Ajuste de cuentas / Conexiones
Más felices que nunca (balance anual en noviembre)
Por Tabaré Couto / Martes 23 de noviembre de 2021
Imagen del videoclip «Happier than ever», de Billie Eilish
Suena Billie Eilish mientras Tabaré Couto sigue buscando conexiones. Lee a Onetti, a Mariana Enríquez y se explaya cuando habla del documental chileno El agente topo. También hay pensamientos para Tabárez, Rosalía y el universo de Don Draper. Suban el volumen, hasta que Billie Eilish deje de sonar.
LE PROMETO A MI EDITORA conectar a Onetti con El agente topo. Pero estoy rodeado de un pop depresivo y a la vez
hedonista, que no tiene nada que ver con el resentimiento fashion y el fanfarronerismo arrogante que te enrostra en cada
estrofa el trapero de moda con su éxito narcótico. Y me distraigo. Descubro que
ambas modas sonoras, sin embargo, conviven muy bien. Ya que parece que el rock
claudicó hace tiempo, salvo ejemplos marginales o revivals cíclicos que
alimentan nuestra nostalgia: ¿sólo nos queda mirar hacia atrás?
No logro conectar nada. Solo atino a filosofar baratamente: en un mundo
oscuro, necesitamos mostrarnos en las redes más felices que nunca. Después de
meses encerrados, necesitamos correr por las calles más que nunca. Tanto tiempo
haciendo zooms que necesitamos romper lo que se nos cruce en frente más que
nunca. Confundimos la auténtica dictadura con esta democracia que nosotros prostituimos
y desvirtuamos, más que nunca. Y no por escupir en las redes barbaridades sin
comprobar somos más sinceros que nunca, más libres que nunca, más honestos que
nunca.
BILLIE EILISH ESTÁ TRISTE. Leo Messi llora porque cuando se quería ir
no lo dejaron y cuando deseaba quedarse, lo fueron. Es un hombre
multimillonario que tuvo que explicarles a sus hijos que estarán unos años con
una maestra particular y no con sus amigos de la mansión de al lado. He sufrido
con el traspaso de mi ídolo como ni siquiera me he molestado con el alza de los
precios. Mientras tanto, muchos señalan que Lucho está acabado y que Tabárez de
repente se convirtió en un inepto, un viejo gagá, al que por suerte
despidieron. Asumo que daba tanta rabia ver jugar tan mal a Uruguay que a veces
yo también deseé ciegamente que se fueran todos. Ahora no sé qué hacer con la
culpa. Soy un mal agradecido. Un mal tipo, así que me largo a ver Mad Men: «El universo es indiferente»,
dice Don Draper. Este hombre sí que está lleno de culpas, pero no tanto. Me voy
a leer a Mariana Enríquez. A escuchar a Chinoy versionar libremente a Dylan. A seguir
trabajando en cosas en las que de ratos no quiero trabajar.
ME SIENTO COMO lo que me he comportado: un idiota. Me
acuerdo de Kurt Cobain y su letra emblemática. Pero todo huele un poco peor que
antes. Casi mal. Hace unos años pensé que Rosalía enarbolaba la bandera del
nuevo aire juvenil con El mal querer.
Ahora editó una canción con The Weekend que parece un soso dúo con Romeo
Santos. ¿En qué momento pasó de ser una
artista rompedora para convertirse en
una superstar más en un mar uniforme
y aburrido de canciones con poca o nula personalidad? Por supuesto, la canción
será un súper hit, ella es una
intérprete excepcional pero, definitivamente, lo mejor de esta producción es el
arte del single, donde el rostro de Rosalía ya no existe, porque lo que pudo
haber sido ya no lo es y no sabemos si lo volverá a ser. Tal vez el disco
completo nos sorprenda. Ojalá. «Es mala amante la fama y no va a quererte de
verdad». Vuelvo a Nirvana y me lleva a Billie Eilish —otra vez— que dice
estar más feliz que nunca, oliendo —ella sí— a espíritu juvenil de su época.
Espero que no termine con una bala en la cabeza ni en un dúo con Luis Fonsi.
Los mejores discos del año son, salvo algunas excepciones, los más tristes
del año.
SALGO EN BUSCA de un poco de inspiración, aire fresco y
esperanza liviana con Ted Lasso. No todas las buenas series son de familias que
se odian, drogadictos, dragones, traficantes o publicistas machistas.
Le prometí a mi editora conectar al agente topo con Onetti pero fracaso
en el intento. Es triste, en realidad, el trasfondo de El agente topo. El personaje ahora es un rostro publicitario simpático
en las pantallas locales. Y todo porque hace unos meses casi gana un óscar. En Chile
se lo tomaron como un tema de orgullo nacional. Mucha gente ha decidido comer pulpo
como venganza sanguinaria, creo. Por cierto, parece que fue hace un siglo, pero
recuerdo que los Óscar tuvieron una ceremonia entre mascarillas y con distancia
social. Aburrida y sin chistes malos, salvos algunos pocos. Apenas exhibían
imágenes de las películas nominadas y curiosamente sí lo hicieron con El agente topo. Y escogieron cuando aparecía
Bertita Ureta. Esa mujer que, supuestamente, se había enamorado del
protagonista. Ironía del destino: ella, que se autointernó en la casa de ancianos
relativamente joven porque no tenía familia y agobiada por su soledad, era la
única que había soñado con ser actriz (incluso llegó a ser rostro publicitario
años atrás en un anuncio interpretando a la madre del exjugador Carlos Caszely
y en una campaña política). Bertita podía marcharse cuando quisiera de la casa
de salud, pero no salía, y ella, que deseaba como nadie obtener ese reconocimiento
del público —verse en la pantalla— fue de los pocos rostros que aparecieron en
la ceremonia, mostrándose al mundo entero. Tenía que ser Bertita, precisamente,
la que no pudiera verlo, porque murió antes de enterarse siquiera que la
película había sido nominada.
El documental, por cierto, me parece asertivo y eficaz, emotivo e inteligente,
pero también de a ratos lo siento como una mueca densa que roza con cierta
falta de pudor la decadencia humana. Esa decadencia en carne viva que tarde o
temprano tendremos que vivir.
Es seguro que cada día estará más viejo, más
lejos del tiempo en que se llamaba Bob, del pelo rubio colgando en la sien, la
sonrisa y los lustrosos ojos de cuando entraba silenciosamente en la sala,
murmurando un saludo o moviendo un poco la mano cerca de la oreja, e iba a
sentarse bajo la lámpara, cerca del piano, con un libro o simplemente quieto y
aparte, abstraído, mirándonos durante una hora sin un gesto en la cara,
moviendo de vez en cuando los dedos para manejar el cigarrillo y limpiar de
ceniza la solapa de sus trajes claros.[1]
Apareció Onetti. Bienvenido, Bob.
DEJA DE SONAR Billie Eilish. Dejó de cantar: «Dame un día
o dos / para pensar en algo inteligente». Tampoco hay ningún hit de trap a cien metros a la redonda.
Puedo salir fuera de casa escuchando a Dylan como si a alguien le importara: «No tengo disculpas que pedir / Soy un hombre de contradicciones / Soy un
hombre de muchos estados de ánimo». Y llego a la conclusión que no es bueno aguardar a diciembre para hacer
un balance anual sin pies ni cabeza.
Lo más importante: espero seguir teniendo el cariño de mi editora.
[1] Onetti, J. C. «Bienvenido
Bob»
Productos Relacionados
También podría interesarte
Un libro, una canción, de nuevo un libro; días que se repiten; sonidos sincronizados que reiteran en una sucesión constante, casi eterna. Voces de un pasado, que nunca se fueron; fantasmas. Uno, dos y de nuevo uno. Tabaré Couto inicia una serie de conexiones entre literatura, música, cine, artes y otros acontecimientos cotidianos que en esta ocasión hilvanan la pandemia, Guitarra negra y las estructuras en loop.
Estados, acciones situadas en el tiempo, tiempos verbales que se sitúan, nos sitúan, nos situaron. Tiempos nada simples, seguro imperfectos, que tal vez precisen de auxiliares. Tabaré Couto conecta con la última novela de Alejandro Zambra y pone a dialogar a Jarvis Cocker con Frank Bascombe, el personaje creado por Richard Ford. ¿Nos estamos perdiendo de algo?
Ellas hacen música y nosotras las escuchamos. Federico Medina nos trae una nueva selección de cinco discos, para vibrar con cinco compositoras (y otras músicas que colaboraron en los proyectos). Un Steinway de 1912, pop de insomnio y hip hop, entre otros ritmos, para iniciar un viaje sonoro desde Barrio Sur hasta Ibiza.