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entrevista a Gabriela Borrelli Azara

Las palabras crean realidades

Por Natalia Mardero / Viernes 05 de octubre de 2018

En el marco del Filba 2018 la escritora y comunicadora argentina, autora del libro Lecturas feministas, estará en Montevideo el 13 y 14 de octubre para dictar un taller sobre poesía queer y participar de una mesa donde literatura y feminismo serán protagonistas.

Gabriela Borrelli Azara nació en Buenos Aires en 1980, estudió Letras en la Facultad Nacional de Lomas de Zamora y Locución en el ISER. Comenzó a trabajar en radio a los veinte años produciendo programas dedicados a la difusión de la literatura, llegando a tener espacios propios en Radio Nacional, Radio Del Plata, AM 750. Actualmente conduce un programa diario en Futurock. Escribe artículos sobre poesía latinoamericana para diferentes medios gráficos. Coordina talleres de lectura de poesía y fue organizadora del ciclo de textos inéditos El Domingo no Tiene la Culpa y del ciclo de lectores Poesía Ya en la plaza del lector del Museo del Libro y de la Lengua. Actualmente cura, junto a Verónica Yattah, el ciclo de poesía La Vuelta Entera. Publicó en 2015 su primer libro, Océano, que ya agotó su primera edición, y acaba de realizar una compilación de textos fundamentales del feminismo: Lecturas feministas (Ediciones Futurock). Este año se editará su plaquette de poemas Holter.


Hace algunos años, cuando trabajaban juntas en Radio Nacional, la periodista Julia Mengolini le propuso hacer una lista de diez libros que toda feminista debería leer. Borrelli escribió rápidamente en una servilleta algunos de los tantos nombres que se le venían a la cabeza. Ese fue el puntapié inicial de Lecturas feministas (Ediciones Futurock, 2018), primer libro editado por la radio online que revolucionó —y revoluciona— la forma de hacer periodismo y humor en Argentina.

Lecturas feministas, que ya lleva más de dos mil ejemplares vendidos, reúne textos de autoras que marcaron a Borrelli a lo largo de su intensa vida lectora, y aparecen nombres tan diversos como Safo, Lohana Berkins, Alfonsina Storni, Eva Perón, Virgine Despentes o Virginia Woolf. Una guía personal y fundamental para las nuevas generaciones de feministas; «para todas las pibas que se acercan a la radio, me escriben y me preguntan qué leo».

Cuando una ve tus reseñas biográficas no puede evitar pensar: «esta mujer hace de todo». Escritora, locutora, periodista, crítica literaria, coordinadora de talleres y de ciclos literarios… Pero, al final, todo parece tratarse de lo mismo, de difundir, compartir literatura. ¿Lo tuyo tiene algo de evangelizador? ¿O es una cuestión de goce personal?

Sí, exactamente. Es todo parte de mi principal actividad: leer. Tal vez comenzó como un goce personal, pero rápidamente se transformó en mi sostén económico. Empecé a trabajar en radio produciendo y conduciendo programas de literatura y libros. Luego de la radio, salté a la gráfica y así a los talleres de lectura. La radio me permitió leer y compartir lo que leía. También reseñar novedades literarias me hizo de muches amigues escritores y editores, con los que comparto salidas y laburo. Creo que evangelizar se volvió mi laburo, igualito que los curas.

Mucha gente le exige a la literatura un rol político más que artístico o estético; se le atribuye un poder que quizá no tenga o que no es determinante. ¿Creés que en nuestros países la literatura debe tener un rol cuestionador? ¿Quienes escriben tienen el deber moral de tomar una posición?

En principio, siempre me agradan las exigencias lectoras a las obras. Es decir, esa fuerza lectora que le pide a un texto, que lo indaga, que lo cuestiona, en fin, que lo lee. No puedo pensar el rol político de la literatura sin pensar que cualquier estética es una política y que no existen esos conceptos separados. El arte es una forma de la política y la política una forma de la estética. Cualquier texto está atravesado por una visión del mundo, lo que sucede es que siempre hay una visión del mundo ganadora, una visión que se vuelve hegemónica con relación a otras, una estética que gana y otra que no, y ahí se empiezan a acomodar los textos. Una puede pensar en la literatura rioplatense de los años setenta y compararla con los años noventa, y seguramente encontraremos estéticas que se discuten o contraponen y en ese sentido los lectores también se van conformando en paradigmas de lecturas. El que escribe solo debe tener el deber de escribir. Y los lectores de leer, todo lo otro depende de quién gane en el terreno de la lengua.

El canon literario sigue marcado por un predominio masculino. ¿Pensás que poner en práctica la crítica literaria feminista puede aportar a cambiar esta realidad? ¿O hay otro tipo de acciones más efectivas a la hora de darle visibilidad a los discursos marginales?

Esta pregunta para mi tiene relación con la anterior. La crítica literaria se acomoda también alrededor de una estética que gana la partida, de una lengua que se impone por sobre otras. La mirada o las lecturas feministas trazan un vector transversal en las series literarias que conforman ese canon. Primero, visibilizando expresiones que estuvieron opacadas por el poder literario (por llamarlo de alguna manera) y luego armando series, historias con textos escritos por mujeres, o que expresaran esa mirada del mundo escondida o aplastada. Creo que la crítica feminista puede aportar a, por ejemplo, por fin, poder poner en serie literaria a las expresiones orales, como la copla del norte argentino. Que sean parte de nuestra literatura. Rescatar esos discursos y «revolver» el canon. Volver a pensar la lengua y la literatura nuevamente, siempre.

En los últimos años el feminismo ha contribuido con la reivindicación de autoras que habían estado excluidas o poco valoradas, o malinterpretadas en su momento. ¿Qué autora o autoras creés que todavía no han recibido ese reconocimiento?

Pienso más en discursos que en autoras. Pienso que es un momento muy rico para plantear otras formas de leer. Pensar a Lemebel o a Noy como parte del canon latinoamericano y sacarlos de casillas como la cuir (‘queer’) o lo raro, que nos sirven para pensar, para ubicar en contexto, pero no para armar movimientos literarios. Esas casillas no permiten establecer diálogos con otras literaturas, corren el riesgo de cerrarse sobre sí mismas. Pero, claro, nos sirven para dar pelea, para poder entrar en festivales, en mesas, en bibliotecas, pero después deben ser parte de un todo, de una serie que englobe diversidades lingüísticas y estéticas. Personalmente, creo que Libertad Demitrópulos es tan grande como Di Benedetto, por ejemplo, y no tiene tanto reconocimiento; o Armonía Somers, también. Sucedió algo hermoso con Sara Gallardo que espero suceda con Libertad o Armonía.

En el Filba vas a estar compartiendo diferentes instancias con colegas y público montevideano. ¿Cuáles son tus expectativas con relación a estos encuentros luego de haber publicado Lecturas feministas?

Primero aparece el miedo. Como dice Mirta Rosenberg en uno de sus poemas: «La pasión más grande de mi vida ha sido el miedo». También ansiedad (soy muy ansiosa) y una gran expectativa de poder aportar algo a un encuentro tan hermoso al que sigo hace años como concurrente a las charlas en Buenos Aires y, en alguna oportunidad, en Santiago de Chile.

Lo interesante de Lecturas feministas es que les saca a esas autoras el polvo academicista y las pone al alcance de la gente común, de personas que quizá nunca habían tenido contacto con textos de este tipo. ¿Qué esperás que suceda con la circulación del libro?

Así pensé el libro. Para todas las pibas que se acercan a la radio, me escriben y me preguntan qué leo, [y me dicen:] «estoy militando, me siento feminista, quiero leer algo». A ellas les quise compartir lo que yo leo, como si conversáramos tomando una birra, que es lo que mejor hago, y charláramos acerca de lo que leímos. Creo en la conversación como una forma de conocimiento y ese es el tono que le quise dar al libro. Nada académico.


¿Se viene el segundo tomo? Adelantanos algunas autoras que van a estar y que no estuvieron en el primero.

Estoy pensando en el segundo tomo con una impronta más latinoamericana, conectada a los feminismos negros. Pero también me quiero dedicar a dos novelas en las que estoy trabajando.

Cuando pensás en Uruguay, o en un Montevideo literario, ¿qué nombres o qué libros se te vienen a la cabeza?

Para mí Uruguay es el país de las poetas. Son tantas y tan potentes: Juana de Ibarbourou; Delmira Agustini; Idea Vilariño; Cristina Peri Rossi; Ida Vitale; Selva Casal; Amanda Berenguer, que tiene ese poema tremendo, «Comunicaciones», un poema al que vuelvo siempre. Y, claro, Armonia Somers, que se me aparece con cara de mala, cruzada de brazos, luciendo un sombrero alto bebiendo en el Salvo. Desde aquí pienso en ella y brindo por esa mujer desnuda que me mató la cabeza.

Uno de tus libros favoritos es La mujer desnuda, de Armonía Somers. ¿Qué valores encontraste en él?

Ese inicio me parece uno de los mejores de todos los tiempos: Rebecca cumple treinta años y se arranca la cabeza, el bosque, lo sexual, una oscuridad lúcida. Cuando lo leí por primera vez me pareció un texto sobrecargado, pero que me movía el cuerpo, no sabía que se podía escribir así: lo supe por ella. Cuando la releo, siempre en voz alta, no puedo dejar de decir, así quisiera escribir yo. Por suerte no lo lograré nunca.

Desde acá, como en otras partes del mundo, seguimos con mucho interés y expectativa la campaña por el aborto legal en Argentina. Lo que no sabemos es qué pasa ahora, cuál es el estado de ánimo de toda esa gente que se movilizó. ¿Cuál es tu percepción?

El pedido por la ley de interrupción voluntaria del embarazo movilizó a muchas personas que antes no se sentían comprometidas con el movimiento de mujeres en general. Fue un avance y una derrota al mismo tiempo. No vivimos tiempos de ampliación de derechos en la Argentina, sino todo lo contrario, luchamos para que nuestros derechos no sean considerados privilegios. La derrota política que vivimos en el senado nos fortaleció como movimiento y sacamos para siempre el aborto del closet. Ganamos la batalla cultural, unimos generaciones en las calles, nuestras madres y abuelas nos contaron sus abortos. Aunque el senado nos dio la espalda, crecimos como movimiento y ganamos en las calles. Lo seguiremos luchando y prontamente lo debatiremos de nuevo en el senado. Y esperamos que esa energía se replique en toda Latinoamérica.

Una vez dijiste que no hace falta haber leído para ser feminista. ¿Qué es lo que logra entonces la lectura?

Es un poco lo que expreso en el prólogo del libro. Siento que muchas mujeres se sienten parte de la lucha feminista, pero no han leído. Siempre me fascinó el retumbe de los libros en las personas que no leen. ¿Qué sucede ahí? Todas poseemos el conocimiento de los libros antes de acceder a ellos. Sentimos una opresión en el cuerpo y después buscamos la compañía de los libros. Es como el gran tema: vida versus literatura. Esa expresión es una provocación para pensar qué leemos, qué hace lo que leemos en nosotras, qué son las palabras y para qué las usamos. No existe la vida sin los libros ni nuestra historia, pero creo que el libro no es el único canal por donde se expresa una literatura.

Si bien la radio sigue siendo un medio con gestos anacrónicos, la propuesta de Futurock —con un aire disidente, llena de voces sin pelos en la lengua— está teniendo mucho éxito. ¿Cómo vivís vos este fenómeno desde adentro?

Durante muchos años (hace veinte que trabajo en radio) creí que la radio había muerto. Que se iba a diluir como medio de comunicación con relación a otros dispositivos. Con la aparición de Futurock volví a creer en la radio. Tal vez pueda terminar el dial en algún momento, la forma en que se escucha radio, pero, habiendo ganado la conversación el espacio del discurso radial, eso sí que no se termina, porque la conversación no termina, y Futurock ha llenado de sentido la conversación radial, la hizo política, propositiva, estética. Para mí es un lujo formar parte de esta radio y todo lo que significa en un momento en el que los medios de comunicación son adictos a un gobierno que hambrea al pueblo y quiere tapar con casos judiciales su profunda vocación conservadora en lo cultural, y ultraliberal en lo económico.

Ya has expresado que reivindicás la lectura, que es tan importante leer un libro como escribirlo. ¿Se lee menos? ¿Se lee otro tipo de cosas? ¿Se ha diversificado la lectura?

Yo creo que se lee más, estamos todes conectades con la escritura de una forma constante y continua. Tengo un chiste en la radio: le digo a mi compañero, Pedro Rosemblat, que él escribió más que Cervantes. Y es verdad. Nos levantamos con mensajes de texto, nos acostamos escribiendo mails, todo el día estamos leyendo en una pantalla en el celular. ¿Qué leemos?, palabras, oraciones, pensamientos. Claro, no es literatura, pero la literatura se hace de esos discursos. Desconfío de esa premisa de que se lee menos. Se lee en forma diversificada, pero es un gran momento, por ejemplo, para la circulación de poesía. El celular sirve para eso. Creo en la literatura y estoy dispuesta a que se la lea en los libros y fuera de ellos también.

Muchos suponen que si te dedicás a escribir, naturalmente tenés que ser guardiana del lenguaje, de su «buen uso» y divulgación. Bajo esa concepción parece una blasfemia que un escritor o escritora esté a favor del lenguaje inclusivo. ¿Qué respuesta les solés dar a quienes lo cuestionan?

El tema me apasiona. Las palabras crean realidades, por eso luchamos por las palabras que nos nombran. Las feministas sentimos el no ser nombradas como una de nuestras mayores opresiones. Las disidencias sexuales también. Queremos un mundo que nos nombre. Queremos estar en la lengua. No entiendo cómo alguien que se dedica a la escritura no puede comprender que nombrarnos es tan importante como ser. Que es parte de lo mismo. No se trata de abrir una tranquera para que entren a jugar personas: la lengua es la posibilidad de la existencia. Y si yo existo, no como varón ni como mujer, necesito esa e de todes para vivir.

¿Cuál es el estado de salud de la poesía en Argentina en este momento?

La poesía siempre tiene buena salud, porque ella misma lo es en algún sentido. Los últimos años, la última década, fue una fiesta para la poesía: festivales, editoriales, lecturas, que el gobierno anterior bancaba y proponía. Lo seguimos haciendo, ayudándonos entre nosotros hasta que pase la derecha que por sobre todas las cosas desconoce que la poesía es siempre revolución: de una lengua y de nuestras íntimas realidades. En los últimos años hubo una explosión de talleres literarios en muchas provincias de la Argentina, del que salen poetas que admiro mucho y disfruto.

Pronto vas a lanzar otro libro que se llamará Holter. ¿De qué se trata?

Es un pequeño poema dividido en ocho partecitas. Es un poema sobre el desamor, cómo eso se siente en un cuerpo.


Gabriela Borrelli Azara estará participando en la quinta edición del Filba en las siguientes actividades:

Sábado 13 de octubre - 19:30 - CCE - Auditorio: Panel. Lecturas Feministas: Conversación sobre feminismos en el Río de la Plata y lecturas fundamentales, entre Gabriela Borrelli Azara , Pepi Goncalvez y Mariana Percovich, moderadas por Ana Prada.

Domingo 14 de octubre - 10:00 a 13:00 - CCE - CRA: Taller de poesía. Poesía Queer: Un taller a cargo de la escritora argentina que propone establecer un recorrido por la historia de los escritos poéticos con temática o contenido queer.

Más información sobre el festival aquí.

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