemático de drogas. Entiendo que esto no es más que una muestra de cómo los conceptos formulados desde una epistemología prohibicionista se cuelan en nuestros discursos, aun entre quienes hacemos un esfuerzo por desprendernos de sesgos negativos y del pánico moral asociados a las sustancias psicoactivas.

En este libro también hay muchos guiños generacionales a quienes transcurrimos nuestra adolescencia durante los primeros años del siglo XXI, como Aramburu, y en esa época comenzamos a vincularnos con sustancias psicoactivas ilegales (o al menos vedadas a nuestra edad en aquel entonces). Es inevitable leer el libro y remitirnos a ese momento de nuestras vidas en que ampliamos el repertorio de sustancias psicoactivas que consumimos desde nuestra más tierna infancia, como el chocolate, el mate y el café, y tenemos nuestras primeras experiencias con el alcohol, la marihuana, el LSD (dietilamida de ácido lisérgico) y otras. El libro nos retrotrae, así, a las dificultades que supimos tener para encontrar información de calidad sobre estas sustancias, lo cual nos llevaba a indagar en foros poco fiables, a pedir consejos de hermanas/os mayores, amigas/os que ya habían experimentado o incluso a encuentros con personas desconocidas que, en un bar, recital o algún otro ámbito nocturno, nos invitaban a probar alguna sustancia y, como bien señala el autor, no perdíamos la oportunidad de innovar. 

Es que, para Aramburu, la experimentación con sustancias psicoactivas durante la adolescencia, como otras transgresiones que realizamos durante esta etapa, «son pruebas de valentía, no búsquedas de placer» (p.130). Y también nos recuerda que nos pusimos grandes cuando ya podemos contraponer aquellas primeras experiencias con la forma en que durante la adultez nos vinculamos por vez primera a alguna sustancia psicoactiva: 

Las drogas en mi vida estuvieron siempre ligadas, en primera instancia, a algo que disfruto mucho y que cada vez me cuesta más encontrar: los impulsos, las decisiones espontáneas, las acciones que empiezan a ejecutarse antes de que puedas racionalizarlas. Bastante tiempo después vinieron las reflexiones sobre los efectos, sobre mi relación con las sustancias, sobre sus luces y oscuridades. Por eso esta vez, con Cuartito y Miru, catorce años después de aquel porro en las vías del tren, estábamos nerviosos. Porque probar esta droga ya no era un arrebato adolescente. Era la decisión consciente y racional de tres adultos informados, dispuestos a tener una experiencia psicodélica y hacerse cargo de las consecuencias. (p.130).

Es por todo esto que Las ceremonias es un libro recomendado a un público muy variado, que puede incluir tanto a quienes tienen particular interés en la cuestión de las sustancias psicoactivas (y predisposición a buscar más allá de los estudios cuantitativos asimilados a evidencia científica), como así también a aquellas personas atraídas por relatos sobre trayectorias de diversas militancias sociales y políticas y a quienes les convocan lecturas sobre situaciones y problemas de la vida contemporánea. 

En resumidas cuentas, se trata de un libro que nos invita a tomar consciencia de que todas y todos vivimos distintos tipos de experiencias mediadas por sustancias psicoactivas, que varían notablemente si las atravesamos durante un momento u otro de nuestra trayectoria vital. Un libro que nos recuerda que el foco debe estar puesto en las personas, en cómo transitamos nuestras vidas, cómo nos sentimos, cómo nos vinculamos con otras personas, cómo nos afecta nuestro entorno familiar, sociocultural, político y económico. Y, posteriormente, en cómo nos vinculamos con las sustancias psicoactivas que nos acompañan para sobrellevar este tránsito de la mejor manera posible (o de la que podemos). Por eso, no querría dejar de advertir que se trata de una lectura que, así como puede sacarnos más de una carcajada, puede también sacarnos más de una lágrima.

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