Un acontecimiento poético
El regreso de Cristina Carneiro
Por Roberto Appratto / Lunes 02 de setiembre de 2019
Cristina Carneiro publicó su primer libro de poemas en 1967 con tan solo 18 años, demostrando madurez, sensibilidad y un exaustivo dominio del lenguaje que años después sigue conservando. Roberto Appratto nos ayuda a disipar la ausencia de la poeta uruguaya a través de la reflexión en torno a su tercera y última publicación, Para simplificar.
Para simplificar es el título del libro de poemas con que Cristina Carneiro (Montevideo, 1948) vuelve 44 años después de Libro de imprecaciones, y 52 después de su aparición con Zafarrancho solo. Ese libro ganó el premio de la Feria de Libros y Grabados de 1967, otorgado por Ida Vitale, Washington Benavides y José Carlos Álvarez: dos del 45 y uno del 60 que reconocieron el valor de alguien extraño, una joven de 18 años que escribía una poesía nueva y buena a la vez, signada por una forma abierta e inteligente de coloquialidad. El golpe que significó Zafarrancho solo a los hábitos de lectura uruguayos –si bien caía en un escenario, el de los 60-70, ya marcado por la creatividad y la ruptura en todos los ámbitos del arte– se duplicó con Libro de imprecaciones en 1975 (ya en una época distinta, la de la dictadura) y se triplicó con su partida, todavía en la década del 70, a Nueva York, Angola, Londres, para desempeñarse como traductora especializada en derechos humanos. Desde entonces Cristina ha faltado de la poesía uruguaya, fuera de algunas publicaciones aisladas, y su aura se conservaba intacta, pero también algo olvidada. Cuando Yaugurú (también responsable de este libro) republicó Zafarrancho solo en 2008, el aura volvió junto con el recuerdo de que Cristina, igual, no estaba.
Ahora, este libro que reúne en 36 poemas todo lo que se puede saber de ella, o lo que ella quiso que se quisiera saber, desde los 70 hasta la fecha, vuelve a plantear su poesía como problema. De algún modo, extraño y refrescante a la vez, quienes leyeron y celebraron sus únicos dos libros se encuentran con un modo de escritura que hay que apreciar sin apelar al tiempo transcurrido más que como una certeza: la novedad y la bondad de su poesía siguen ahí, como si el aislamiento europeo y africano hubiera preservado lo mejor que tenían esos dos libros y le hubiera agregado otras virtudes. Si bien los años son muchos y dispersan, la condición de libro de Para simplificar (título que sale de una cita de Proust: «Lo llamamos muerte para simplificar», que es su epígrafe) es tan evidente como siempre lo fue, y eso se nota a un nivel de escritura y de disposición a escribir que sigue siendo a la vez sólida y personal.
«Todos los días de mi vida despierto creyendo que tengo madre», «Débese quitar la nostalgia», «Nací una tarde de octubre de la testa de Zeus», «Ella ya no entendía nada»: cuatro comienzos al azar alcanzan para dar la pauta de una manera de empezar los poemas de golpe, como un corte en el continuo mental del que salen. Al leer este libro se siente, como en los otros, la sensación de estar asistiendo a un juego privado, a un diálogo inmediato y solitario que se interrumpió para escribir. La soltura de esa conversación no evita la conciencia del lenguaje, que implica la negación de la facilidad, de la condescendencia con los hábitos de lectura: nada sale porque sí, y la diversidad entre los textos (por la puntuación, por la ocupación del espacio, por la extensión) no es solo signo de los años sino de la adecuación al tiempo que merecen los asuntos. Con limpieza, con autoridad, con un tono de constatación de las cosas, con una frialdad aparente que es la emoción liberada en su poesía, habla de Fidel Castro, de un encuentro, de sí misma, la mayor parte de algo que no se entiende pero encuentra su forma precisa, respirada a lo largo del texto.
Por otro lado, no hay referencias prestigiosas que defiendan. No hay homenajes a poetas, ni citas, ni solemnidad que vengan de afuera para dar a este libro más aura que la que ya tiene por sí mismo. Cristina trabaja, ha trabajado siempre, como si lo único existente fuera el texto, y desde él comunica (no «se comunica») una manera de escribir también única. Para simplificar es, por eso, un acontecimiento para la poesía uruguaya. El hecho de que aparezca así, cuando quiera, sin que eso implique una vuelta a la escena poética uruguaya, obliga a su consideración atenta: es una gran poeta, algo que no abunda por acá.
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