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Kabbalah: todo está contenido en la escritura divina

Por Teresa Porzecanski / Miércoles 08 de agosto de 2018

Surgida a partir de la acumulación de escritos de diversos místicos judíos de los siglos III y IV, la kabbalah se presentó al mundo como una suerte de iluminación que, en sus comienzos, era solo para un círculo muy pequeño de místicos entendidos. Hoy en día, cualquiera que así lo desee puede practicarla, y Teresa Porzecanski nos cuenta acerca de ella.

¿Existe un orden dentro del caos en que se manifiesta lo real? ¿O se trata apenas de un caos aparente? ¿Responde el devenir histórico a ciertas leyes, como las que Hegel, en su momento, intentó desentrañar? ¿Es posible para el ser humano entender el sentido del mundo y de la realidad? ¿O ellos seguirán escondiéndose a la comprensión humana, y solo la iluminación podrá dilucidar en algo su funcionamiento?

Los místicos de todo tiempo y lugar han hecho sus intentos, cada uno en su época, por responder a estas cuestiones. A lo largo de miles de años, el pensamiento místico fue fuente de inspiración, delirio, trascendencia, locura y conflicto, todo ello al mismo tiempo, y en diversas proporciones. Hubo épocas en que solo la revelación fundaba el conocimiento. Y otras en que el conocimiento debía sostenerse por la racionalidad y los soportes empíricos.

Uno de dichos intentos ha sido la kabbalah (del verbo hebreo lekabel, ‘recibir’), surgida a partir de la acumulación de escritos de diversos místicos judíos de los siglos III y IV, en un momento en que se auspiciaba el despertar espiritual de la conciencia. Diversas irrupciones de pensamiento heterodoxo judío se irían amalgamando y creciendo hasta emerger en grupos de estudiosos de la Provenza francesa hacia el siglo XII. Los primeros cabalistas reunieron sus perspectivas en una antigua obra filosófica que se conoce como fundante de esta tradición, el Sefer HaBahir (Libro del brillo).

Por mucho tiempo, se trató de un conocimiento secreto, solo habilitado a los iniciados, pero ya en las últimas décadas del siglo XII, la kabbalah se expandió a Gerona y Barcelona, ciudades donde surgieron centros dedicados al estudio y la iluminación. Najmánides, Moshé ben Shem Tov de León, Shimon Bar Yojai, Aleksandr Románovich Lúriya, Yosef Caro y Moshé Luzzato, entre otros, fueron construyendo las bases sustantivas del sistema cabalístico. El libro El Zohar, atribuido a Bar Yojai, fue escrito en el estilo de una novela mística y contiene toda una cosmología y una antropología que configuran las bases del pensamiento cabalístico.

Hay cuatro dimensiones de lo que existe (emanación, creación, formación, realización), diez cualidades sustantivas de Dios en el mundo (iluminación, sabiduría, entendimiento, misericordia, justicia, belleza, victoria, gloria, fundamento, materia) y ellas todas juntas configuran lo que se conoce como el árbol de la vida. Y hay veintidós letras sobre las que el mundo se sostiene, letras que equivalen a números, números que poseen significados trascendentes y describen todas las posibles experiencias vitales.

Entonces, todo está en el texto y nada fuera de él. Si algo deviene en existencia es porque puede ser nombrado. Y si puede ser nombrado, entonces significa alguna cosa. El pensamiento cabalístico acepta que lo que existe tiene un significado ulterior y que el propósito de cada vida humana es intentar desentrañarlo.

Dijo Borges es su conocida conferencia sobre la kabbalah:

Cuando pensamos en las palabras, pensamos históricamente que las palabras fueron en un principio sonido y que luego llegaron a ser letras. En cambio, en la cábala (que quiere decir recepción, tradición) se supone que las letras son anteriores; que las letras fueron los instrumentos de Dios, no las palabras significadas por las letras. Es como si se pensara que la escritura, contra toda experiencia, fue anterior a la dicción de las palabras. En tal caso, nada es casual en la escritura: todo tiene que ser determinado.

La escritura, absoluta y sagrada, es, entonces, anterior a la aparición de la criatura humana, proviene de fuentes divinas, y gracias a ella, entonces, todo adquiere y conserva su sentido.

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