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Una obra total

Escribir sobre lo prohibido: El universo Knausgård

Por Patricia Turnes / Jueves 26 de mayo de 2022
Portada de la saga de las estaciones de Knausgård (Anagrama).

¿Querés aprovechar el descuento del aniversario y no sabés qué elegir? Patricia Turnes hace un recorrido por la obra del noruego Karl Ove Knausgård y se pregunta por el lugar que tiene lo prohibido en esa escritura. Pasa por la nueva saga de las estaciones, disponible en librería, y las relaciona con aquella otra serie de libros, Mi lucha, que lo lanzó a la fama. 

Podríamos definir a Karl Ove Knausgård como una especie de Proust del siglo XXI. Nacido en Oslo, Noruega, en 1968, se hizo famoso con su saga compuesta por seis novelas autobiográficas que resultaron ser todo un fenómeno editorial. Sus libros —editados entre 2009 y 2011— fueron éxito de ventas, pero además obtuvieron la aprobación de la crítica en todo el mundo. 

Knausgård provocó gran controversia. Por un lado, porque el título que eligió en noruego para su primer libro —Min Kamp— es igual al del libro de Hitler, titulado Mein Kampf (Mi lucha). Pero no termina ahí la cosa; lo que potenció la polémica fue que al escribir con tanta honestidad sobre sus experiencias expuso las vidas privadas de su familia y amigos, incluida su exmujer. 

En aquel momento, luego de leer tan buenas críticas sobre el escritor noruego me pregunté si lo que él había escrito era obra maestra o sólo otra moda editorial. Veamos: su prosa está llena de detalles banales, aunque muy humanos. Se regodea en episodios dramáticos y hasta sórdidos como la muerte de su padre por problemas con el alcohol, la lucha de su segunda esposa con el trastorno bipolar, sus sentimientos de frustración y aburrimiento como padre. Va hasta el hueso cuando de describir a su familia y a él mismo se trata. «Mi editor lo llamó autoconfesión histérica», confiesa Karl Ove en una entrevista que publicó la revista Time en 2006, «Pero sentí una enorme energía al revelar cosas, todas las cosas que se supone que no debes decir». 

Knausgård describe su proyecto como «una búsqueda». Según el escritor, ésta comenzó en 2008 cuando se enfrentó a un bloqueo creativo después de publicar dos novelas bien recibidas en Noruega. Se propuso escribir su propia historia de la forma más directa posible, con una sola máxima en mente: todo lo que escribiera tenía que ser cierto. ¿Qué buscaba? Liberarse. Como dijo en la entrevista a Time: «Es como si estuvieras al aire libre, simplemente bajaras la guardia, te quedaras desnudo, sin miedo a nada. Eres libre».  

El estilo de Knausgård en Mi lucha marca una ruptura con el de su novela anterior, Un tiempo para todo, en el que escribía sobre los ángeles y un teólogo renacentista con un estilo bastante florido. En una entrevista con el Paris Review en diciembre de 2013, el autor reconoció haber sido influenciado para su saga autobiográfica por el diario del dramaturgo sueco Lars Norén, que causó un escándalo en el mundo del teatro de Estocolmo cuando se publicó en 2008.  

Cuando Knausgård envió copias del primer manuscrito a su familia. Su tío paterno trató de detener la publicación, amenazó con demandarlo y atacó el libro en la prensa noruega. Tonje Aursland, la exesposa de Knausgård, grabó un programa de radio sobre la experiencia de que su vida privada fuera expuesta en la novela del escritor. Se enteró leyendo Un hombre enamorado, el segundo tomo, de que Knausgård le había sido infiel con Linda Boström, quien se convirtió en su segunda mujer y madre de los primeros cuatro hijos del noruego. A su vez, Boström publicará el año que viene Niña de octubre, una obra autobiográfica en la que se referirá a sus años finales junto al noruego, aunque aclaró que no es su idea presentar el libro como una respuesta a la saga de su ex marido. «Karl es un buen escritor, que hace ficción con sus recuerdos de un modo algo narcisista. La mirada que ofrece sobre mí es muy limitada, me molestó porque es como si no me conociera», explicó la narradora, quien, como su padre, sufre un trastorno bipolar que le diagnosticaron de veinteañera.

La escritora argentina Mariana Enríquez escribió en Página 12 sobre la primera entrega de esta saga autobiográfica, titulada La muerte del padre: «Desde lejos, la controversia sobre la vida privada y los problemas familiares de Knausgård resulta irrelevante” («Viaje al fin del cinismo», Página 12, 2012). Lo interesante de la obra de Knausgård, concluye Enríquez, estaría no tanto en esta mezcla de literatura con reality sino en la postura romántica del autor que lo lleva a buscar la trascendencia a través del arte.  

Se han escrito ríos de tinta al respecto de si es lícito o no escribir como él lo hizo y ventilar varios secretos de su familia y entorno. Jo Adetunji, editora de The Conversation en el Reino Unido dedica un extenso artículo al caso de Karl Ove Knausgård. Adetunji cita varios casos de escritores que beben en la fuente de lo autobiográfico para después preguntarse «¿Dónde está la línea entre sacudir las normas sociales y respetar la privacidad de los demás?». Cuenta Jo Adetunji que luego de leer Intimidad, Tracy Schoffield —la ex esposa de Kureishi— criticó al autor por ocultar la ruptura de su matrimonio como una ficción. En su defensa, Kureishi argumentó que sólo estaba escribiendo una novela sobre el divorcio, una experiencia que ha tenido mucha gente: «Ese libro fue un registro de esa experiencia. No veo por qué debería ser vilipendiado por escribir un relato de ello. … Si eres un artista, tu trabajo es representar el mundo como lo ves, eso es lo que haces». La autora del artículo reconoce que revelar secretos familiares puede ser «insensible y éticamente dudoso cuando el que los cuenta no es el único que tiene que vivir con las repercusiones». Pero también le ve el lado positivo a esta práctica, ya que puede abrir un espacio para hablar honestamente sobre la vida familiar, cuestionar las normas sociales y reconocer diferentes tipos de relaciones. Puede ser una forma de acercar el ideal a la realidad. 

Leí los tres primeros tomos de Mi lucha: La muerte del padre, Un hombre enamorado y La isla de la infancia. Me resultaron adictivos. Despejé la duda: se trata de buena literatura. Luego me enteré de la existencia de En otoño (2015), En invierno (2015), En primavera (2016) y En verano (2016). En este nuevo proyecto literario, Knausgård se propone explicar el mundo a su cuarta hija que va a nacer. Leer estos libros fue tan chocante como escuchar a un Nick Cave al que de pronto se le hubiera dado por cantar en clave de autoayuda. Supongo que Knausgård se habrá aburrido de escarbar en sus miserias y las de los demás y habrá querido probar con un material más ligero. O quizá los editores le pidieron material nuevo y él optó por el camino más fácil: hacer una especie de enciclopedia con distintas entradas sobre cosas que le fascinaban de este mundo. Las ranas, la sangre, el chicle, las bolsas de plástico o la cisterna pueden ser objeto de profundización. Parece seguir aquellas consignas que a todos nos pusieron en la escuela: «Redacción: la vaca». 

Mientras leo la aburrida entrada sobre la «taza del váter»  me viene el recuerdo de algo que decía Onetti en una entrevista: un verdadero lector es capaz de leer las páginas amarillas o las etiquetas de los alimentos si no tiene otra cosa a mano. Si sos un verdadero lector y por casualidad no tenés nada más que la última saga del escritor noruego para entretenerte, te vas a enganchar y no te vas a cuestionar por qué cambió ni nada. Llego a la conclusión de que escribir sobre lo prohibido le daba otro sabor a su prosa. Igual se disfruta esta saga de las estaciones, pero todo es mucho más ligero, de un tono esperanzador, nada que ver con el tono humano, demasiado humano de Mi lucha. Cierro con este fragmento de «En otoño» titulado «Manzanas» en el que él mismo reflexiona su preferencia por lo prohibido. Aquí va un fragmento:

Por alguna razón, la fruta en los países nórdicos es muy accesible, con una piel fina y ligera, en la que es fácil hincar los dientes. Esto rige tanto para peras y manzanas como para ciruelas, que basta con morder y tragar, mientras que la fruta que crece más al sur está a menudo recubierta de pieles gruesas e incomestibles, como las naranjas, las mandarinas, los plátanos, las granadas, los mangos y la fruta de la pasión. Por regla general, acorde con mis demás preferencias en la vida, prefiero lo último, tanto porque prevalece en mí la idea de que el placer es algo que uno ha de ganarse mediante un trabajo previo como porque siempre me he sentido atraído por lo oculto y lo secreto. Morder un trozo de cáscara de naranja, notar el sabor amargo en la boca durante un breve segundo, luego meter el dedo gordo entre la piel y la pulpa, y a continuación sacar gajo tras gajo, algunas veces, si la cáscara es fina, en trozos muy pequeños, y otras, cuando la cáscara es gruesa y la pulpa se suelta fácilmente, en un solo trozo largo, tiene en sí algo de ritual. Cuando los dientes atraviesan la capa fina y reluciente, y el zumo de la fruta entra en la boca, llenándola de dulzor, es casi como si estuvieras primero en el pórtico del templo y luego caminaras lentamente hacia el interior. Tanto el trabajo como lo secreto, es decir, la inaccesibilidad, aumentan el valor del placer. La manzana es una excepción. Basta con alargar la mano, cogerla e hincarle los dientes. Ningún trabajo, ningún secreto, directamente al placer sin más, esa liberación casi explosiva del sabor penetrante, fresco y ácido, pero no obstante siempre dulce en la boca, que puede hacer que los nervios se hielen y quizá también los músculos de la cara se contraigan, como si la distancia entre el ser humano y la manzana fuera justo lo suficiente para que ese susto en miniatura no desaparezca del todo, sea cual sea el número de manzanas que hayas comido en tu vida.

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