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Acomodarse en el mundo

Estímulo y amenaza: entrevista a Margarita García Robayo

Por Juan Camilo Rincón / Miércoles 07 de agosto de 2024
Foto: Jimena Cortés.

La escritora colombiana, finalista del Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana en 2015 y ganadora del Premio Casa de las Américas en 2014, acaba de publicar El afuera, un ensayo que abre preguntas sobre el exterior, eso que es estímulo y amenaza. Conversamos con ella en torno al libro y la actualidad de sus asuntos.

Margarita García Robayo (Cartagena, 1980) es autora de las novelas Hasta que pase un huracán, Lo que no aprendí y Educación sexual, compiladas en el maravilloso libro El sonido de las olas. Es también autora de varios libros de cuentos, entre los que se destaca Cosas peores, ganador del Premio Literario Casa de las Américas 2014, y del ensayo Primera persona. En 2018 se publicó en inglés una compilación de cuentos y novelas bajo el título Fish Soup, que formó parte del prestigioso listado «Books of the Year» del diario The Times. En 2020 se publicó la traducción de su novela Tiempo muerto bajo el título Holiday Heart, merecedora del English PEN Award. En Anagrama ha publicado La encomienda El afuera. Vive en Buenos Aires.

«Tuve que aprender a escribir distinto»: eso le pasó a Margarita García Robayo un tiempo después del nacimiento de su primer hijo. Aprender eso y tantas cosas más, pensarse y repensarse, mirar de otra manera y desde un nuevo lugar. Su escritura, nos dice, mutó entonces en un malestar ambivalente. Su mirada se transformó y abrió una vista amplificada sobre el afuera, ese que se padece y con el que hay que transar. 

En El afuera (Colección Nuevos Cuadernos Anagrama, 2024), un riquísimo ejercicio de ensayo intensamente teñido por su experiencia personal, la autora colombiana establece un juego desde la escritura, planteándose una serie de cuestiones que hoy, como madre, piensa de otros modos. Entre la versión más compleja de la individualidad y el apego a la vida, los miedos, los prejuicios y las falacias, la necesidad de crear un filtro para que el afuera llegue de modos incontaminados, y la intención de leerles a sus hijos para atiborrarlos de palabras, reconoce que «un lenguaje para defenderse allá afuera» es todo lo que tiene para darles. De una vieja libreta de notas y el diálogo de esas ideas con la Margarita de hoy surge este libro que es una nueva sintaxis, otras chispas y muchas reflexiones, como su «memorial de agravios» con el que cuestiona incisivamente a la clase media latinoamericana a la que ella misma pertenece.


¿Cuándo comenzó a sentir que la escritura se estaba convirtiendo en un malestar ambivalente? 

Siempre lo sentí un poco de esa manera. No me resulta placentero el ejercicio de escribir, pero no podría vivir sin hacerlo. Es una función vital. El malestar tiende a acrecentarse cuando hay algo que obstruye la escritura, que retrasa o acorta el tiempo en que puedo sentarme a producir. En mi caso fue muy drástico el cambio que se produjo en las condiciones en las que escribía antes y después de ser madre. Lo digo desde lo práctico, lo más elemental, como no tener tiempo propio, posibilidad de planear jornadas de trabajo ininterrumpidas, etcétera. 


¿De qué manera cree que las situaciones de la vida personal cambian la forma en que nos relacionamos con la escritura? 

Creo que las circunstancias en las que uno crea, produce, trabaja, atraviesan necesariamente el resultado. Como decía antes, desde lo pragmático, sin duda, pero también desde lo emocional. En el caso de la escritura o los oficios artísticos mucho más porque están ligados a cierta emocionalidad que no solo orbita e interviene en los textos, sino que muchas veces los genera. Está lleno de casos de escritores que confiesan haber escrito x o y texto después de haber atravesado alguna circunstancia que los transformó emocionalmente. 


Siempre existe un pudor en la forma en que contamos cómo escribimos. ¿Cómo fue la experiencia de abordar el tema en este libro? 

Yo no siento pudor al hablar de escritura. Según cuál sea el proyecto en cuestión, revelar el procedimiento me parece algo que suma sentido al resultado. En el caso de El afuera, parte de la intención del texto era demostrar cómo la circunstancia vital, elegida o azarosa, te moldea (o te rompe) la mirada que tienes sobre el mundo y, en consecuencia, tu modo de escribir, tu necesidad de escribir, tu forma, tu sintaxis. Cuando digo escribir digo mirar, y cuando digo mirar digo el modo en que uno aprende a habitar en el mundo. No es hablar de escritura por dar una clase; es hablar de escritura como resultado de una molestia fundamental que es la del esfuerzo por acomodarse en el mundo. 


¿Cómo pensar la creación literaria desde la lucha contra el afuera? 

El afuera es para la escritura un estímulo y una amenaza. Sería raro sentirse conforme con el mundo, reconciliado con lo que pasa afuera; lo que suele pasar es que el afuera te resulta hostil (porque lo es) y esa hostilidad te obliga a encontrar modos de transitarla buscando bocanadas de alivio. La escritura para mí es el lugar en el que encuentro ese alivio. 


En el libro, es muy interesante el ejemplo de las madres de la colonia vacacional (especialmente las antivacunas) para ejemplificar las relaciones que se establecen en el marco del contrato que establecemos como sociedad. ¿Cómo desarrolló el trabajo argumentativo ahí? 

Este ensayo resulta de un compendio de notas que había ido tomando con más y menos consistencia a lo largo de muchos años. Esas notas apuntaban a lo mezquinas que me resultaban las conformaciones familiares que veía a mi alrededor (y que yo misma encarnaba) en cuanto a lo poco interesados que podían mostrarse frente a todo aquello que excediera el metro cuadrado en el que erigían a sus familias. Es una conducta muy naturalizada, poco cuestionada en un sector de clase media acomodada. Yo lo daba por sentado; ni siquiera me parecía demasiado revelador, solo molesto y vergonzoso. Pero cuando vino la pandemia y esta conducta individualista se hizo norma, este statement de que el afuera es el enemigo adquirió por fin la dimensión que sabía que entrañaba pero no encontraba bien cómo argumentar. La pandemia fue el escenario perfecto de las mezquindades a las que me refiero. El bienestar personal por encima del colectivo, los antivacunas, los antitodo lo que suponga un esfuerzo en pos del bien común, son la encarnación más perfecta de esta conducta. 


¿Cómo podemos comprender, o al menos reconocer, la dualidad que siempre existe en un conjunto y que genera conflicto, y su valor para la historia? 

Creo que con reconocerlas ya hay ganancia. Saberse parte de un conjunto pernicioso, saberse parte del problema, de la enfermedad, y tratar de torcer en la medida de lo posible el trazo del daño que parece irremediable. Uno tiene a ser demasiado autoindulgente, a justificar estas taras mencionadas (individualismo, mezquindad) culpando a la sociedad, a los gobiernos, a lo mal gestionado que ha estado el mundo desde su invención... Eso es tranquilizador y es también perverso porque el resultado es esta idea de que todos somos víctimas y hacemos lo que podemos. 


¿Por qué cree que estamos condenados a editar nuestra autopercepción? 

Porque es lo que nos salva de vernos como verdugos y no como víctimas, justamente. Si uno no editara su autopercepción y analizara sus conductas en seco, sin filtros, se encontraría con características que no está dispuesto a asumir como propias ante nadie. Supongo que también hay que engañarse un poco, insuflarse cierta dosis de benevolencia para sobrevivir. 


Hay un ir y venir constante en El afuera sobre su crianza en la costa colombiana y su relación actual con Argentina; ¿cómo se enfrenta a esa dualidad en y con su escritura? 

Es parte fundamental de mi escritura. Esa dualidad, esa hibridez, es una marca que no elegí, pero que sí acepté. En ese punto estoy reconciliada con ese limbo en el que se mueven mis textos y mi pensamiento. Siento que perdí para siempre la facultad de pertenecer a un lugar específico, porque vivo un poco afuera del lugar que habito, pero tampoco consigo volver del todo al lugar del que me fui. 


¿Cree que es posible impedir o limitar los efectos del afuera en nuestra vida de puertas para adentro? ¿De qué manera? 

Supongo que es lo que intentamos hacer todos, todos los días. Construirnos mundos privados que nos dan la sensación de que estamos protegidos, cuidados, a salvo del afuera hostil. Pero lo que creo es que esa construcción es una ficción, porque el afuera es más grande y más poderoso y, por mucho que nos blindemos, siempre va a conseguir el modo de filtrarse. Lo más inteligente, como criaturas que habitamos el afuera, sería entonces negociar con él, transitarlo para generar defensas que nos permitan convivir no solo entre semejantes. La metáfora que hay en el libro acerca de cómo se consigue la inmunidad de un pueblo (la mayoría movilizada en pos de la minoría) me parece la más adecuada para ejemplificar esta respuesta.


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