Narrativa nacional
Metal on Metal y un escritor que hubiera sido cineasta
Por Eduardo Aguirre / Sábado 25 de marzo de 2023
Portada de «Un río de aguavivas» (HUM, 2022) y Agustín Acevedo Kanopa.
Nos quedaba pendiente reseñar el lanzamiento de Un río de aguavivas, de Agustín Acevedo Kanopa (HUM, 2022). Otro escritor, Eduardo Aguirre, recoge el guante y no solo lo lee con suma atención, sino que también complementa el abordaje a la obra de AAK por medio de una «sustanciosa» entrevista.
«Anvil: El sueño de una banda de rock. Cuando el documental imita a la ficción» se titula una crítica al documental homónimo escrita por Beatriz Maldivia en junio de 2010. Y se podría decir que esa segunda parte del título, de lo documental imitando a la ficción, valdría también para el libro Un río de aguavivas, de Agustín Acevedo Kanopa, de ahora en más AAK: la novela como un posible documental.
Quizás la ilación en un principio pueda sonar un poco antojadiza, pero leyendo la novela vino a mi mente el documental sobre la banda canadiense liderada por Steve Kudlow y Robb Reiner, y su tortuoso camino, casi que inexorable, hasta sucumbir en el olvido.
Como ocurriría en las buenas películas de ficción, aquí sucede que nos importa bien poco cuál es el ambiente en el que se desarrolla la historia narrada. Se trata de un grupo de heavy-metal, lo cual, en un documental al uso, sería motivo más que suficiente para que los únicos espectadores posibles fuesen los seguidores de este estilo musical. [...] lo que interesa es la historia humana que hay detrás y lo que emociona es la actitud y la personalidad de sus protagonistas.
Y me quedo con las últimas palabras de la periodista Beatriz Maldivia en la reseña: «...lo que interesa es la historia humana que hay detrás». Quizás esa sea la ilación de casi todo. O no.
Las termitas: seguir su rastro marrón de entre los ladrillos hasta abrir el cajón de leña y ver el suelo respirar en la forma de un manto de larvas. Las termitas: la madera de una puerta de utilería que se raja a la presión de los dedos. Las termitas: su avance apenas audible, como un corazón que late entre las paredes.
La última novela de AAK es como ese avance de las termitas apenas audible, corroyendo cada epitelio, cada membrana de los personajes, que son seguidos con minuciosidad por el lente de una cámara. Una noche, rumbo a un cumpleaños de quince, los integrantes de Tensión 2000 son escrutados minuciosamente por ese lente, que a su vez es el narrador omnisciente jugando con la analepsis y la prolepsis de forma casi que hasta obscena:
Para el verano de 2004, Héctor se llevará a su hija a veranear con una familia amiga y Susana, aduciendo la responsabilidad de las reformas, se quedará en la casa. Esa será su forma de despedirse del lugar. Para cuando su esposo y su hija vuelvan ella estará temporalmente en Punta del Este, pero nunca más volverá
AAK se va acercando con la cámara al personaje de turno. El zoom se aproxima hasta darle de lleno. Primero con la escena. Describirla. Y luego hace un acercamiento hasta atravesar los epitelios, surcar los torrentes sanguíneos; y es como si fuéramos parte de Truman Show, en el que vemos las situaciones y la vidas futuras y pasadas proyectarse ante una pantalla gigante y su proyector. O una gran bola de cristal donde los personajes están atrapados.
Todo el tiempo AAK nos pone sobre la mesa a los personajes, cual disección de órganos, tejidos y mucosa. Las pinzas y los fórceps están sobre la mesa de operación y AAK se mueve a piacere. Y ya no es tan importante decir que Tensión 2000 es, al igual que Furia o Nietos del futuro, un subproducto antropológico previo a la crisis del 2002 (musicalmente hablando): «La crisis del 2002 aparece reptando por debajo» dijo AAK en una entrevista, y es así:
Hugo saca la escopeta y comienza a disparar. El estruendo se escucha unas milésimas después de que se caen los gigantescos animales. Héctor se pregunta dónde fue que aprendió a disparar, pero los balazos no le permiten pensar. Hugo dispara y las osamentas estallan en pelos, sangre, humo y astillas de hueso Héctor se acerca al hoyo.
Kanopa nos sumerge en una narrativa verborrágica textual mucho más espesa que sus trabajos anteriores. En Eucaliptus (2013, Estuario) o incluso en la premiada por las letras nacionales en el 2015, Historias de nuestros perros (2016, Estuario), reunión de cinco relatos, hay también miradas antropológicas de un posible cineasta. Roberto Apratto, en una nota titulada «Narración en pantalla grande» (la diaria, mayo 2016) sentenció:
Son relatos de vida, podría decirse: el resultado de la invención de una cotidianidad verosímil en la cual van insertándose átomos de locura, de excepcionalidad, sin que alteren la calma del relato. Pero no sólo eso. Lo que sorprende, sobre todo, es la capacidad para seguir adelante(...), acumulando circunstancias en la biografía de un personaje, sin que eso parezca artificial ni exagerado.
Por eso insisto en la mirada de un «director de cine frustrado», pero en el buen sentido de la palabra. AAK, además de ser psicólogo, escritor y periodista, es un gran conocedor de cine. Y si bien es alguien que no hace cine de forma formal, no puede evitar esa mirada cinematográfica, emparentada por momentos al documental, por momentos al cine más experimental que se pueda llegar a concebir por estos lares rioplatenses, con extensos monólogos, y historias que se van edificando «como una catedral».
Porque no es un detalle menor que estamos ante un libro cargado de uruguayismos, en el que el punto máximo, y quizás uno de los capítulos más importantes dentro de la novela, sea el titulado «Tanda de penales», no solo por el clímax que se genera, la tensión, sino porque es la parte de mayor vuelo dentro del libro, sin tanta verborragia textual y con un ampuloso cuidado de la prosa. En esta novela, al igual que en los trabajos anteriores de AAK, hay una insistencia en los balnearios y las locaciones montevideanas, donde se deslizan los personajes como babosas, escudriñados bajo un lente que nos narra minibiografías y que pone al desnudo esos personajes para después abandonarlos y nunca cerrar nada, dejar canales abiertos todo el tiempo. Y con relación al Macguffin inicial, y al documental de la banda de metal canadiense «más uruguaya», hay en el relato el derrotero de una generación que, a pesar de haber sido en muchos casos testigo apenas honoraria de una crisis que dejó huellas en casi todos, y por sobre todo de una cultura más pop por momentos más rota por otros, al igual que Anvil, no sucumbe ante el inexorable fracaso de tratar de contar la novela de una generación que por suerte se acordó que había una historia para contar.
Roberto grita con los brazos en el aire, pero en realidad nadie se interpone en el camino. Al bajar los cuatro ya no hay rastro de su mánager engullido por el interior salpicado de neón azul de Vantix. Los músicos cargan con los instrumentos de viento…
Al igual que en el Super Rock festival de 1984 en Japón, recital multitudinario en el que un puñado de las bandas más importantes del mundo del metal de ese momento llenaban el estadio y vendían millones de discos, debe de haber japoneses esperando en la vuelta, en pleno 2022, o 2023, a Anvil o Tensión 2000 volver a subirse al escenario.
Algunas preguntas a AAK
Quienes siguen la cuenta @kanopaconk se encuentran con una particularidad: una extensa serie de historias destacadas referidas a la cocina. Pero no a cualquier tipo de cocina, sino fruto del particular acercamiento de un escritor que muestra sus «excesos culinarios» a la hora de cocinar, incluso muchas veces rozando lo «grotesco» (bandejas de carne cruda y llena de grasa, etc.).
En el mundo del cine hay geniales muestras del amor por la cocina, y la lista es larga y variada en su menú, con terminaciones más elaboradas o más insulsas evidentemente. Pero en el mundo de las letras a veces no es tan notorio eso, por lo menos acá en Uruguay. ¿Alguna vez te planteaste seriamente hacer un libro de cocina del exceso como se ve en tus historias de Instagram?
AAK: Todavía me falta mucho. Creo que a nivel de carnes ya tengo bases sólidas para compartir lo que sé, pero por ejemplo en cuestiones con la masa todavía soy un analfabeto, y un hombre tiene que saber sus limitaciones. De todas formas menos mal que no sé trabajar con masa, porque uno puede lidiar con un futuro cateterismo, pero ya tener una batalla a dos frentes con los triglicéridos y una posible diabetes se parece a los yanquis y los soviéticos sitiando Berlín (rara metáfora en la que mi cuerpo es el nazismo).
En una parte de esta reseña me refiero a tu narrativa como la mirada de un «director de cine frustrado». El cine es notorio en tu escritura. ¿Pensás que si de repente no estuvieras en Uruguay te dedicarías al cine en vez de a la literatura?
AAK: No creo. El cine es un trabajo demasiado colectivo y siempre todo lo que hago lo vivo en un abismo del capricho, donde me cuesta mucho negociar, y el cine es el arte de la negociación. Creo que, de ser cineasta, sería una persona demasiado pasivo agresiva, siempre decepcionada de todo el mundo. Capaz que en el futuro podría funcionar algo de ese cine de found footage o ensayístico en solitario, a lo Chris Marker. Quién sabe…
A diferencia de otros trabajos tuyos se nota como una prosa más verborrágica. ¿Se debe a una búsqueda en particular o es parte de tu narrativa de hoy en día?
AAK: Estaba muy interesado en que la novela fuese lo más polifónica posible. Para eso quería contar con un personaje como Roberto, que en sus monólogos merqueros pudiese gastar gran parte de mi pirotecnia de oralidad, pero también otros que hablan bien distinto. El mayor reto era dar forma a la voz narradora que es una omnisciente total, que sabe todo lo que pasa dentro y fuera de los personajes, antes durante y después. Cuando pensé eso me di cuenta de que si era una voz omnisciente tenía que saber de todo y con un lenguaje acorde; es un poco por eso que a veces aparece un lenguaje técnico o medio egregio de términos híperespecíficos. No era tanto yo haciendo un show off sino mis intentos de pensar la voz de alguien, o más bien, algo que conoce y trasciende todo. También en ese tiempo (sigo en esa) estaba leyendo mucho Cormac McCarthy y se me pegó su cadencia.
¿Cómo es tu forma de escribir? Es decir, ¿trabajás a partir de una imagen, o en base a una idea? ¿Cuáles son los mecanismos que utilizas?
AAK: Suelo trabajar a partir de imágenes. Lo que más me importa en la vida son las imágenes y un poco a partir de ellas voy articulando. La trama me importa más bien poco. Creo que es un gran problema del consumo literario de hoy en día, que es que la gente piensa los libros y las películas a partir de la trama y, en realidad, casi todas las tramas de occidente son variaciones de diez o quince historias de los griegos o un poco más atrás. Siempre me interesó mucho más el cómo que el qué.
Para los que seguimos tu cuenta de Instagram sabemos la obsesión que tenés por hacer tops.¿Cuál sería el top 5 de los libros que te ayudaron a ser el escritor que sos ahora?
AAK: Mis libros fundamentales:
1. Carver: creo que es difícil encontrar un libro solo, posiblemente sería Catedral, pero creo que hay algo más alrededor del «universo Carver» que uno visita cada tanto para aclarar la mente. Hoy en día lo que más leo suyo es su antología poética, que me parece a la misma altura de su narrativa.
2. Cuentos completos, de Amy Hempel. Lo sentí como un upgrade de Carver; todas esas historia pequeñas pero afiladisimas, aún más depuradas, más minimalistas, a la par que poéticas. El cuento «The Harvest» fue un antes y un después para mí, sobre todo en cómo pienso que puede ser la literatura.
3. La niña del pelo raro, de David Foster Wallace. DFW es también un universo en sí mismo. El otro día Ramiro Sanchiz me dijo que los escritores de raíz más fosterwallacesca de Uruguay somos Juan Andres Ferreira y yo, con la salvedad de que JAF es mucho más DFW modelo La broma infinita y yo más La niña del pelo raro. Entiendo perfecto lo que quiso decir y estoy de acuerdo. Explicar por qué sería larguísimo.
4. Elogio del refrenamiento, la antología poética de José Watanabe. Es casi una especie de biblia: abro el libro en una parte al azar y leo un poema suyo, como si fuese un versículo para acompañarme el resto del día. Da mucha angustia lo bien que escribe.
5. Acá tres libros que no me acompañaron toda mi vida pero que fueron importantes para Un río de aguavivas: Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy (las mil maneras de describir un ocaso —o simplemente la luz— y que siempre sea algo sorprendente); El periodista deportivo, de Richard Ford (los diálogos y lo que pasa entre y adentro de los mismos); The rainbow stories, de William T. Vollmann (alguien que también ensanchó lo que yo creía que podía ser literatura).
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