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Dos titanes y sus libros

Lecturas prejuiciosas con respecto a la canción de la bolsa para el mareo y un chicle famoso

Por Patricia Turnes / Miércoles 07 de setiembre de 2022
Nick Cave y Warren Ellis. Fairfield Halls, Croydon, 2021. Foto: Raph_PH

Si son nuestros ídolos, ¿cualquier cosa que escriban tiene valor como para estar en un libro? Los límites del valor literario son variables, lo sabemos. Patricia Turnes reseña dos libros de los músicos Nick Cave y Warren Ellis, la gran dupla aussie, y confirma que en la lectura siempre se derrumban prejuicios, para los dos lados. 

«Nick Cave es un tipo famoso, seguro que cualquier cosa que él haya escrito así sea la lista de las compras, puede llegar a tener interés para un editor…» es el pensamiento que se me cruza cuando veo sobre la mesa de la librería el último libro de Nick Cave. No es el primer libro que escribe este músico australiano nacido en 1957. En 1990 publicó Y el asno vio al ángel y, en 2009, La muerte de Bunny Munro

A pesar de mi desconfianza, levanto el ejemplar de La canción de la bolsa para el mareo (Sexto piso, 2016). Lo sostengo un rato en mi mano, lo admiro. Es un bello objeto, su tapa es como la de un libro antiguo, de gruesa tela azul. Paso hoja por hoja; me sorprende ver, además de los textos, las reproducciones fotográficas de las bolsas para el mareo. Se exhiben aplastadas y garabateadas con poemas, pensamientos y esqueletos de canciones de Cave. Para quienes amamos los libros, estos detalles empiezan a sumar puntos por adelantado. 

Nick Cave documenta en estas veintidós bolsas su gira alrededor del mundo con los Bad Seeds. Cabe aclarar que el libro no fue escrito en el aire, sino con los pies en la tierra, mientras el músico giraba por Norteamérica con su banda en 2014.

Entre una figura poética y otra están escondidas las heridas de este trovador. Aparecen relaciones desgastadas con los miembros de su banda, hay un fuerte anhelo de regresar al hogar. En esta bitácora-diario íntimo-cuaderno de sueños se relatan detalles de la cotidianeidad de Cave: recibe una inyección que le permitirá seguir de largo a pesar de la gripe para poder cumplir con sus compromisos, se tiñe el pelo de negro y compara los mechones de pelo con el ala de un cuervo; suceden pequeñas situaciones durante los tiempos muertos de las giras. Hay reflexiones sobre el acto creativo, así como esbozos de canciones. Se consignan sueños y pesadillas a lo David Lynch. Una de las mejores partes es cuando Bryan Ferry, al lado de la piscina en su hermosa mansión en West Sussex, le confiesa a Cave que hace tres años que no escribe una canción porque «No hay nada sobre lo que escribir». Hay señales del hastío existencial por aquí y por allá. Hay cansancio. Hay repetición. Hay náusea creativa. Todo está escrito, como era de esperar, en un estilo bastante gótico.

Al terminar la lectura pienso que Nick Cave está viviendo la vida equivocada, que en realidad el artista preferiría estar en su casa durmiendo la siesta abrazado a su mujer y no andar en estas maratónicas giras que lo separan de sus seres queridos y lo enferman. 

Aclaración: la información que recibí sobre las tragedias que sufrió Nick Cave en los últimos años actúa como contexto que tiñe mi lectura. En 2015 falleció Arthur, uno de los gemelos fruto del matrimonio de Nick Cave junto a la modelo y diseñadora Susie Bick. Arthur murió en un accidente tras haber consumido LSD: cayó por un acantilado cerca de la casa de la familia en Brighton. Y no es el único hijo suyo que ha muerto. Este año nos enteramos de la muerte de su primogénito, Jethro, que fue producto de la relación del músico con la modelo Beau Lazenby. Jethro, que sufría de esquizofrenia según su médico, falleció dos días después de salir en libertad de la cárcel a la que había ingresado por agredir a su madre. Este chico no tuvo relación con su padre durante su infancia, aunque tanto él como Cave aseguraron que más adelante en el tiempo lograron llevarse bien. Buscando información sobre la vida de Nick Cave me entero de que el sino trágico arrancó cuando él tenía diecinueve años, con un accidente de auto que acabó con la vida de su padre. El mundo paralelo de la música siempre ha servido de resguardo a Cave para afrontar sus tragedias personales. Produjo el documental One more time with feeling (2016) dirigido por Andrew Dominik, en el que registró todo el proceso del duelo por Arthur.

Durante la pandemia, ante la imposibilidad de actuar, Nick Cave se transformó en ceramista. Creó una serie llamada La historia del diablo en 18 figuras. El diablo, en sus distintas edades, es el protagonista de sus cerámicas. Lo infernal, lo maldito, ya estaba en sus letras: es una de sus obsesiones recurrentes. 

Cuando termino de leer el libro de Nick Cave mi pareja me pregunta «¿Y? ¿Qué tal está? ¿Habría valido más la pena que usara las bolsas para el fin para el cual fueron creadas?». No sé qué decirle. A la noche vemos el reciente film This much I know to be True, en el que nuevamente Andrew Dominik examina la relación entre Cave y Warren Ellis, ahonda en el genio escénico de estos titanes de la música y se adentra en el proceso creativo de los dos últimos discos que grabaron juntos: Ghosteen (2019) y Carnage (2021).  

Y esto me lleva al segundo libro que quiero comentar, El chicle de Nina Simone, de Warren Ellis. Tuve la misma actitud prejuiciosa al abordar el libro de Ellis que con el de Nick Cave: pensé que El chicle de Nina Simone era otro libro que estaba inflado. Tenía la intención de regalárselo a un amigo, así que lo pedí para vicharlo. Tenía poco tiempo. Cuando me alcanzaron el ejemplar pasé sus hojas llenas de fotos y reforcé mi prejuicio: se trataba de un objeto que un obsesivo ha coleccionado para hacerse el raro o el gracioso. Había pila de fotografías del chicle sobre un altar, exhibido como objeto de museo. Otras fotos eran de reproducciones del chicle y algunas más de éste convertido en joya gracias a la magia de un diseñador. 

Entre las fotos divisé alguna bella foto de Nina Simone con el puño en alto, otra de Nick Cave con Nina, otra del viejo violín de Warren Ellis. Me propuse, con el método de lectura rápida, elegir una página y sacar conclusiones a partir de esto. El fragmento que leí trataba de la necesidad de hacer un seguro para el chicle: los curadores de la exposición intentaban estimar qué costo real podía tener el chicle de Nina Simone. Cerré el libro y dije: «No me interesa leer este libro, me niego a regalarlo». 

Me dejé llevar de nuevo por mi escepticismo y pensé «Warren Ellis se ha convertido en un personaje medianamente famoso, al igual que Nick Cave… ¡seguro este libro lo ideó un editor ingenioso y lo escribió un ghostwriter!». En cuanto a lo del escritor fantasma no me equivoqué: Ellis recibió ayuda de escritores profesionales para desarrollar la historia. Unos meses más tarde, cuando por fin logré hacerme del libro de Ellis y recorrerlo entero, llegué a la convicción de que valía la pena leerlo y hoy se lo recomiendo sin dudarlo a cualquiera que me pregunte qué tal está. Creo que voy a tener que dar un paso a atrás y se lo voy a terminar regalando a este amigo.

Ellis es un músico y compositor nacido en 1965 también en Australia. Es miembro de los Dirty Three y de Nick Cave and The Bad Seeds. Se unió a la banda de Nick Cave en la época de Murder Ballads (1996). Desde entonces, el entendimiento mutuo los ha llevado a colaborar no sólo en el resto de los discos del grupo, sino también en otros proyectos musicales, entre los cuales está la música para cine. Warren Ellis es un músico versátil que domina una amplia gama de instrumentos además del violín: acordeón, flauta, mandolina, y un largo etcétera. La relación con Ellis según Cave va más allá del marco profesional, ya que Ellis lo considera su mejor amigo. Define así su relación con Cave: «Nuestra colaboración se siente para mí, codependiente. Cada uno hace algo que el otro no». Juntos producen horas de basura, dicen, y son conscientes de que muy poco de ese material va a sobrevivir. Sienten que entre ambos hay buena química, que juntos se potencian y eso los estimula a seguir creando. Warren Ellis describe como de trance meditativo el estado al que en ocasiones los lleva la música. 

Durante la pandemia, Ellis se mantuvo ocupado en lanzar su primer libro, El chicle de Nina Simone. Yo había leído un fragmento en Página 12. En la introducción a este adelanto explicaban que veinte años atrás Nick Cave había organizado un festival en Londres cuyo momento cumbre había sido un recital de Nina Simone. Warren Ellis participó en ese festival porque estaba en los The Bad Seeds, pero también por estar al frente de The Dirty Three, su propio grupo. Pero lo más relevante que sucedió para él tuvo que ver con el show que ofreció la cantante y, en particular, con el objeto que atesora desde entonces y que da nombre a su último libro de memorias. En el documental 20.000 días en la Tierra (2014), Ellis confesó haberse apoderado del chicle que Nina Simone mascó aquella noche en Meltdown y que dejó pegado bajo el piano antes de empezar a cantar. Nick Cave se lo terminó pidiendo dos décadas después para exhibirlo en la muestra retrospectiva Más extraño que la amabilidad.

Este objeto evocador va desde el desván de Warren Ellis hasta la sala de exposición y abre la memoria del músico a sucesivas capas de recuerdos. El chicle que dejó la diva pegado debajo del piano antes de tocar y que Ellis se robó como una especie de trofeo, le permite al músico abordar su veneración por la cantante, así como desgranar cada uno de los mojones de su propia carrera musical. Warren Ellis se convirtió desde entonces en el guardián de este objeto y les aseguro que se sorprenderán ante las derivaciones que tiene el caso.

Pensé en la cantidad de secretitos que hay en el universo esperando a ser revelados. Cuánta gente tiene lugares ocultos con sueños abandonados, llenos de fantasías.

Subí al desván y saqué de la cajonera la bolsa de Tower Records y saqué la toalla. La abrí. El chicle estaba dentro. Estaba tal y como lo recordaba, un corazón sagrado, un buda. Me pareció un conejito a la luz de la luna dándole mazazos al arroz para preparar omochi con un martillo de madera que utilizan los japoneses cuando hay luna llena. África. La Welcome Nugget. A veces veía a Cristo en la cruz, con las rodillas flexionadas y ladeadas. Aún se veían las marcas de los dientes de Nina Simone. Sentí tanto sorpresa como alivio de ver que seguía allí. A menudo había dirigido mi imaginación hacia aquel objeto, como buscando consejo. En la soledad de mis ensoñaciones. Me lo imaginaba latiendo envuelto en aquella toalla. Manando sangre.

Digamos que el libro de Warren Ellis me pareció mucho más vital y esperanzador que el de Nick Cave. Se plantea un objetivo menos ambicioso y lo logra. 

patricia turnes

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