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Canciones de ayer, noticias de hoy (bailaré sobre tu tumba)

Por Tabaré Couto / Miércoles 24 de agosto de 2022

Mientras Kate Bush explota en popularidad de la mano de Netflix y Elvis renace en el cine, Uruguay sale a bailar sobre recuerdos en otra Noche de la Nostalgia. Tabaré Couto explora el momento en que la nostalgia se transforma en otra cosa y ajusta cuentas con el pasado. 

Siempre creí que mi resistencia a la Noche de la Nostalgia era, digamos, ideológica. Lo que esa celebración representaba para mí (al menos lo que yo decodificaba que representaba) olía a espíritu pasota, rancio, cómodo, conformista, conservador. Lo que no comprendía era que, detrás de mi mirada desconfiada había una cuestión mucho más simple: la gente iba a bailar esas canciones que le recordaban momentos felices de su vida. O de la vida de otros, en el caso de los más jóvenes Y nada más. 

En mi batalla personal (perdida) contra la Noche de la Nostalgia, pensaba que no era justo escuchar a Creedence o Zeppelin en ese entorno, ni siquiera a Cat Stevens o a Elton John. Ese no era el contexto adecuado que se merecían sus obras. Entonces, hace un par de días, escuché una entrevista realizada a algunos DJs qué elegían cuáles serían los hits de este año, y destacaron «Should I Stay or Should I Go» de The Clash  y el «Personal Jesus» de Depeche Mode como éxitos que, seguramente, encenderán la velada y me percaté de que había sido herido a muerte con el veneno de la nostalgia (en carne propia).

El pasado es hoy

Es indudable que la retromanía a la que supo hacer referencia Simon Reynolds vive unos días de gloria. Aunque esa «adicción del pop a su propio pasado» contra la que alertaba el escritor británico, en cierta forma, siempre existió, hoy pareciese que ha tomado proporciones gigantescas. Los avances tecnológicos en los medios digitales –además–han potenciado el consumo del pasado (y nos lo han facilitado). 

Personalmente, escucho mucha música vieja aunque intento obsesivamente estar «al día». Mis amigos no encuentran respuesta lógica a mi riguroso ejercicio semanal en pós de descubrir novedades. No tengo una respuesta satisfactoria. Les digo que lo hago en búsqueda de algo que me conmueva en la música de hoy, probablemente como un ejercicio de resistencia absurdo contra el pasado que me enamora. 

Pero en algo tienen razón mis amigos: aunque pueda ponderar, entender, respetar los sonidos actuales, ya no me impactan, no me estremecen, no me sobrecogen. En esa lucha entre la desazón del hoy frente al pasado seductor, me siento parte de un museo viviente. Un ser en vías de extinción con la perspectiva de contar lo que vio atrás y proyectarlo en el presente, y nada más. Un digno candidato para bailar aturdido de recuerdos durante toda la Noche de la Nostalgia.

El hoy fue ayer

El inexorable paso del tiempo está llevando a que los grandes nombres del rock cada día sean más y más muertos ilustres. Preparémonos para la avalancha de obituarios, mejores recopilaciones, biografías, documentales. Será un triste manjar. Porque en diez años los referentes estarán muertos, o casi. Incluso en vida, muchos de estos artistas son carne de box set, grabaciones rescatadas, documentales maravillosos y giras despedida que ya se han transformado en shows de hologramas (Abba, Voyage)). 

Y tampoco está mal. Ya hicieron lo suyo. ¿Qué más pedirles? El pop/rock, y sus derivados surgidos en el hemisferio occidental que conquistaron el planeta, siempre ha sido un producto del capitalismo más salvaje, con una capacidad infinita de mutación y adaptación a las leyes del mercado. Tanto es así que las viejas glorias siguen insertas en la industria actual y sus subproductos cotizan al alza. Y, por eso, esa misma industria de la música de hoy también cuenta con Elvis entre los suyos o con Bob Dylan al lado de Billy Eilish y el trap. Además, con el bacanal digital servido, la oferta es desmedida. 

Entonces surge la duda que gatilla volver siempre al mismo punto: ¿cuánta música de toda lo que hay a disposición del consumidor final podemos verdaderamente escuchar para no acabar escuchando siempre lo mismo, para no terminar simplemente escuchando lo que ya conozco, lo que me conmueve y no me obligan a buscar? Porque lo nuevo, salvo que la insistencia marketinera capte mi atención, no me atrapa más que un instante y luego se me pierde el mi disco duro «almost full». 

El futuro fue ayer

Seguiremos disfrutando de ese pasado mientras exista en constante revisión evolutiva. Es un pasado que convive con los hábitos de consumo más o menos extensos de la música actual, periplos reducidos a álbumes impecablemente desarrollados, incluso con una honestidad artística que no me atrevería a cuestionar. Paquetes turísticos en forma de canciones o shows fragmentados, tecnologizados al máximo, en todos los formatos, on demand y en cualquier sitio, pero que pareciesen carecer de algo que los haga indestructibles frente a la nueva sensación que espera, agazapada, su turno para atraer tu atención. 

Esa carencia tal vez sea tan solo (o tan fuerte) como aquella inocencia perdida que los viejos rockeros quebraron o traicionaron al cometer, año tras año, una suerte de pecado original del mundo del pop al aceptar autofotocopiar su obra artística y, sobre todo, al ceder en su relación con la industria de la música apenas con actos aislados de intermitencia creativa o de resistencia comercial. Todo hasta que fueron completamente absorbidos, bajaron la guardia y se diluyeron.  

«Hace mucho que aquella centralidad del rock se desvaneció», decía Ignacio Juliá. Y tal vez porque la nueva música no ha podido enmendar el camino que aquellos viejos artistas torcieron con su favor o contra su voluntad (da lo mismo) es que esos mismos viejos artistas (y nosotros que seguimos venerándolos) somos cómplices o responsables de que las noticias de hoy sigan siendo las canciones de ayer. Porque lo que terminó sucediendo es que aquella música que nos cambió la vida, y cito nuevamente a Juliá, se ha ido diluyendo «en la venalidad o la autoparodia, regenerándose en consecutivos revivals y cayendo nuevamente en el olvido, aferrándose a la actualidad como rancio material de la nostalgia».

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