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Absurdos

Los libros de mi vida: Iosi Havilio

Por Iosi Havilio / Jueves 01 de agosto de 2024
Fragmento de cerámica del siglo IX, Colección del Met Museum.

Tomando la consigna de «Los libros de mi vida», Iosi Havilio vuelve sobre sus volúmenes de Circe Maia y se detiene en un pasaje de Destrucciones en particular. Así, teje una fenomenología del amor y la destrucción: «estar en el mundo como el mundo se nos pone de manifiesto».


La situación toda es absurda

Por una fenomenología del amor y la destrucción



Un domingo cualquiera, hace ya una punta de años, mi compañera me regaló Un viaje a Salto, de Circe Maia. Un libro delgado, blanco, sencillo. Lo compró en la calle lateral de puestos libreros de la feria Tristán Narvaja. Desde entonces, tantísimas cosas mediante, lo habré leído no menos de media docena de veces. Lo regalé, lo pirateé, lo compartí, lo sugerí en clase, se trabajó en talleres, lo perdí, lo volví a comprar, lo volví a perder. Un librito muy portable que se fue convirtiendo en talismán, un prisma para imaginar, una referencia de lo que venga, un tablero de juego. Un rarísimo artefacto y, de varias maneras, una reliquia. Un viaje a Salto es una novela cortísima, un tríptico-instalación, que narra las idas de una mujer junto a su hija pequeña a visitar a su marido, un médico detenido en la prisión de Salto durante la dictadura acusado de colaboracionista con la resistencia al régimen. La historia tiene tres entradas, tres voces entreveradas que tejen y destejen, tres formas de observar y moldear el mundo. De la madre, de la hija, del mismo viaje hablante… Un rompecabezas que despliega en crudo la hermosa, inevitable, maraña que se agita debajo de cualquier narración. 



Un tiempo después, otro domingo en la misma feria, fui por más Circe y me hice de un libro bien gordo: su obra poética. Y ahí adentro, perdido y divertido, descubrí un potentísimo conjunto de poemas-contemplaciones-pequeños ensayos: Destrucciones. Una serie de breves piezas sobre trozos y destrozos. Sobre lo que acaba de ser y ya no será, sobre la esencia de las cosas del mundo, sobre el recuerdo, las pasiones, sobre una taza que se rompe, un concierto intervenido, sobre el modo en que los accidentes esperados-inesperados convierten lo que ya venía siendo en todo lo que puede ser. El tiempo y el universo conviviendo, en contrapunto, atrayéndose y repeliéndose, generando y estallando, en diversos escenarios, aquí y allá. Hay destrucciones ocurriendo a cada rato, se nos dice suavemente, en el mundo natural, en el organismo, en los vínculos, en las palabras, cayéndose de las manos, de un árbol, del espíritu, del pensamiento, destrucciones de las que recogemos pedazos, fragmentos, astillas, piezas que pueden, armar, tal vez, por un rato, un sentido nuevo. ¿Para qué? Para nada, porque sí. La historia de la historia, no hay otra: un relato dentro de otro relato dentro de otro relato y así, más vasto, más sucinto, más memorable, más loco, más pasajero. Más malo. Destrucción: movimiento de arriba abajo, des-junte, des-amontonamiento, despeje y concentración.  



Un texto, dentro de ese conjunto, me percute y repercute particularmente: «Objeto Sonoro». Ensayo sobre la escucha, la desescucha, la reescucha. La grabación de una música en un espacio donde suenan voces, ruidos, pequeñas conversaciones es el punto de partida. No se trata de música, empieza diciendo, se trata de lo que pasa alrededor, de todo lo que suena con y a través de la música. Tampoco se trata de inspiración, ni de pura perturbación. Distintos planos, más o menos deseables, audibles en simultáneo moldean esa sonósfera. La música, y podría decirse del ruido, del silencio, también, claro, que son la misma cosa, ¿o no?, tiene adherido un cuerpo cálido, un cuerpo vaporoso, sanguíneo, bombeante, que va, que trae, que toma y expulsa, acepta, descarta, se entretiene. Una rémora de mil brazos, de identidades múltiples. Un plano va reinterpretando al otro, lo perfora revelando tal vez pistas de algún tipo de significado, de melodía, de emociones y/o ideas que estaban pidiendo cancha. Se produce una correspondencia, un acuerdo secreto, entre el centro y el contorno, todo en pos de las posibilidades reservadas hacia un lado y hacia el otro, combinaciones paridas del cruce entre algún tipo de expectativa, algún modo de frustración. Entre líneas: estar en el mundo como el mundo se nos pone de manifiesto. Amorosa, terriblemente. Queda hacer lo que se puede dentro de lo que se quiere y viceversa. Leer, escribir, andar, aullar, perderse para siempre. Lo que sigue es esa «felicidad tranquila». La fertilidad del sosiego. Que qué será eso. No se sabe, algo muy parecido y bien distinto a lo conocido.  


 


No se trata de música, no. Tampoco de ruido. Más bien de una fenomenología del amor, de eso se trata. De lo que quiere ser alimentado, incansablemente, sea molesto, amargo, dulce, venga de donde venga, de la manera que venga, beso, golpazo, viento leve, tornado. Alimentar los ruidos que reclaman su parte del territorio rugiendo ansias de reposo y multiplicación. A ver en qué se quieren convertir. Está a la vista: los pedazos se compondrán. Y volverán a ser pedazos. Una fenomenología del amor y de la destrucción. De eso se trata. Libros, tréboles, orquestas, partículas, reuniones, células, familia. La situación toda es absurda. Palabra de Circe. 


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