la muerte en la literatura
Cuando hablan los muertos
Por Gonzalo Baz / Viernes 02 de noviembre de 2018
Ilustración de Nicolás Arispe
La muerte está presente en la literatura desde siempre; al igual que cuando nacemos, si algo es certero es que un día moriremos. Gonzalo Baz nos propone un paseo por distintas obras que tienen como eje central de su narrativa a la muerte. Muertos que narran en primera persona, duelos que se procesan a través de la escritura y fantasmas que se cuelan en la cotidianidad de la obra literaria, a través de la pluma de grandes escritores de todos los tiempos.
Dentro del rancho de campo está Addie Bundren, en un colchón relleno de hojas secas, agonizante. A lo lejos, se acerca una tormenta. Sobre el silencio rural estallan con regularidad unos golpes de martillo en la madera. Es Cash, uno de los hijos de Addie que construye un ataúd para su madre.
La muerte se relaciona con la literatura de muchas formas. A veces, es el propio motor del deseo de escribir; el complejo registro del tiempo de una vida, algo que sobrevivirá a su escritor. Otras veces, entra en una ficción y la absorbe, como un agujero negro.
Es fascinante ver cómo aparece la muerte en la literatura de Faulkner. Al contrario de irrumpir en determinado momento, va dando señales, sobrevolando a los personajes como moscas. Desde las primeras páginas de Mientras agonizo, puede sentirse la muerte rondando a la familia Bundren, el silencio en torno al lecho de la madre que solo es interrumpido por los martillazos de Cash. Este sonido empieza a formar parte del paisaje de la novela y casi que puede escucharse mientras avanzamos en las páginas.
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A veces la muerte aparece en la ficción como una ausencia sobre la que gravitan los personajes, muchas veces cargados de culpa o resentimiento. Un muerto siempre es algo a interpretar. En Nada se opone a la noche, Deplhine De Vigan reconstruye la historia de su madre a partir de su inesperado suicidio. A lo largo de esta novela, la autora investiga en los viejos objetos familiares: fotografías antiguas, casetes, cintas de super 8, documentos legales. Los objetos cargan memoria y de ella se desprende un efecto fantasmal.
Pero, por sobre todo, Nada se opone a la noche pone en evidencia la maquinaria ficcional con la que abordamos la vida de los otros, las ausencias. Un muerto no puede negar o afirmar ninguna verdad. La idea de que solo se puede rellenar una ausencia a base de ficción es parte de la frustración del duelo, una ausencia es solo eso: la certeza de que la verdad sobre la otra persona ya no se podrá decir. Queda entonces un cúmulo de ficciones cruzadas.
Otra obra que camina en este sentido es La verdadera vida de Sebastian Knight, de Vladímir Nabókov, en la que el hermano del gran escritor Sebastian Knight se propone escribir la verdadera biografía de su hermano, para refutar las mentiras que sobre él se dicen en una biografía anterior. En la medida en que el proyecto avanza, empiezan a desdibujarse las referencias que el narrador devenido biógrafo tenía sobre él. La muerte implica un extrañamiento de los seres queridos.
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Más allá de las experiencias de Kübler-Ross y otros que dicen haber vuelto a la vida después de estar muertos, la muerte tiene la característica de ser imposible de narrar. Solo la ficción puede navegar los detalles del pasaje al mundo de los muertos.
«Al gusano que primero royó la fría carne de mi cadáver dedico con nostálgico recuerdo estas memorias póstumas.» Así comienza Memorias póstumas de Brás Cubas, una de las primeras grandes novelas de la literatura brasilera. El recurso del narrador muerto también aparecerá años después en otra novela de Pirandello, El difunto Matías Pascal. En ambos casos se trata de personajes cuya escandalosa memoria no podría ser contada en vida por razones morales. Una vez muertos, es posible hablar con la libertad que no tuvieron mientras estaban vivos.
La vida no alcanza para decirlo todo. En la novela de Mercedes Estramil Washed Tombs, los muertos también dicen cosas. Los personajes se pasean entre tumbas y panteones, conversan con sus muertos a través de la mediación de Washed Tombs, una empresa creada por dos mujeres desempleadas, dedicada al lucrativo negocio de aliviar duelos, «esa instancia de desprendimiento gradual que empieza en los velorios, sigue en los entierros, continúa en los años posteriores con su calvario de reducciones y cambios de casa, y con suerte termina en una cajita de fósforos y vientos huracanados».
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Otra representación de la muerte es la de los fantasmas y almas en pena, el Día de los Muertos tiene mucho de esto en algunos países. La cultura de los difuntos en México tiene una raíz precolonial. La muerte como un viaje hacia otro mundo aparece en algunas de las obras más conocidas: en Pedro Páramo, la novela de fantasmas latinoamericana por excelencia, donde el protagonista, Juan Preciado, realiza un viaje a Comala a pedido de su difunta madre y, al llegar, se encuentra con un lugar poblado por almas en pena. En la mitología azteca existe un inframundo: el Mictlan, compuesto por nueve regiones que se deben atravesar en un largo viaje hasta llegar al lugar de los muertos. Yuri Herrera extrae la estructura de su novela Señales que precederán al fin del mundo de estos textos míticos para escribir un libro de viaje lleno de metáforas relacionadas con la muerte y el renacer.
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«Recuerdo que cuando yo era joven creía que la muerte era un fenómeno del cuerpo; ahora sé que es meramente una función de la mente... y de las mentes de quienes sufren la pérdida. Los nihilistas dicen que es el final; los fundamentalistas que es el comienzo; cuando en realidad no es más que un inquilino o una familia que deja una casa alquilada o un pueblo.»
Con señales faulknerianas; como centro alrededor del cual gravitan las ficciones sobre un ser querido; como una forma de superar el dolor de una ausencia; como fantasmas que viajan a través de cerros hacia el lugar de los muertos; como una mujer flaca, apergaminada y huesuda, la literatura siempre rodea a la muerte intentando representarla, pero la muerte no se deja. Es imposible hacer hablar a un muerto. A menos que este sea Brás Cubas o Matías Pascal.
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